lunes, 14 de octubre de 2019

La dictadura de los futbolistas (Interia)



En una misma semana, tuvimos dos declaraciones que llamaron mucho la atención y en todo el mundo. Gerard Piqué, todavía jugador del Barcelona, pese a sus múltiples compromisos como empresario ligado al deporte, afirmó que todo lo que rodea al fútbol “es una farsa” y que muchas declaraciones que hacen los jugadores es simplemente para un montaje como para que la prensa hable sobre ello.

Por su parte, el ex lateral izquierdo del Real Madrid, el brasileño Roberto Carlos, admitió que una plantilla es capaz de hacer echar a un entrenador de un club, jugando mal a propósito, si no se sienten cómodos con él, ya sea por su disciplina o por no respetar sus costumbres, aunque éstas atenten contra el juego del equipo.

Es más, Roberto Carlos dio el ejemplo de lo que ocurrió con su compatriota Vanderlei Luxemburgo entre 2004 y 2005, al que, según dijo, la plantilla blanca no sólo no ayudó sino que contribuyó a que fuese despedido por no respetar sus tardíos horarios de entrenamiento y por exigirles demasiado. “En cambio –dijo- Vicente Del Bosque (DT entre 1999 y 2003, cuando ganaron Ligas, Champions Leagues y Copas Intercontinentales) era nuestro amigo y llegamos a comenzar los entrenamientos a las 17 porque era la única manera de que todos llegáramos porque viajábamos tanto por cuestiones personales que nos encontrábamos en los aeropuertos con nuestros vuelos privados”.

Hay algo evidente en las declaraciones de Piqué y Roberto Carlos. Este tipo de frases en las que se admiten cuestiones tan profundas sólo pueden provenir en el ambiente del fútbol de parte de alguien que ya se retiró y no tiene nada que perder, o de alguien que se siente mucho más allá de su actividad y que, además de haber ganado muchos títulos y no sentirse cuestionado, también se sabe ya cerca del final de su actividad.

En el fútbol hay tantos intereses que sus protagonistas tienen poca sinceridad y cuando olfatean que el medio o el periodista irá más allá, suelen no prestarse a la entrevista y prefieren siempre un ambiente más arropante o festivo, pero que no los ponga en aprietos como para decir algo que luego les pueda traer problemas de disciplina. A sabiendas de eso es que ya en todo el mundo, los jefes de Prensa de los clubes y de la mayoría de las selecciones nacionales importantes están mucho más para proteger a sus jugadores y limitar las tareas de la prensa, que para facilitarlas.

Los casos de Roberto Carlos y de Piqué son excepcionales, además, por el tipo de carácter de ambos. Expansivo, sin pruritos a la hora de declarar, y sin demasiada importancia por sus consecuencias. Roberto Carlos, en sus tiempos de jugador, llegó a participar de un tremendo clásico como el Argentina-Brasil en Buenos Aires, con terrible clima en contra, siempre con una sonrisa y luego del partido, llegó a quedarse en la ciudad para conocerla. Algo parecido vive el todavía jugador en actividad y compatriota suyo, Daniel Alves, tal vez un poco menos y más centrado en sí mismo, el sueco Zlatan Ibrahimovic, o el argentino Carlos Tévez (también cerca del retiro). Pero no parece casual que todos los que hablan mucho y sin cuidarse, suelen ser veteranos.

En el caso de Piqué, reúne una característica inusual, la de ser empresario y organizador de torneos (como la nueva Copa Davis o ahora está negociando por un nuevo torneo internacional de fútbol de equipos) mientras permanece como jugador. Es decir, un “subordinado” mientras es un “par” de los dirigentes. Esto le permite un plus en sus declaraciones, sumado, claro, a su evidente alto coecifiente intelectual.

De todos modos, declaraciones como las de Roberto Carlos y Piqué nos remiten a reflexionar acerca de que, entonces, los jugadores hoy hacen lo que quieren con la prensa, los entrenadores y hasta con los dirigentes, si nos guiamos por el inicio de temporada del Barcelona, justo cuando pareciera que la plantilla no estuvo de acuerdo con la dirigencia del club en fichar a Antoine Griezmann y no hacerlo con Neymar. 

Lionel Messi llegó a decir hace pocos días que “no sé si los dirigentes hicieron todo” para fichar nuevamente a su amigo brasileño y la prensa española cuenta los pases que el argentino le da al francés en cada partido que comparten con la camiseta blaugrana.

Vivimos, todo indica, tiempos en los que los jugadores, que ganan fortunas por la globalización y los efectos de las redes sociales, hacen lo que quieren con el sistema, conscientes, cada vez más, de que el fútbol puede cambiar de entrenador, de estadio, de dirigentes, pero no puede prescindir de ellos, y ya con millones de euros en sus cuentas bancarias y asesorados para inversiones de todo tipo, dicen “no” cuando se les da la gana: no a los entrenamientos en horarios muy tempranos, no a los entrenadores exigentes, no a los periodistas muy preguntones (incluso hoy, si quisieran decir algo para que llegue al público, tienen el Twitter o el Instagram sin necesidad de intermediarios). Viven en una caja de cristal.

Estamos, los futboleros, en una dictadura, la de los jugadores. Recién cuando se alejan del sistema y se vuelven de carne y hueso, nos cuentan la verdad, sin compromisos, miedos o culpas.


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