En una misma
semana, tuvimos dos declaraciones que llamaron mucho la atención y en todo el
mundo. Gerard Piqué, todavía jugador del Barcelona, pese a sus múltiples
compromisos como empresario ligado al deporte, afirmó que todo lo que rodea al
fútbol “es una farsa” y que muchas declaraciones que hacen los jugadores es
simplemente para un montaje como para que la prensa hable sobre ello.
Por su parte, el
ex lateral izquierdo del Real Madrid, el brasileño Roberto Carlos, admitió que
una plantilla es capaz de hacer echar a un entrenador de un club, jugando mal a
propósito, si no se sienten cómodos con él, ya sea por su disciplina o por no
respetar sus costumbres, aunque éstas atenten contra el juego del equipo.
Es más, Roberto
Carlos dio el ejemplo de lo que ocurrió con su compatriota Vanderlei Luxemburgo
entre 2004 y 2005, al que, según dijo, la plantilla blanca no sólo no ayudó
sino que contribuyó a que fuese despedido por no respetar sus tardíos horarios
de entrenamiento y por exigirles demasiado. “En cambio –dijo- Vicente Del
Bosque (DT entre 1999 y 2003, cuando ganaron Ligas, Champions Leagues y Copas
Intercontinentales) era nuestro amigo y llegamos a comenzar los entrenamientos
a las 17 porque era la única manera de que todos llegáramos porque viajábamos
tanto por cuestiones personales que nos encontrábamos en los aeropuertos con
nuestros vuelos privados”.
Hay algo
evidente en las declaraciones de Piqué y Roberto Carlos. Este tipo de frases en
las que se admiten cuestiones tan profundas sólo pueden provenir en el ambiente
del fútbol de parte de alguien que ya se retiró y no tiene nada que perder, o
de alguien que se siente mucho más allá de su actividad y que, además de haber
ganado muchos títulos y no sentirse cuestionado, también se sabe ya cerca del
final de su actividad.
En el fútbol hay
tantos intereses que sus protagonistas tienen poca sinceridad y cuando olfatean
que el medio o el periodista irá más allá, suelen no prestarse a la entrevista
y prefieren siempre un ambiente más arropante o festivo, pero que no los ponga
en aprietos como para decir algo que luego les pueda traer problemas de
disciplina. A sabiendas de eso es que ya en todo el mundo, los jefes de Prensa
de los clubes y de la mayoría de las selecciones nacionales importantes están
mucho más para proteger a sus jugadores y limitar las tareas de la prensa, que
para facilitarlas.
Los casos de
Roberto Carlos y de Piqué son excepcionales, además, por el tipo de carácter de
ambos. Expansivo, sin pruritos a la hora de declarar, y sin demasiada
importancia por sus consecuencias. Roberto Carlos, en sus tiempos de jugador,
llegó a participar de un tremendo clásico como el Argentina-Brasil en Buenos
Aires, con terrible clima en contra, siempre con una sonrisa y luego del
partido, llegó a quedarse en la ciudad para conocerla. Algo parecido vive el
todavía jugador en actividad y compatriota suyo, Daniel Alves, tal vez un poco
menos y más centrado en sí mismo, el sueco Zlatan Ibrahimovic, o el argentino
Carlos Tévez (también cerca del retiro). Pero no parece casual que todos los
que hablan mucho y sin cuidarse, suelen ser veteranos.
En el caso de
Piqué, reúne una característica inusual, la de ser empresario y organizador de
torneos (como la nueva Copa Davis o ahora está negociando por un nuevo torneo
internacional de fútbol de equipos) mientras permanece como jugador. Es decir,
un “subordinado” mientras es un “par” de los dirigentes. Esto le permite un
plus en sus declaraciones, sumado, claro, a su evidente alto coecifiente
intelectual.
De todos modos,
declaraciones como las de Roberto Carlos y Piqué nos remiten a reflexionar
acerca de que, entonces, los jugadores hoy hacen lo que quieren con la prensa,
los entrenadores y hasta con los dirigentes, si nos guiamos por el inicio de
temporada del Barcelona, justo cuando pareciera que la plantilla no estuvo de
acuerdo con la dirigencia del club en fichar a Antoine Griezmann y no hacerlo
con Neymar.
Lionel Messi llegó a decir hace pocos días que “no sé si los dirigentes
hicieron todo” para fichar nuevamente a su amigo brasileño y la prensa española
cuenta los pases que el argentino le da al francés en cada partido que
comparten con la camiseta blaugrana.
Vivimos, todo
indica, tiempos en los que los jugadores, que ganan fortunas por la
globalización y los efectos de las redes sociales, hacen lo que quieren con el
sistema, conscientes, cada vez más, de que el fútbol puede cambiar de
entrenador, de estadio, de dirigentes, pero no puede prescindir de ellos, y ya
con millones de euros en sus cuentas bancarias y asesorados para inversiones de
todo tipo, dicen “no” cuando se les da la gana: no a los entrenamientos en
horarios muy tempranos, no a los entrenadores exigentes, no a los periodistas
muy preguntones (incluso hoy, si quisieran decir algo para que llegue al
público, tienen el Twitter o el Instagram sin necesidad de intermediarios).
Viven en una caja de cristal.
Estamos, los
futboleros, en una dictadura, la de los jugadores. Recién cuando se alejan del
sistema y se vuelven de carne y hueso, nos cuentan la verdad, sin compromisos,
miedos o culpas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario