Por primera vez
en mucho tiempo, desde que el director técnico era Alejandro Sabella - aunque
pasaron seis años parece que fueran décadas por los continuos cambios de
conductor- , el entrenador de la selección argentina, Lionel Scaloni, podrá
descansar con cierta tranquilidad hasta marzo de 2021.
El equipo
nacional obtuvo diez puntos sobre doce
en las cuatro primeras fechas de clasificación mundialista, se encuentra en un
cómodo segundo puesto, y tiene asegurado un lugar entre los cuatro primeros
luego de la quinta fecha, cuando enfrente como local a Uruguay (todo indica que
será en el nuevo estadio de Santiago del Estero, salvo cambios de último
momento), e incluso de vencer en ese partido
y que Paraguay no le gane a Chile en Santiago, se iría a seis puntos de sus
perseguidores en la tabla de posiciones, con lo cual se aseguraría estar entre
los clasificados al Mundial de Qatar 2022 hasta la octava fecha, casi la mitad
del torneo.
Sin embargo, el
equipo argentino parece tener más seguras las cosas en las matemáticas que en
el juego, y no porque éste no funcione en ningún sector o porque se haya
encendido ninguna alarma y de hecho, salvo Brasil (rival en la sexta fecha y en
condición de visitante en lo que parece el partido más complicado de los
dieciocho), el resto de los conjuntos sudamericanos no genera ningún temor y en
todo caso, los “celestes” del Maestro Oscar Tabárez aparecen como los más
ordenados pese a haber caído el martes pasado en Montevideo ante la
“verdeamarelha” de Tité, que se dio el lujo de no contar con Neymar, Philippe
Coutinho ni Casemiro.
El gran dilema,
luego de los cuatro partidos disputados por la selección argentina, pasa por
resolver cómo enfrentar aquellos partidos en los que el rival se repliega y
arma un enorme vallado de jugadores contra su propio arco, algo que a los
dirigidos por Scaloni ya les pasó en la Bombonera ante Ecuador y Paraguay, y
que seguramente encontrarán otra vez, y con un equipo mucho más sólido y
experimentado en Uruguay en marzo próximo.
Si bien la
selección argentina obtuvo cuatro puntos sobre seis posibles como local, ante
Ecuador, apenas si pudo ganar por un penal y ante un rival que tuvo la
particularidad de que sus jugadores y su entrenador, el también argentino
Gustavo Alfaro, se conocieron personalmente casi a punto de abordar el avión y
pese a esta situación, un equipo cuya base lleva más de dos años de trabajo,
casi no pudo pasar el vallado de los visitantes y casi no generó situaciones de
gol ni remates entre los tres caños.
Y si esto
ocurrió en el partido debut, no fue muy diferente en el tercero, ante un
conjunto de más oficio como Paraguay, que se puso en ventaja con un penal, y
apenas un cabezazo de Nicolás González, el joven ex jugador de Argentinos
Juniors y ahora en el Stuttgart alemán –su convocatoria fue un gran acierto de
Scaloni- pudo conseguir un magro empate, al cabo, el único de los cuatro
partidos que no terminó en victoria.
Si cuesta
analizar con seriedad los noventa minutos en la altura de La Paz, donde todo
siempre es irregular por el cambio de la velocidad de la pelota y la falta de
aire, y se toman por buenos los tres puntos que no se obtenían desde 2005
(casualmente, cuando Scaloni aún era jugador y participó en ese partido de
clasificación mundialista con José Pekerman como entrenador), en cambio sí es
mucho más factible de hacerlo en el triunfo de 0-2 en Lima ante Perú, el martes
pasado.
Y en este caso,
hay que hacer una importante salvedad. El equipo del también entrenador
argentino Ricardo Gareca llegaba a
enfrentar a los albicelestes con una magra cosecha de un punto sobre nueve
posibles, algo poco frecuente en una selección que fue protagonista de los
últimos años, habiendo llegado al Mundial de Rusia 2018 luego de 36 años de
ausencia en este torneo, y en 2019 fue finalista de la Copa América de Brasil.
Este pobre
comienzo determinó una estrategia muy ofensiva en busca de recuperar terreno en
la tabla de posiciones, con una línea de tres defensores, y otra de tres
creativos (André Carrillo, Christian Cueva y Edison Flores), detrás del
ítalo-peruano Gianluca Lapadula.
Sin dudas este
sistema favoreció a la selección argentina, que aún más que en La Paz encontró
los espacios que nunca tuvo en la Bombonera ante Ecuador y Paraguay y entonces,
allí sí, puede transformarse en un equipo temible porque en sus filas cuenta
con buenos administradores si el rival se abre, y no sólo aprovechó a la
perfección esta situación (tácticamente, el partido estaba resuelto apenas en
media hora) sino que la diferencia, en el segundo tiempo, pudo haber sido mayor
si Lionel Messi no atravesara un momento tan extraño en su carrera, perdiendo
goles por detalles en la última puntada.
El mayor dilema
táctico de la selección argentina pasa, entonces, por resolver esta cuestión,
la de qué hacer ante los rivales que se le cierran, algo que seguramente se
incrementará en cada partido en condición de local (más aún, al enterarse todos
de lo que ocurrió ante ecuador y Paraguay), porque como visitante, probablemente
se encuentre con equipos que saldrán a buscar el triunfo por su condición y por
necesidad, y también es factible que de sacar una distancia al quinto de la
tabla de posiciones, pueda desarrollar su estrategia con una creciente
tranquilidad.
Pero este equipo
argentino tiene varios puntos a resolver, desde una defensa que no ofrece una
total seguridad con el eje central en Nicolás Otamendi, quien ha sido
fundamental en el pasado (no sólo en la Selección sino que hasta Josep
Guardiola llegó a decir que si había un jugador titular en su Manchester City,
era él, ahora en el Benfica) pero al que ahora se ve dubitativo en el fondo,
hasta la superposición de volantes en el medio, que le quita la chance de un
delantero más, que sería prioritario para ocupar el otro extremo, que se suele
dejar libre, en vez de explotar todas las zonas del campo. También sería
interesante que Scaloni permitiera soltar un poco más a los dos laterales,
Gonzalo Montiel y Nicolás Tagliafico, que se muestran un poco atados, por el
momento.
En cambio, hay
elementos positivos para rescatar, desde el recambio que significa la llegada
de Nicolás González, la consolidación de Lautaro Martínez como goleador y
emblema del futuro, la sobriedad y el tiempismo de Lucas Martínez Quarta como
defensor, o la notable evolución de Giovani Lo Celso, quien agregó recuperación
de pelotas a su cada vez mejor andar como “Plan B” para Lionel Messi.
Lo importante es
que ya van dos años con la misma base y que por fin, el cuerpo técnico
argentino (que parece ir experimentando mientras la clasificación se
desarrolla, cosa que no es lo más aconsejable) parece determinado a un
recambio, dando una importante vuelta de página luego de tantos años y en
cierto modo, por una cuestión generacional.
Pero Scaloni
deberá tener cuidado. Después de las
fiestas, que seguramente atravesará sin estrés, llegarán en marzo los dos
rivales más complicados. Brasil, por ser hoy el que mejor juega de toda
Sudamérica, pero antes, un equipo uruguayo que demostró ante una inexplicable
Colombia y en el calor y la humedad de Barranquilla, que tiene un esquema
suficientemente trabajado como para complicar, con un claro 4-4-2, con dos
delanteros potentes y goleadores como Edinson Cavani y Luis Suárez, y una línea
de volantes (Lucas Torreira, Rodrigo Bentancur y Nahitán Nández) que hicieron
un trabajo perfecto para llevarse un triunfo rotundo de 3-0.
Si Ecuador y
Paraguay, con mucho menos, pudieron complicar tanto a la selección argentina
cerrándose cerca de su arco, nos podemos imaginar lo que puede ser el conjunto
uruguayo. Por eso, estos meses deben servir al cuerpo técnico para pensar otra
estrategia para esta clase de partidos, asesorarse, y acaso, olvidarse del
vallado de volantes y rodear a Messi de más opciones de pase, como tener
extremos que puedan abrir a una defensa tan cerrada. Será la forma de resolver
el enigma principal de este equipo con buena cosecha de puntos, pero a no
engañarse, todavía en formación.
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