Hay una
coincidencia en gran parte del pueblo argentino acerca de que en cualquier
momento podía ocurrir que muriera Diego Armando Maradona, uno de los grandes
íconos del país, debido a su cada vez más complicado estado de salud y sin
embargo, quedó claro que nadie estaba lo suficientemente preparado para una
noticia que llegó cuando parecía que justamente estaba recuperándose.
Fueron tantas
las veces que se supo que Maradona estuvo cerca de la muerte (la más impactante
ocurrió a fines de 2000 en Uruguay, cuando se salvó de milagro y fue acogido en
Cuba por el ex presidente Fidel Castro, acaso la única persona que Maradona
admiró de verdad), que los argentinos se acostumbraron a recibir la noticia de
su muerte como una fake new, con la idea de que es tan fuerte que se va a
terminar recuperando, pero esta vez no fue así, y cuando se confirmó, una
multitud salió a la calle a expresar su inmenso pesar y sus cánticos de tribuna
de estadio, algo bien argentino y a las 22 horas (las 10 de la noche), la gente
aplaudió, emocionada y por un minuto en homenaje al súper crack.
Los últimos días
de Maradona no pudieron eludir las polémicas en torno a su salud entre
profesionales con opiniones distintas, y tironeos entre sus familiares y entre
éstos y su entorno (abogado y médico personal por estar más cerca de él, y
hasta entre ex parejas por celos.
A principios de
2020, se había ilusionado con la dirección técnica de Gimnasia y Esgrima La
Plata en la máxima categoría del fútbol argentino, Pero su salud no le permitía
una continuidad en el trabajo y había pasado de aquella adicción a las drogas a
otra al alcohol, sumado a miocardiopatía dilatada (su corazón tenía el doble
del tamaño natural) y otros problemas crónicos. Le costaba caminar (lo hacía
con muletas o apoyado en asistentes) y hablaba balbuceando. Dejó entonces su
tarea diaria en Gimnasia (que inexorablemente se encaminaba a descender a
Segunda) en manos de sus colaboradores Sebastián Méndez y Adrián González, con
su supervisión desde su residencia en Estancia Chica, cerca de la ciudad en la
que se encuentra el club.
A principios de
octubre, todo parecía mejorar a su alrededor. Sus principales allegados (el
médico Leopoldo Luque y su abogado y representante, Matías Morla) sostenían que
había bajado varios kilos, que se estaba recuperando de sus problemas en su
rodilla haciendo ejercicios, y él mismo declaró estar “feliz”. El anunciado
regreso del fútbol argentino, tras siete meses de cuarentena, parecían generar
una ilusión particular y una señal fue que la nueva Copa nacional comenzaría
justamente el viernes 30 de octubre, día de su cumpleaños sesenta y se
suspendían los descensos a Segunda (por lo cual, Gimnasia se salvaba).
Sin embargo,
todo se derrumbó como un castillo de naipes. Ese mismo día de su cumpleaños, el
presidente de la AFA, Claudio Tapia y el de la Liga de Fútbol, Marcelo Tinelli,
quisieron sacar rédito político apareciendo en una foto con él y lo hicieron ir
a la cancha de Gimnasia para entregarle una plaqueta y abrazarse con él cuando
su estado de salud era delicado y no era aconsejable salir de su casa (de
hecho, ni siquiera se quedó al partido entre su equipo y Patronato), y sintió
especialmente la ausencia de sus fallecidos padres (Diego y Dalma), tanto que
usaba un barbijo que llevaba una foto suya, de joven, acompañado de ellos.
También se supo
que no era tanta la tranquilidad que había en su casa y en su cumpleaños se
evidenció el enfrentamiento entre sus tres hijas (Dalma, Giannina y Jana –su
hijo Diego vive en Italia-) con quienes lo acompañaban en el día a día, y entre
las hijas y la ex pareja y madre de su niño pequeño Diego Fernando, Verónica
Ojeda. “Les digo a todos que no les voy a dejar nada, que voy a donar todo lo
que generé en mi vida”, llegó a gritarles en un momento, acerca de los 500
millones de dólares que tendría, según el sitio web “Celebrity Net Worth”. Para
colmo, había tenido duros intercambios judiciales con su primera mujer, Claudia
Villafañe, por cuestiones relacionadas con la inminente serie de Netflix sobre
su vida, “Sueño Bendito”.
Días más tarde,
sorprendía la noticia de que se había internado en una clínica de Olivos (muy
lejos de su residencia) por una operación en la cabeza que no parecía revestir
ninguna gravedad, aunque allí estalló otra polémica: si bien todos coincidían
en que no había que apurar su salida y que se trataba de un paciente “muy
difícil de manejar, acostumbrado a hacer su voluntad”, ante su presión, su
médico personal aceptó que el 11 de noviembre saliera de la clínica cuando su
médico por muchos años, el también psiquiatra Alfredo Cahe, sostenía lo
contrario.
Le
acondicionaron, entonces, una casa en el barrio exclusivo de Nordelta, en las
afueras de Buenos Aires, donde otra vez, parecía recuperarse, hasta que el miércoles 25 a las 12 del mediodía, cuando
llegaron como rutina a la habitación su psicólogo Carlos Díaz y su psiquiatra
Agustina Cosachov, descubrieron que yacía, sin vida, pese a que la ambulancia llegó
apenas once minutos después e intentaron hacerle RCP. El último que había
estado con él era su sobrino Johnny Espósito, hijo de su hermana Mary.
Después, la
noticia que nadie quería escuchar y que llegó segundos más tarde a todo el
mundo, los canales de TV y radios transmitiendo casi al unísono, los llantos en
cámara de sus ex compañeros en los distintos programas, y un caos absoluto en
un velatorio que terminó como sede en la Casa Rosada, la Casa de Gobierno que
da a la tradicional plaza de Mayo, en Buenos Aires, con una multitud que se
calculó en un millón de personas, llegadas desde todos los puntos del país y en
medio de la cuarentena, y con disputas entre la familia, que no aceptaba, y el
Gobierno, que quería extender el horario, y luego sobre quién es el responsable
de la represión policial a quienes hacían la inmensa fila para darle su último
adiós y no podían ingresar, hasta que, por fin, a última hora de la tarde,
cuando el sol se escondía, pudieron sacar el féretro por un costado del
edificio, para llevarlo al cementerio privado de Bella Vista, donde fue
enterrado en una ceremonia íntima, cerca de sus amados padres, acaso buscando,
por fin, la paz que no tuvo en vida.
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