El director
técnico argentino, Lionel Scaloni, llegó a responder en la conferencia de
prensa post partido ante Paraguay, ante la pregunta sobre el VAR, que primero
lo dejaran tomar aire unos segundos para luego arrancar pidiendo “unificar
criterios” con el uso de la tecnología en el fútbol, se quejó de quedar ahora “con un jugador menos
y por varios días o meses”, en referencia al lesionado Exequiel Palacios, y
manifestó que su equipo “hizo un gol más que ellos”, por el anulado a Lionel
Messi desde la cabina por una falta cometida 27 segundos antes y en campo
propio.
Por supuesto que
todos estos argumentos expuestos por el director técnico de la selección
argentina, que se va haciendo camino al andar –algo no deseable en esta
instancia, porque la selección argentina debería ser como un doctorado y no un
bachillerato- pueden ser atendibles, más allá de que si es por el uso de la
tecnología, hubo una mano clara de Nicolás Otamendi, y con el brazo extendido,
que era penal para Paraguay y ni siquiera hubo una consulta al VAR.
Pero más allá de
algún acto de injusticia (mucho más apuntado a la durísima falta de Ángel
Romero a Palacios en el primer tiempo, que le motivó una fractura lumbar y no
menos de dos meses de ausencia de las canchas con el Bayer Leverkusen y la
selección nacional, y a la que muchos atribuyen una venganza por otra que el
argentino le hizo a su hermano en el River-San Lorenzo de diciembre pasado),
siguen sin aparecer demasiados elementos de autocrítica cuando se comenta un
partido.
La selección
argentina sigue sin encontrar un camino definido, más allá de partidos mejores
o peores, y entonces deposita en el “afuera” casi todas sus frustraciones,
porque si todo pasa por el gol anulado a Messi, la gran pregunta es cuántas
situaciones de peligro se crearon como para no depender de un fallo adverso, la
suerte, o las atajadas del arquero rival. Y la respuesta es “muy pocas”.
Hay algún
atenuante para considerar, como algunas ausencias, especialmente la de Nicolás
Tagliafico en el lateral izquierdo, o la de Paulo Dybala del medio hacia
arriba, pero en el resto de los casos, casi todos los que no estuvieron, por
distintas dolencias, salvo Sergio Agüero, no fueron determinantes en el juego
de la selección argentina de los últimos tiempos, y con este entrenador.
Por lo tanto, el
problema no pasa ni por el VAR ni por las ausencias, sino por lo conceptual.
Por un lado, venimos sosteniendo que a diferencia de otros tiempos, se van
acentuando algunas carencias del fútbol argentino, maquilladas hasta ahora por
algunas estrellas que equilibraban el panorama, como Messi, Agüero, en tiempos
pasados Otamendi, la intermitencia de Ángel Di María, y ahora las apariciones
de Lautaro Martínez, Tagliafico y Lucas Ocampos, pero el resto de los casos,
tratándose de jugadores aceptables, acompaña como puede.
Lo manifestó
hace unos años el ex director técnico de la selección argentina, Alejandro
Sabella, a este escriba en una larguísima charla: “Es un tiempo en el que
sacamos muchos delanteros, pero pocos defensores. A veces toca así”, y el gran
interrogante comienza a llegar en cuanto a qué va a ocurrir el día que Messi
deje de formar parte del equipo y cada vez tenga menos salvación desde el
costado individual y sea necesaria, por fin, la aparición de un equipo.
La selección
argentina es, como nunca, la consecuencia de años sin planificación, de
demasiados de sus componentes jugando día a día en un fútbol de élite pero que
es técnica y tácticamente distinto al de nuestro medio, y en tiempos en los que
los entrenadores de equipos nacionales son sólo seleccionadores y no tienen
muchos días a sus futbolistas, ya no pueden ejercer una gran influencia en el
juego colectivo.
Y sumado a esto,
se trata de un fútbol que mira más al mercado que al juego, y que entonces
transfiere a cuanta promesa aparece cuando ésta aún no ha madurado, y que
muchas veces lo tiene que hacer en el destino final, sufriendo las
consecuencias. Entonces, aquellos “ocho” goleadores dieron lugar a los
“volantes mixtos”, aquellos “wines” pasaron a ser reemplazados por “laterales
que hacen la banda” y de aquellos polvos son estos lodos.
Se juega como se
puede y con lo que hay, y ni siquiera se pudo conseguir una estructura para
rodear al genio, para permitirle un equipo en el que se sienta cómodo, y no
frustrado porque la única manera de llegar al arco rival es con pelotas
paradas, errores del arquero rival, o que a alguien se le ilumine por una vez
la lamparita.
Y si le
agregamos las carencias de un entrenador con buenas intenciones pero con escasa
experiencia en el cargo, todo se complica, y entonces la selección argentina
hasta puede llegar a ser dominada como local por la paraguaya durante 25
minutos por no poder entender el ABC táctico de su adversario, que era tratar
de llegar con peligro por su jugador más hábil y veloz, Miguel Almirón, a quien
ni siquiera hacía falta descubrir porque jugó en el fútbol nacional con la
camiseta de Lanús.
Se trata de un
equipo argentino que no se pregunta para qué le sirve un sistema en el que se
superponen volantes de función parecida para quitarle jugadores al ataque,
dejando un campo completamente libre en una de las puntas por falta de uso, y
cuando por fin ingresa otro extremo, como Di María el pasado jueves en la
Bombonera, decide sacar al otro, por la otra banda…
Cuando un Messi
cada vez más resignado levanta la cabeza y mira hacia adelante, encuentra a un
Lautaro Martínez bien tomado por la defensa rival, y a Ocampos (o Di María) por
la banda, y a nadie más. Todo el resto del equipo está a sus espaldas o, como
máximo, a su lado, como ocurrió desde que Giovani Lo Celso, el mejor jugador
albiceleste ante Paraguay, reemplazó al lesionado Palacios. Demasiado poco para
pretender algo importante, y casi imposible de imaginar hace treinta o cuarenta
años, para no ir ya directamente a los tiempos de los recitales sudamericanos
con cinco delanteros y la admiración de todos por la abrumadora superioridad
técnica. Todo eso ya es pasado.
En el fútbol de
hoy se menciona mucho la palabra “equilibrio” pero hay muy poco de base en este
concepto, porque si en un juego de once, ocho se dedican a macar y tres a
crear, no parece haberlo, y menos se entiende cuando el rival no parece de
tanto cuidado como para que no se lo pueda controlar con uno o dos volantes y
cuatro defensores y el arquero.
Si delante de
los cuatro defensores, Leandro Paredes está para el primer pase y la
contención, y puede ser ayudado por Rodrigo de Paul o Palacios en esa labor,
¿no alcanza con ellos dos para sumar un extremo y atacar con tres delanteros,
como –ya que estamos en tren de copiar al supuesto modelo exitoso europeo-
proponen los equipos a los que mejor les fue en los últimos años? (Liverpool,
Bayern Munich, Manchester City).
Entonces, no hay
duda de que este uso del VAR (porque el problema no es la ciencia sino el uso
que se hace de ella) pueda generar quejas airadas (si bien el gol anulado a
Messi nos pareció correcto), como en la permisividad hacia Ángel Romero en la
descalificadora falta que lesionó a Exequiel Palacios y que no mereció ni
siquiera tarjeta amarilla, pero que el árbol del VAR no tape el bosque del
juego.
Con este fútbol,
jugando así, no se llega demasiado lejos. Podrá alcanzar, tal vez, para una
clasificación mundialista, y poco más que eso. Hay que apostar al juego, sin
miedo y con convicción. Y sin buscar culpables afuera, cuando hay demasiados
problemas que resolver adentro.
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