La selección
brasileña aparece nítidamente como la gran candidata a repetir el título de
campeona de la Copa América, tal como hace dos años, tanto por rendimiento
colectivo, regularidad, talento y por el buen trabajo de un entrenador
experimentado como Tité, lo que por si fuera poco se acentuó cuando a menos de
dos semanas de su inicio, la Conmebol decidió entregarle la sede (que también
lo fue en 2019) al desistir tanto Argentina como Colombia, las dos originales,
a causa de los graves casos de Covid.
No es que Brasil
tenga menos casos, sino más, en cantidad, debido a su numerosa población, que
supera a la de los dos países en casi cuatro veces y de hecho, al cierre de
este artículo ya contabilizaba 482 mil fallecidos, una cifra espeluznante,
aunque en los primeros meses de la pandemia, en 2020, su presidente, Jair
Bolsonaro, la calificara de “una gripezinha” y anduviera sin barbijo entre la
sociedad.
Más allá de los
aspectos políticos de una tambaleante Conmebol (diríamos que ya en el subsuelo
desde lo ético), que tal como con la Copa Libertadores y Sudamericana quiere
jugar a como de lugar, sin importar los infectados, fallecidos, y el mismo
riesgo para los protagonistas (sean futbolistas, entrenadores, árbitros y
miembros del cuerpo técnico), el cambio intempestivo de sede a menos de dos
semanas del inicio también generó un viraje psicológico en los equipos: no es
lo mismo, por ejemplo, para argentinos o colombianos saberse “semi” locales que
ir a jugar a Brasil.
En el caso
argentino, tras 28 años sin títulos oficiales (el último fue la Copa América de
Ecuador en 1993), no es para nada parecido jugar como local todas las fases
menos la final (que estaba prevista en Colombia), que ir a jugar a Brasil,
donde no sólo nunca fue campeona (con 14 títulos en el historial) sino que
jamás llegó siquiera a disputar una final, con el agravante de lo ocurrido en
la recordada semifinal del estadio Mineirao de Belo Horizonte en 2019 cuando fue
eliminada por los locales y hubo dos jugadas de muy posibles penales que ni
siquiera fueron chequeados en el VAR. No es un detalle menor que quien preside
el Comité Arbitral de la Conmebol es el brasileño Wilson Seneme.
Si le sumamos a
este dato que Brasil siempre que organizó una Copa América la ganó y que en la
clasificación mundialista para Qatar 2022 no sólo lidera por seis puntos al
segundo (Argentina) la tabla general, habiéndose impuesto en los seis partidos
jugados, parece evidente cuál es el principal candidato a ganar el torneo.
De todos modos, no
todo pasa por la historia sino por el gran presente y por una calidad de
jugadores que marca una enorme diferencia continental para Brasil sobre el
resto y por eso se impone con simpleza en la mayoría de los compromisos.
Si tomamos en
cuenta los dos últimos partidos de clasificación mundialista del grupo
sudamericano, jugados hace apenas unos días, es claro que más allá de Brasil
hay un grupo de equipos que se encuentran algunos escalones por encima del
resto, algo que se encargan de remarcar las tablas de la década.
La selección
argentina, siempre caótica en cuanto a respaldo institucional y a entrenadores
que nunca son los que deben ser (Lionel Scaloni, el actual, ni siquiera dirigió
equipos en el pasado), se encuentra hoy en un claro recambio generacional y el
gran desafío es conseguir que un genio como Lionel Messi, que se acerca a sus
34 años y en el inicio del declive de su brillante carrera, encaje por fin en
una estructura de conjunto, pero con el
problema de que salvo casos excepcionales, la mayoría de su plantel es de
buenos o muy buenos futbolistas aunque ya no hay Caniggias ni Ruggeris ni
Batistutas.
Uruguay, en
cambio, ha logrado una envidiable regularidad, con el más que experimentado
Oscar Washington Tabárez en el banco, que ha logrado entender que si bien los
cimientos son sólidos y hay una idea de juego, una gran defensa y una dupla
atacante letal con Luis Suárez y Edinson Cavani, hacía falta un cambio en el
medio del campo y aparecieron entones Lucas Torreira, Nixolás De la Cruz,
Rodrigo Bentancur o Matías Vecino.
Sin haber
comenzado bien esta clasificación con el entrenador portugués Carlos Queirós,
Colombia se va recuperando con el reemplazo por Reinaldo Rueda, y con un
rendimiento en ascenso de tantas de sus figuras del medio hacia adelante, con
la incógnita del conflicto de uno de sus mejores jugadores, James Rodríguez,
mientras que Chile mantiene a su
Generación Dorada, con la que ganó dos Copas América, pero se nota
cierto desgaste y no por nada no llegó al Mundial de Rusia 2018 y despidió a
Rueda, reemplazándolo por el uruguayo Martín Lasarte. Su desempeño en la Copa
América es una incógnita, al igual que este presente de Perú del argentino
Ricardo Gareca, que consiguió el boleto para el Mundial pasado luego de 36 años
de ausencia y pudo disputar la última final del torneo sudamericano ante Brasil
en el Maracaná, pero que recién ahora logró enderezar algo su rumbo luego de un
desastroso inicio de clasificación a Qatar.
La selección ecuatoriana
también parecía ir por buen camino con el argentino Gustavo Alfaro y contando
de a poco con aquellos jóvenes que hicieron historia tanto en el Sudamericano
como en el Mundial sub-20 de 2010, pero no parece dar garantías de regularidad,
mientras que Paraguay ha perdido desde hace rato aquella solidez defensiva y
especialmente, esa estructura con la que se destacó en los últimos años del
Siglo XX,
Claramente,
Bolivia y Venezuela ocupan el último escalón continental y sería una sorpresa
que pudieran avanzar mucho en el torneo. Especialmente la “Vinotinto” ofrecía
un avance importante hasta hace pocos años, y de hecho cuenta con buen recambio
juvenil, pero se observa cierto caos institucional y un escaso aprovechamiento
del éxito de sus jugadores jóvenes en el concierto internacional. Ese esperado
traspaso, no se produjo aún y si no toma velocidad, puede que se haya
desaprovechado ese momento y sería, a todas luces, imperdonable.
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