martes, 1 de junio de 2021

Cuando Messi rechazó el premio al mejor jugador de la Copa América 2015, que la selección argentina perdió por penales ante Chile (Infobae)


 

Ni siquiera el premio al mejor jugador del torneo lo pudo alegrar. Lionel Messi, que ya era considerado el mejor jugador del mundo y que acumulaba cuatro Balones de Oro de la FIFA –y ese año ganaría el quinto- rechazó el galardón que decidió otorgarle la Conmebol tras la Copa América 2015, sin consuelo por haber perdido con la selección argentina una segunda final importante consecutiva, un año después de que se escapó por muy poco la Copa del Mundo en Brasil.

Era el primer torneo importante para el entrenador de la selección argentina, Gerardo Martino, que había asumido en reemplazo de un desgastado Alejandro Sabella después de que el equipo nacional arañara el sueño del título mundial en el estadio Maracaná, ante Alemania, en 2014 y a su vez, eso la transformaba en candidata a ganar, por fin, una Copa América que se negaba desde Ecuador 1993.

La candidatura de la selección argentina era rotunda y tenía otro aditamento, y era que Messi llegaba de un año espectacular, en el que había ganado tanto la Liga Española como la Copa del Rey y la Champions League (en una final contra la Juventus de Carlos Tévez), con 58 goles en 57 partidos jugados en el Barcelona, remontando lo que parecía una difícil temporada tras algunos choques iniciales con su entrenador Luis Enrique Martínez.

Sin embargo, Messi se recuperó, el vestuario se fue tranquilizando, y el Barcelona terminó la última gran temporada hasta la actualidad, que derivaría en el Mundial de Clubes que ganaría en diciembre en Japón ante River.

La selección argentina llegaba con la necesidad de ganar esa Copa América y Martino había logrado mantener la base del equipo que llegó a disputar la final del Mundial en 2014, con la idea de regresar a un fútbol clásico, para lo que convocó a jugadores como Javier Pastore, Ever Banega o Erik Lamela, sumados a la polémica que se generó por el retorno de Carlos Tévez al equipo nacional tras haberse quedado fuera de Brasil 2014.

El equipo argentino procuraba jugar un fútbol más incisivo, y ya no a la contra como en tiempos de Sabella, aunque el comienzo de la Copa América en La Serena, ante Paraguay, fue extraño. Parecía un cómodo debut, se imponía 2-0 en 35 minutos con un gol de Sergio Agüero y un penal de Messi, pero el conjunto guaraní que dirigía Ramón Díaz consiguió empatar 2-2 por Nelson Haedo Valdez y Lucas Barrios.

Sin embargo, cuando reinaba el desconcierto porque la selección argentina había redondeado un buen partido pero no había podido llevarse la victoria, a los pocos días pudo tranquilizarse al vencer en el clásico rioplatense a Uruguay por 1-0 con gol de Agüero, y completó su participación en el grupo al vencer a Jamaica 1-0 en Viña del Mar con un tempranero gol de Gonzalo Higuaín.

En los cuartos de final, esperaba Colombia, otra vez en Viña del Mar y allí volvieron a aparecer los fantasmas. Un prolijo equipo argentino había tenido varias ocasiones de gol pero no pudo concretarlas y tras un empate sin goles, hubo que ir a los penales y allí se impusieron los de Martino en una dramática definición por 5-4 y en la que Messi marcó el suyo, que fue el primero de los ejecutados.

“Es increíble lo que me cuesta hacer un gol con la Selección –afirmó tras el partido-. Fue el mejor partido que hicimos. Creamos situaciones por todos lados y menos mal que en los penales tuvimos la suerte que no tuvimos en el partido”.

Ya en semifinales, otra vez aparecía Paraguay como rival y el recuerdo de aquel triunfo de la fase de grupos que se escapó cuando parecía concretado, pero esta vez no hubo dudas y acaso en la mejor actuación de todo el certamen, Argentina se impuso por 6-1 y la sensación de que Martino había logrado transmitir a sus jugadores lo que pretendía del equipo.

La selección argentina había llegado a la final en el estadio Nacional de Santiago ante el equipo local, que había mostrado un buen funcionamiento colectivo y especial dependencia de la técnica del “Mago” Jorge Valdivia para manejar la pelota, la contundencia de Alexis Sánchez y el despliegue de Arturo Vidal, que había sido perdonado por el entrenador argentino Jorge Sampaoli después de haber protagonizado un accidente con su Ferrari cuando conducía en estado de ebriedad y cuando ya se pensaba que quedaría excluido de lo que restaba del torneo por un acto de indisciplina.

La expectativa era mayúscula porque la selección chilena nunca había ganado una Copa América y si siempre hubo un gran respeto por el fútbol argentino, Messi transmitía algo más que eso. Era temor, no sólo por sus antecedentes sino por lo que venía produciendo en la temporada y en el torneo. La idea era ajustarle la marca en zona con un volante de probado carácter como Gary Medel, y oponerle un sistema que lo rodeara y no lo dejara maniobrar.

Con un público completamente hostil, algo a lo que el argentino ya se había acostumbrado especialmente en algunos partidos de liga española en estadios como el Santiago Bernabeu del Real Madrid o el Vicente Calderón del Atlético de Madrid, Messi comenzó bien la final, encontrándose seguido con su amigo y compañero de habitación, Sergio Agüero, y con Ángel Di María, pero chocaba siempre con una defensa en línea de cinco, con Paulo Díaz como líbero.

Bastaba que Messi tomara la pelita para que ya fuera silbado por todo el estadio, y que fuera rodeado por Jean Beausejour, Charles Aranguiz e incluso Vidal, y especialmente Medel, algo que comenzó a fastidiarlo al entender que no tenía espacio suficiente para maniobrar y apenas había sacado un buen centro que Agüero casi cabecea hacia la red, pero poco más y el desconcierto aumentó cuando a los 25 minutos se lesionó Di María.

Empezó a desconectarse, a sentir la impotencia de no poder encontrar con quién combinar, además de recibir golpes poco frecuentes especialmente uno en el pecho por parte de Medel. Un Messi que estaba en mucha mejor condición física que en Brasil 2014, no encontraba la salida aunque a un minuto para el final logró sacar un pase casi perfecto a Gonzalo Higuaín, que no llegó por milímetros para conectar al gol en el segundo palo, en lo que hubiese sido el tanto del título.

Ya sin goles tampoco en el alargue, y con el argentino caminando por el césped bien contenido ahora por Matías Fernández, hubo que ir a los penales y allí el rosarino volvió a convertir el primero de su equipo, pero luego fallaron Higuiaín y Banega, y Alexis Sánchez se encargó de marcar el definitivo para Chile, que inició el festejo loco en el estadio y en las calles de Santiago con el primer título sudamericano de su historia.

Messi, el jugador que más veces había rematado al arco en toda la Copa América de Chile, - y que había hecho más gambetas solo que toda la selección paraguaya y el de más aciertos en pases en el campo rival (82%) (según las estadísticas) aunque apenas con un gol (y de penal) y tres asistencias-, nunca lo había hecho en toda la final.

Aquella tarde, en el estadio Nacional, no había salido nada de lo planeado, al punto que se había ido preocupado al vestuario, al término del primer tiempo, al no divisar a su familia, que había tenido que guarecerse por seguridad ante la hostilidad de parte del público.

Otra vez, la selección argentina se había quedado sin nada, y tan cerca de otro título, y por segunda vez consecutiva, sin goles en contra en los noventa minutos del partido decisivo (aunque tampoco a favor, claro). De nada valió, después, que Martino haya manifestado que “Argentina mereció ganar en un partido parejo entre dos selecciones excelentes” o que, cansado de perder finales, Javier Mascherano les dijera a sus compañeros que estaba “cansado de comer mierda”.

Si muchos se sorprendieron cuando se entregaron los premios del torneo al chileno Claudio Bravo como mejor arquero, al colombiano Jeison Murillo como el mejor jugador joven, al peruano Paolo Guerrero y al chileno Eduardo Vargas por ser los goleadores y a la selección peruana por el Fair Play, distinto fue notar que Messi no apareció para recibir el Balón de Oro como mejor jugador del certamen –incluso tampoco fue a recibir el galardón cuando lo eligieron mejor jugador del partido ante Paraguay en la primera fase y la AFA prefirió pagar una multa-. Su objetivo nunca había sido individual sino colectivo. Lo suyo pasaba por ganar, por fin, un título con la selección argentina, y otra vez se quedaba sin nada. El premio, entonces, quedó vacante.

 


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