Ni siquiera el
premio al mejor jugador del torneo lo pudo alegrar. Lionel Messi, que ya era
considerado el mejor jugador del mundo y que acumulaba cuatro Balones de Oro de
la FIFA –y ese año ganaría el quinto- rechazó el galardón que decidió otorgarle
la Conmebol tras la Copa América 2015, sin consuelo por haber perdido con la
selección argentina una segunda final importante consecutiva, un año después de
que se escapó por muy poco la Copa del Mundo en Brasil.
Era el primer
torneo importante para el entrenador de la selección argentina, Gerardo
Martino, que había asumido en reemplazo de un desgastado Alejandro Sabella
después de que el equipo nacional arañara el sueño del título mundial en el
estadio Maracaná, ante Alemania, en 2014 y a su vez, eso la transformaba en
candidata a ganar, por fin, una Copa América que se negaba desde Ecuador 1993.
La candidatura de
la selección argentina era rotunda y tenía otro aditamento, y era que Messi
llegaba de un año espectacular, en el que había ganado tanto la Liga Española
como la Copa del Rey y la Champions League (en una final contra la Juventus de
Carlos Tévez), con 58 goles en 57 partidos jugados en el Barcelona, remontando
lo que parecía una difícil temporada tras algunos choques iniciales con su
entrenador Luis Enrique Martínez.
Sin embargo,
Messi se recuperó, el vestuario se fue tranquilizando, y el Barcelona terminó
la última gran temporada hasta la actualidad, que derivaría en el Mundial de
Clubes que ganaría en diciembre en Japón ante River.
La selección
argentina llegaba con la necesidad de ganar esa Copa América y Martino había
logrado mantener la base del equipo que llegó a disputar la final del Mundial
en 2014, con la idea de regresar a un fútbol clásico, para lo que convocó a
jugadores como Javier Pastore, Ever Banega o Erik Lamela, sumados a la polémica
que se generó por el retorno de Carlos Tévez al equipo nacional tras haberse
quedado fuera de Brasil 2014.
El equipo
argentino procuraba jugar un fútbol más incisivo, y ya no a la contra como en
tiempos de Sabella, aunque el comienzo de la Copa América en La Serena, ante
Paraguay, fue extraño. Parecía un cómodo debut, se imponía 2-0 en 35 minutos
con un gol de Sergio Agüero y un penal de Messi, pero el conjunto guaraní que
dirigía Ramón Díaz consiguió empatar 2-2 por Nelson Haedo Valdez y Lucas
Barrios.
Sin embargo,
cuando reinaba el desconcierto porque la selección argentina había redondeado
un buen partido pero no había podido llevarse la victoria, a los pocos días
pudo tranquilizarse al vencer en el clásico rioplatense a Uruguay por 1-0 con
gol de Agüero, y completó su participación en el grupo al vencer a Jamaica 1-0
en Viña del Mar con un tempranero gol de Gonzalo Higuaín.
En los cuartos
de final, esperaba Colombia, otra vez en Viña del Mar y allí volvieron a
aparecer los fantasmas. Un prolijo equipo argentino había tenido varias
ocasiones de gol pero no pudo concretarlas y tras un empate sin goles, hubo que
ir a los penales y allí se impusieron los de Martino en una dramática
definición por 5-4 y en la que Messi marcó el suyo, que fue el primero de los
ejecutados.
“Es increíble lo
que me cuesta hacer un gol con la Selección –afirmó tras el partido-. Fue el
mejor partido que hicimos. Creamos situaciones por todos lados y menos mal que
en los penales tuvimos la suerte que no tuvimos en el partido”.
Ya en
semifinales, otra vez aparecía Paraguay como rival y el recuerdo de aquel
triunfo de la fase de grupos que se escapó cuando parecía concretado, pero esta
vez no hubo dudas y acaso en la mejor actuación de todo el certamen, Argentina
se impuso por 6-1 y la sensación de que Martino había logrado transmitir a sus
jugadores lo que pretendía del equipo.
La selección
argentina había llegado a la final en el estadio Nacional de Santiago ante el
equipo local, que había mostrado un buen funcionamiento colectivo y especial
dependencia de la técnica del “Mago” Jorge Valdivia para manejar la pelota, la
contundencia de Alexis Sánchez y el despliegue de Arturo Vidal, que había sido
perdonado por el entrenador argentino Jorge Sampaoli después de haber
protagonizado un accidente con su Ferrari cuando conducía en estado de ebriedad
y cuando ya se pensaba que quedaría excluido de lo que restaba del torneo por
un acto de indisciplina.
La expectativa
era mayúscula porque la selección chilena nunca había ganado una Copa América y
si siempre hubo un gran respeto por el fútbol argentino, Messi transmitía algo
más que eso. Era temor, no sólo por sus antecedentes sino por lo que venía
produciendo en la temporada y en el torneo. La idea era ajustarle la marca en
zona con un volante de probado carácter como Gary Medel, y oponerle un sistema
que lo rodeara y no lo dejara maniobrar.
Con un público
completamente hostil, algo a lo que el argentino ya se había acostumbrado
especialmente en algunos partidos de liga española en estadios como el Santiago
Bernabeu del Real Madrid o el Vicente Calderón del Atlético de Madrid, Messi
comenzó bien la final, encontrándose seguido con su amigo y compañero de
habitación, Sergio Agüero, y con Ángel Di María, pero chocaba siempre con una
defensa en línea de cinco, con Paulo Díaz como líbero.
Bastaba que
Messi tomara la pelita para que ya fuera silbado por todo el estadio, y que
fuera rodeado por Jean Beausejour, Charles Aranguiz e incluso Vidal, y
especialmente Medel, algo que comenzó a fastidiarlo al entender que no tenía
espacio suficiente para maniobrar y apenas había sacado un buen centro que
Agüero casi cabecea hacia la red, pero poco más y el desconcierto aumentó
cuando a los 25 minutos se lesionó Di María.
Empezó a
desconectarse, a sentir la impotencia de no poder encontrar con quién combinar,
además de recibir golpes poco frecuentes especialmente uno en el pecho por
parte de Medel. Un Messi que estaba en mucha mejor condición física que en
Brasil 2014, no encontraba la salida aunque a un minuto para el final logró
sacar un pase casi perfecto a Gonzalo Higuaín, que no llegó por milímetros para
conectar al gol en el segundo palo, en lo que hubiese sido el tanto del título.
Ya sin goles
tampoco en el alargue, y con el argentino caminando por el césped bien
contenido ahora por Matías Fernández, hubo que ir a los penales y allí el
rosarino volvió a convertir el primero de su equipo, pero luego fallaron
Higuiaín y Banega, y Alexis Sánchez se encargó de marcar el definitivo para
Chile, que inició el festejo loco en el estadio y en las calles de Santiago con
el primer título sudamericano de su historia.
Messi, el
jugador que más veces había rematado al arco en toda la Copa América de Chile,
- y que había hecho más gambetas solo que toda la selección paraguaya y el de
más aciertos en pases en el campo rival (82%) (según las estadísticas) aunque
apenas con un gol (y de penal) y tres asistencias-, nunca lo había hecho en
toda la final.
Aquella tarde,
en el estadio Nacional, no había salido nada de lo planeado, al punto que se
había ido preocupado al vestuario, al término del primer tiempo, al no divisar
a su familia, que había tenido que guarecerse por seguridad ante la hostilidad
de parte del público.
Otra vez, la
selección argentina se había quedado sin nada, y tan cerca de otro título, y
por segunda vez consecutiva, sin goles en contra en los noventa minutos del
partido decisivo (aunque tampoco a favor, claro). De nada valió, después, que
Martino haya manifestado que “Argentina mereció ganar en un partido parejo
entre dos selecciones excelentes” o que, cansado de perder finales, Javier
Mascherano les dijera a sus compañeros que estaba “cansado de comer mierda”.
Si muchos se
sorprendieron cuando se entregaron los premios del torneo al chileno Claudio
Bravo como mejor arquero, al colombiano Jeison Murillo como el mejor jugador
joven, al peruano Paolo Guerrero y al chileno Eduardo Vargas por ser los
goleadores y a la selección peruana por el Fair Play, distinto fue notar que
Messi no apareció para recibir el Balón de Oro como mejor jugador del certamen
–incluso tampoco fue a recibir el galardón cuando lo eligieron mejor jugador
del partido ante Paraguay en la primera fase y la AFA prefirió pagar una multa-.
Su objetivo nunca había sido individual sino colectivo. Lo suyo pasaba por
ganar, por fin, un título con la selección argentina, y otra vez se quedaba sin
nada. El premio, entonces, quedó vacante.
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