La selección
argentina avanza en su grupo de la Copa América luego de vencer a Uruguay en el
Clásico del Río de la Plata, conserva un invicto de quince partidos (de los que
empató siete) pero si es por el rendimiento dentro de la cancha, todavía no puede
afirmarse que es un equipo sino un
conjunto de buenas voluntades y una suma de construcciones de pequeñas
sociedades que, acaso amalgamadas en un futuro o con el correr de los partidos,
termine dando como resultado un conjunto sólido.
Por el momento,
se suceden las buenas y las malas noticias. De las primeras hay que destacar el
aporte de dos jugadores en puestos fundamentales como el arquero Emiliano
“Dibu” Martínez y el marcador central Cristian “Cuti” Romero, que le dieron
solidez al aspecto defensivo, una zona que generó muchas dudas en los recientes
compromisos del equipo nacional a partir de no haber podido mantener un
resultado favorable en los tres partidos anteriores.
Martínez, de
gran presente en la Premier League inglesa jugando para el Aston Villa,
transmite una seguridad total, incluso en partidos como ante Uruguay el pasado
viernes en Brasilia, cuando casi no fue exigido y sin embargo, cada pelota que
llegó cerca la atenazó y la embolsó sin dar la mínima idea de rebote. La gran
incógnita pasará por saber qué hará Lionel Scaloni, el entrenador de la
selección nacional, cuando se termine de recuperar y se encuentre apto para
volver Franco Armani, quien era titular y que sin se descollante en su función,
tampoco tuvo errores que marcaran una posible salida.
En el caso de
Romero, su ubicación, temperamento, marca y técnica, sumado a su aporte en el
juego aéreo tanto defensivo como ofensivo, le van abriendo las puertas a la
titularidad, pero el debate pasará desde ahora por el jugador que deberá
resignar su lugar para su entrada entre los once y en ese caso, si bien creemos
que quien debe salir es el veterano Nicolás Otamendi –que ya no es lo que era y
lo marca incluso su salida del Manchester City para pasar a jugar en el Benfica
portugués-, probablemente sea Lucas Martínez Quarta.
De la mitad de
la cancha hacia adelante, el problema sigue siendo estructural. Lionel Messi
sigue sin compañía suficiente a la hora de encarar hacia adelante. Cuenta más
con “ruedas de auxilio” como Giovani Lo Celso o Rodrigo De Paul, que con
ejecutantes de sus ideas una vez que la pelota traspasa su línea hacia
posiciones ofensivas por tener apenas dos referentes al levantar su cabeza:
Lautaro Martínez y últimamente, Nicolás González, quedando una de las bandas (o
las dos, en muchos momentos) para los dos laterales, que no son atacantes puros
y que terminan limitando las posibilidades de llegada.
En el medio hay
exceso de volantes, ya sea por las precauciones que toma Scaloni o ya sea
porque al no haber un “cinco” (al estilo de Javier Mascherano), el entrenador
optó por un “diez” reconvertido como Leandro Paredes en esa función y eso
obliga a ayudarlo en la marca y en el primer pase, pero a la vez obliga a
sacrificar una pieza en ataque, dejando a Messi demasiado solo y pese a que
sigue siendo un jugador fundamental (otra vez lo demostró ante Uruguay por si
hiciera falta) a los casi 34 años –los cumple el próximo 24 de junio- ya no
puede tener el pique de una década atrás y necesita de la colaboración de los
demás compañeros.
En el último
partido ante Uruguay, en Brasilia, una lesión de Paredes permitió la entrada de
Guido Rodríguez, que si bien tampoco es un “cinco” a la vieja usanza, se parece
más que Paredes y ya se notó un cierto ordenamiento mayor del equipo, aunque
con las carencias ofensivas de siempre, por la falta de atacantes y porque
además, Lautaro Martínez se encuentra en un mal momento que puede tenerlo
cualquier goleador, pero para reemplazarlo, Scaloni optó por Joaquín Correa en
vez de hacerlo, como se esperaba, por Sergio Agüero.
Hasta se podría
entender si, por ejemplo, Agüero no fuera convocado para esta Copa América por
falta de rodaje en una temporada complicada como la pasada, en la que jugó muy
poco y terminó yéndose del Manchester City. Pero ya no se entiende cuando sí es
parte de una lista y con tan pocos partidos jugados en los últimos meses, no se
lo aprovecha en esta fase de grupos en la que de cinco equipos se clasifican cuatro
para la fase final. ¿No es ahora cuando Agüero debería ir sumando minutos para
ponerse en forma? Y si no está en condiciones de jugar y termina siendo menos
opción que Correa, ¿para qué entonces forma parte del plantel? Es una de las
tantas preguntas que se formulan por no entender cuál es la idea de Scaloni en
este sentido.
Otro tema a
resolver son los cambios durante los partidos. Por lo general, parecen señales
a los adversarios de que el equipo argentino se retraerá en el campo de juego,
como ocurrió en Barranquilla ante Colombia por la clasificación al Mundial de
Qatar, o incluso en los últimos minutos ante Uruguay en Brasilia, cuando el
equipo “celeste” no había generado peligro en todo el partido y viene teniendo
importantes carencias para definir y su juego está lejos de ser el de otros
tiempos.
Sin embargo, con
un exceso de precauciones, la selección argentina le cedió campo y pelota, fue
retrocediendo hacia su arco, y terminó reventando la pelota lejos, con Messi de
punta corriendo a los defensores rivales, y pidiendo la hora ante un rival
inferior, acaso con la desesperación de que no le volviera a ocurrir eso de que
le volvieran a empatar tras estar en ventaja.
Puede entenderse
desde lo psicológico en esta oportunidad, pero no parece el camino aconsejable
para una selección con tanta historia como la argentina, que ganó, suma cuatro
puntos, quedará como único líder o compartiendo la tabla junto con Paraguay, al
que enfrentará el lunes también en Brasilia, pero de esta forma difícilmente
pueda convencer jugando de esta manera, por más que pronto se desate la
euforia, se señale los partidos sin perder (sin medir ante qué rivales y cómo
se jugó) y se crea que estamos en presencia de un conjunto ya amalgamado y con
enorme futuro.
La selección
argentina está en una transición que es lógica desde lo generacional pero si no
se cambian algunas actitudes en búsqueda de mayor grandeza, se corre el riesgo
de navegar en la mediocridad sin darse cuenta de ello, que es lo más peligroso.
Lo claro es que
esta selección argentina todavía no es un equipo, y de los próximos partidos
depende de que lo vaya a ser o no si se asume como protagonista, si se da
cuenta de lo que marca su historia y si su entrenador le encuentra la vuelta a
los distintos problemas que deben ser corregidos. Habrá que seguir esperando.
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