Acaso se haya
profundizado por los siete meses de inactividad desde su último partido
oficial, pero las señales que dejó la selección argentina, tras el magro empate
1-1 ante Chile del pasado jueves en Santiago del Estero, son muy preocupantes y
un evidente retroceso en el armado del equipo, mucho más allá de que por el
momento no parece peligrar la clasificación al Mundial de Qatar.
El equipo
argentino que conduce Lionel Scaloni mostró que conserva algunos vicios que no
parecen encontrar un mínimo atisbo de solución, como que sus jugadores –muchos de
ellos con renombre y protagonismo en los principales clubes europeos- siguen
sin soltarse, como si fuera más importante cumplir una función que les fuera
encomendada antes que rebelarse ante la adversidad o buscar decididamente el
ataque para superar la adversidad.
En algunos casos,
cuesta concluir si sus desempeños fueron acertados o no porque la sensación que
se transmite es que juegan con un determinado plan conservador de no descuidar
al adversario incluso antes que atacar, cuando se trata de futbolistas de las
líneas supuestamente ofensivas, como los casos de Ángel Di María o Lucas
Ocampos, totalmente desdibujados.
Cuando Scaloni
optó por estos dos jugadores, habitualmente extremos, parecía que la idea
original –un tanto arriesgada para lo que habían sido los cuatro planteos
anteriores en esta clasificación- era, por fin, y tomando consciencia de la
localía cuando luego había que viajar a Barranquilla para enfrentar a Colombia-
un 4-3-3, con Lautaro Martínez en el centro y con Lionel Messi algo más atrás,
ayudado por un volante mixto como Rodrigo De Paul y por Leandro Paredes en la
contención, pero evidentemente, somos de una generación romántica y
empedernida.
A los pocos
segundos de iniciado el partido en el estadio “Madre de Ciudades”, fue claro
que todo se trataba de una vana ilusión. Di María volanteaba sin ir casi nunca
a la punta, cumpliendo a rajatabla la función que en otros compromisos tuvieron
Exequiel Palacios o Giovani Lo Celso, ambos ausentes en el equipo titular y lejos
de aquellas incursiones ofensivas que deslumbraron en algunos momentos en el
PSG francés. Y Ocampos no tenía nada que ver con aquel del Sevilla, que no sólo
es imparable por su banda sino que suele estar acompañado por su marcador
lateral para generar superioridad numérica contra el rival de turno. Pero nada
que ver. El ex jugador de River navegaba en la mediocridad, escondido y sin
participación alguna.
De esta forma,
una vez más, como una postal repetida de los últimos años del conjunto
nacional, Lionel Messi inició su recorrido hacia atrás en busca desesperada de
la pelota, que nadie le alcanzaba con limpieza, hasta terminar como tantas
veces en el círculo central para arrancar desde ahí hacia el arco rival (fue el
que más remató, con cinco tiros al arco sobre siete totales de su equipo) y el
gol llegó de una de las pocas maneras posibles, cuando Lautaro Martínez se pudo
interponer entre el grandote Maripán y el arquero Claudio Bravo, y al defensor
no le quedó otra que cometerle penal, ratificado por los oficios del VAR.
Si no fuera por
este tipo de jugadas, una avivada, o un tiro libre de Messi, lo que transmite
la selección argentina (y no es la primera vez) es que puede estar jugando
horas sin convertir –apenas tres equipos de la tabla tienen menos goles a
favor- y eso que enfrente tuvo un rival como Chile que tomó demasiadas
precauciones, sea porque no contaba con una de sus principales figuras, Arturo
Vidal (autor de cuatro de los siete goles del equipo en la clasificatoria), o
por el respeto que inspira –todavía y por suerte- la actualmente desdibujada
camiseta albiceleste.
Pero también
quedó claro que las escasísimas veces que el equipo chileno incursionó en campo
argentino, pudo generar peligro, como se notó en el gol del empate, una jugada
que consistió en un tiro libre apenas pasado el círculo central, pase cruzado
hacia la derecha, anticipo de Gary Medel con centro rasante y Alexis Sánchez,
solo y sin arquero, apenas necesitó empujar la pelota a la red.
Este equipo
argentino no tiene, tampoco, un “cinco” de marca. Scaloni, ante la escasez de
jugadores en esa función –mientras, podría ser útil, acaso, Enzo Pérez- optó
por un buen primer pase de Paredes y por De Paul como rueda de auxilio, aunque
habitualmente coloca un tercer volante y le quita una posición al ataque.
Las novedades
más auspiciosas parecen venir desde la retaguardia, con el debut de Emiliano
“Dibu” Martínez, de enorme temporada atajando en el Aston Villa de la Premier
League inglesa, aunque no queda claro si el arquero titular seguirá siendo
Franco Armani, y el también estreno de Cristian “Cuti” Romero, que se destacó
mucho en el Atalanta de Gian Piero Gasperini. El primero no tuvo mucho trabajo
y el segundo necesitó pocos minutos para demostrar sus condiciones y se perfila
para tener continuidad en un futuro inmediato.
El problema de
la selección argentina sigue siendo de filosofía y no es nuevo, sino de vieja
data. Sin tener idea sobre qué se pretende hacer, si no se sabe a qué jugar, es
difícil que lo colectivo salga al rescate cuando lo individual no funciona, y
parece contradictorio convocar jugadores para que cumplan trabajos distintos a
los de sus equipos, que justamente son los que los proyectaron al equipo
nacional (caso Ángel Correa, que siendo campeón de la liga española con el
Atlético de Madrid como segunda punta, jugó en una línea de tres junto con
Messi y Di María detrás de Lautaro Martínez).
Sin rumbo, como
tantas otras veces, habrá que prender velas otra vez al genio de Messi, que
cada vez es más veterano y por tanto, cada vez más limitado aunque se ponga en
el hombro casi todo lo que hace el equipo, y se dependerá de que en cada caso,
se destape alguna individualidad que pase por una buena tarde o noche.
La estructura,
por sí misma, es poco o nada sin una idea atrás, sin anteponer el juego al
esquema, la creatividad al orden táctico. De lo contrario, una clasificación al
Mundial (angustiante o no) puede volver a ser engañosa como en experiencias
recientes, que nos recuerdan que luego en el gran torneo, hay que enfrentar a
potencias que no tendrán indulgencia con estos vicios.
Ojalá no sea
tarde y que ya en Barranquilla se observe, aunque más no sea, unos grumos de
progreso.
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