Apenas horas de
comenzar la Copa América más irregular de su larga y rica historia, la Conmebol
volvió a cambiar el reglamento y lo que hasta hace escasas semanas fue estricto
y rígido, como que aquellos equipos que no tuvieran disponibles jugadores por
razones de salud debían participar con lo que tenían o perder los puntos en
caso de no presentarse, ahora pasaba a ser aceptado cualquier clase de cambio
en las listas de futbolistas, sin límite alguno, dando un giro de 180 grados.
De esta manera,
los jugadores que den positivo de coronavirus en esta Copa América de Brasil,
que iba a jugarse primero en Argentina y Colombia, y luego sólo en Argentina, podrán ser
reemplazados sin límites cuando las pruebas de PCR den positivo o los que sean
considerados de “contacto estrecho” según la legislación local por lo que a
consecuencia de ello deban ser aislados.
Esto significa
que apenas semanas después, aquella camiseta verde de Enzo Pérez, cuando fue
arquero ante Independiente Santa fe por la Copa Libertadores, cuando River fue
obligado a salir a la cancha con lo que tenía pese a una importante cantidad de
casos positivos –una marca de indumentaria sacó a la venta una serie de
réplicas de la ocasional vestimenta del habitual volante- ya no tiene sentido.
¿Cuál es entonces la coherencia de la institución futbolística sudamericana?
Venimos
insistiendo en estas páginas desde hace tiempo que el único interés de la
Conmebol, ya sea con los torneos continentales de equipos o como ahora la Copa
América de selecciones, es que se juegue a como dé lugar para poder recuperar
económicamente las inversiones hechas por las empresas que adquirieron los
derechos de TV, marketing y negocios colaterales y que llegaron a adelantar
fondos en momentos complicados de la temporada, que ya fueron gastados por las
distintas federaciones.
El derrotero que
llevó esta Copa América hasta que suene el silbato y comience en las próximas
horas el partido entre el ahora impensado local, Brasil, ante un equipo
venezolano que es toda una incógnita al sumar trece casos de coronavirus
–motivo por el que se especula que la Conmebol aceptó virar su reglamento hasta
aceptar cambios ilimitados en los planteles-, es para sumar otros relatos de realismo
mágico, desde el momento en que la Federación Colombiana terminó aceptando que
era imposible organizar el torneo por las movilizaciones en todo el país en
contra de las medidas del presidente Iván Duque, hasta los vaivenes del
Gobierno argentino, que horas antes de manifestar que se iba complicando la
chance de ser sede, sostenía desde su ministra de Salud, Carla Vizzotti, que
dos mil personas que podían llegar para el certamen no significaban un motivo
de preocupación desde lo sanitario.
Todo terminó en
el peor país posible en el continente, Brasil, con cerca de medio millón de
fallecidos a causa del Covid. A la Conmebol no le bastó que tres equipos de
distintos países (Brasil, Uruguay y Argentina) regresaran de Colombia con
múltiples casos positivos (pese a que tuvieron que jugar igual). Ahora, se
conoce que a horas de comenzar la Copa América, no sólo Venezuela tiene 13
casos, sino que Bolivia (otro de los
pocos equipos que ya se encuentran en territorio brasileño) suma otros cinco
casos, mientras que Argentina (desplazada como sede) consiguió que se le
admitiera viajar sólo para los días de partido y mantener a su equipo
concentrado en Ezeiza. Una irregularidad tras otra.
Ninguna señal es
válida para la Conmebol. Ni los permanentes casos positivos de los jugadores,
ni las manifestaciones políticas contra la organización de sus torneos (como
ocurrió en Colombia en la Copa Libertadores o ahora en Brasil contra la Copa
América), ni el comunicado emitido a principios de semana por los jugadores de
la selección local que, escribieron, lo hacen sólo por el orgullo de vestir la
camiseta nacional, ni que los capitanes de todas las selecciones hayan estado
deliberando sobre si jugar o no, ni la situación sanitaria del país
organizador, ni que muchas ciudades del propio país sede se negaron a formar
parte del torneo, ni que tres empresas de las más importantes hayan retirado
los auspicios, para no quedar atrapadas con su imagen a algo imposible de
entender y aceptar.
Si pese a todas
estas limitaciones se sigue jugando, ¿cuál sería el motivo para hacerlo? ¿Cuál
es el argumento para no parar algo que, es evidente, va contra natura? Eso
queda liberado a la imaginación de cada lector.
Luego vienen los
temas psicológicos aún antes que los deportivos. ¿No opera de manera
significativa, por ejemplo, en los planteles de Argentina, Colombia y Brasil el
cambio de sede de la Copa América de los dos primeros al segundo? ¿Es lo mismo,
para un jugador argentino o colombiano saberse local en el torneo y de repente,
no sólo no serlo sino pasar a que sea Brasil el que ocupe ese lugar? ¿Es la
misma seguridad? ¿Es la misma comodidad?
Con el
antecedente de lo que ocurrió con el arbitraje en el Brasil-Argentina de la
semifinal pasada en el Mineirao en 2019, cuando dos polémicas jugadas en el
área brasileña ni siquiera fueron al VAR y el presidente de la Comisión
Arbitral de la Conmebol e un brasileño (Wilson Seneme). ¿no aparecen los
fantasmas otra vez? ¿El hecho de que Brasil jamás haya perdido un título como
local en la historia de las Copas América no alimenta esto fantasmas?
Más allá de
todas estas especulaciones, Brasil aparece como el gran candidato también desde
su presente de amplia superioridad sobre el resto de los equipos sudamericanos,
lo que queda reflejado en la tabla de posiciones de la actual clasificatoria
para el Mundial de Qatar 2022, cuando en seis fechas ya sacó diez puntos de
ventaja al quinto (Colombia), que hasta ahora entra en el repechaje cuando
restan doce fechas para el final, es decir que a más de una rueda de finalizar,
los dirigidos por Tité ya llevan casi un
punto por partido al último de los hasta ahora clasificados al Mundial, lo que
demuestra una superioridad aplastante y estrellas en todas sus líneas.
En cuanto al
equipo argentino, se espera que este torneo sirva para alcanzar cierta madurez
colectiva con varios jugadores que van sumando partidos y acumulando
experiencia, al igual que su entrenador, Lionel Scaloni. Si no hay título (como
se viene negando desde 1993), al menos que haya juego digno, como lo que se
pudo notar en las últimas presentaciones de la Copa anterior en 2019.
Exigirle todo a
los equipos participantes y pretender que con todo lo comentado ésta sea una
Copa normal, no es posible. No debió jugarse en este contexto. Y seguir
intentando mirar para el costado y patear la pelota para adelante nunca fue un
buen consejo. Y menos, ahora.
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