Pocas veces en
el fútbol se pudo ver dos robos en una semana, a un equipo de peso, como le
ocurrió a Boca Juniors en los octavos de final de la Copa Libertadores ante el
Atlético Mineiro, al que venció ambas veces 1-0, pero en las dos ocasiones le
anularon goles válidos en los que el VAR tardó varios minutos en encontrar una
falla, una aguja en un pajar, que permitiera a los brasileños avanzar a la fase
siguiente del torneo.
Hay una
coincidencia generalizada sobre estos hechos, que vuelven a colocar a la
Conmebol, entidad organizadora del certamen –y a la que nos hemos referido de
manera sostenida en esta columna- en el ojo de la tormenta debido a su pérdida
galopante de mínima credibilidad, especialmente con su favoritismo a equipos
brasileños o amigos de muchos años.
El hecho de que
un ex árbitro brasileño como Wilson Seneme esté a cargo del Comité Arbitral de
la Conmebol y que tanto la selección brasileña en la Copa América, y equipos
como Atlético Mineiro, Fluminense y Palmeiras hayan sido favorecidos de una
manera tan evidente, le quita seriedad al contexto y va generando condiciones
de escándalo.
Sin embargo,
aclarado este punto, en el que Boca resultó una de las víctimas junto con Cerro
Porteño y Universidad Católica (aunque el equipo argentino en mucha mayor
medida, por duplicado), el club xeneize también tiene sus responsabilidades,
que no se pueden soslayar.
Se suele decir
que el gran tema no es lo que pasa sino qué se hace con lo que pasa, y es allí
donde Boca comienza a fallar. Desde que esta dirigencia que preside Jorge Amor
Ameal se hizo cargo del club en diciembre de 2019, creyó en los peces de
colores, o en los Reyes Magos, ilusionada en que debía acortar las distancias
con la conducción de la Conmebol a sabiendas del enfrentamiento de su antecesor
Daniel Angelici desde que en 2016 iniciara una campaña junto a varios otros
clubes del continente para configurar una entidad sudamericana paralela, que no
dio resultado, a partir de los recordados hechos del gas pimienta en la
Bombonera por los octavos de final de la Copa Libertadores 2015, que derivó en
la suspensión del partido cuando restaban 45 minutos, y el triunfo para River
en los escritorios.
Pero por más que
Juan Román Riquelme, vicepresidente a cargo del fútbol de Boca, viajara a
Asunción a distintos actos, y se abrazara con el paraguayo Alejandro Domínguez
Wilson, presidente de la Conmebol, las cosas no cambiaron desde 2019. Sorteos
que dieron como resultado siempre llaves complicadas (sumado al inexplicable
cambio de la organización por el que se elimina el mérito de la primera fase
salvo para la localía), y arbitrajes sospechosos, contribuyen a abonar la idea
de que a la entidad sudamericana, nada le importó, incluso cuando la dirigencia
xeneize persistió en no reclamar de manera tajante tras la ida ante el Atlético
Mineiro en la Bombonera para no molestar y generar empatía para la vuelta. La
respuesta fue la misma.
Pero la actual
dirigencia de Boca volvió a equivocarse. Si bien es cierto que caer por penales
(habiendo comenzado en ventaja incluso en ellos) luego de ser robada dos veces
genera una lógica irritación, y también posiblemente que el presidente del
Atlético Mineiro se haya acercado al vestuario a arrojar agua, la reacción de
los jugadores, cuerpo técnico y hasta miembros del departamento de Fútbol como
los ex jugadores Jorge Bermúdez y Alfredo Cascini, fue absolutamente desmedida
y no sólo eso, sino que esa reacción generó que se rompiera la burbuja
sanitaria y terminó condicionando al equipo para el regreso al torneo local,
tanto en lo político como en lo deportivo.
Es decir que aquella
reacción en Brasil, en la que nadie osó poner paños fríos, ya sea de parte de
un experimentado cuerpo técnico o de los dirigentes, que se supone que deben
tener una mira más lejana que los alterados jugadores que tienen las
pulsaciones más aceleradas, provocó un efecto dominó, que trajo como
consecuencia un intento desesperado por conseguir la validación del Estado,
desde el Ministerio de Salud (justo en tiempos electorales y cuando el tema de
la pandemia es uno de los principales de la campaña) y desde la Liga de Fútbol
Profesional (LPF), manejada por uno de los principales adversarios del club
como el presidente de San Lorenzo, Marcelo Tinelli.
Un Boca
doblemente enfrentado a Tinelli (Ameal vino sosteniendo desde que asumió que no
es necesario en el fútbol argentino el “Doble Comando”, es decir, la
convivencia de la AFA con la LPF, y además, justo en los días en los que los
xeneizes quieren llevarse a Juan Ramírez, generando molestias en el club de
Boedo) terminó, por culpa de sus propias reacciones en Brasil, pretendiendo que
uno de sus más fuertes adversarios (y contra el que tiene que jugar el próximo
martes, en plena cuarentena obligatoria de los jugadores auriazules),
propiciara el permiso para que le hicieran una excepción para poder utilizar
los titulares ante Bánfield, anoche, y ante San Lorenzo, el martes.
Decididamente, era ingresar en la boca del león. Por supuesto que el pedido fue
denegado por ambas entidades.
Y así es que
Boca se encontró con una nueva disyuntiva, la de no presentarse a estos dos
partidos (con la amplia posibilidad de perder seis puntos más por descuentos al
finalizar el torneo) o la de apelar a la Reserva, a la que de todos modos hizo
jugar el viernes a sabiendas de que el sábado podría necesitarla y estaría
condicionando físicamente a esos inexpertos jugadores. Y no sólo eso, sino que
tampoco quiso contar con el único jugador profesional que estaba en condiciones
de hacerlo, el colombiano Edwin Cardona, al que lo castigó, acaso con razón,
por no haber vuelto a la disciplina del equipo tras participar de la Copa
América con la selección colombiana.
Todo esto se vio
reflejado en el final del partido en Bánfield, por la segunda fecha del torneo
de Primera División, cuando la mayoría de los jóvenes no podían con su cuerpo
por los calambres debido a la exigencia de haber jugado dos veces en menos de
48 horas, aunque la noche lluviosa del Gran Buenos Aires, por fin, trajo una
gran noticia: este equipo que dirige Sebastián Battaglia juega realmente bien,
fue superior a los locales, mereció ganar, aunque empató 0-0 y aparecieron
varias estrellas futuras, de enorme proyección, como el arquero Lastra, los
defensores Barco y Mancuso, los volantes Fernández y Escalante, y especialmente
un habilidoso como Taborda.
Sin embargo,
nuevamente surge la pregunta-madre, qué se hace con lo que ocurre, y no resulta
entendible que en cada mercado de pases, y con distintas dirigencias, Boca se
lance a gastar fortunas en jugadores foráneos cuando tiene el futuro en casa
(incluso en la dirección técnica).
La gran pregunta
final, entonces es si más allá de haber sido una clara víctima inicial, esta
dirigencia está a la altura analizando o que hizo con lo que tuvo, y si no
había otros caminos para tomar, como tener una actitud más dura y decidida
hacia la Conmebol (¿qué más se puede perder?), o una política de acceso de los
jóvenes a la Primera sin que eternamente estén tapados por nombres sin seguro
de rendimiento.
Víctima clara
del VAR de la Conmebol, Boca no puede engañarse con todo lo demás, si quiere
reencauzarse hacia el futuro.
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