Que los árbitros
son malos –verdaderamente, el brasileño Wilton Sampaio estuvo lejos de una
buena actuación-, que el césped de los estadios de la Copa América parece un
picadero, que los rivales se meten atrás. Todo el excusario aparece cada vez
que finaliza un partido de la selección argentina, que obtiene más resultados
que juego y que se encomienda, cada vez más, al genio de Lionel Messi a falta
de un sistema que la respalde.
Para quien abre
el diario, o ingresa a internet, y se entera de que el equipo argentino se
clasificó a la semifinal del martes ante Colombia –vencedor de Uruguay desde
los penales- en el estadio “Mané Garrincha” de Brasilia, seguramente la
deducción ante tan abultado resultado de 3-0 ante Ecuador pueda ser que los
albicelestes se florearon, pero todo estuvo demasiado lejos de aquello.
La selección
argentina no es un equipo que ofrezca ninguna garantía excepto dos posiciones,
obviamente la de un genio como Messi -´presente en los dos goles como asistente
y autor de un hermoso tiro libre sobre el final- y la del arquero Emiliano
Martínez, que no por nada fue el mejor en su puesto en la pasada Premier League
inglesa.
Un dato puede
ilustrar mejor que nada. De esos tres goles argentinos, dos fueron convertidos
en los últimos 10 minutos, cuando ya Ecuador estaba completamente jugado y
hasta con tres delanteros (cosa rara en los equipos del argentino Gustavo
Alfaro), como Campana, Estrada y Valencia, y eso abrió espacios bien
aprovechados por el ingresado Ángel Di María para generar un tiro libre que
casi es penal y el VAR determinó lo contrario, y que terminó convirtiendo Messi
colocando la pelota en el ángulo como si fuera con un guante en el pie y con el
que se bajó el telón de los cuartos de final.
Apenas ocho
minutos antes, Messi-una vez más- asistió a Lautaro Martínez para que el ex
Racing marcara su segundo gol en la Copa América y aumentara su confianza de
cara a lo que queda, nada menos que la semifinal ante Colombia.
Pero como
sostuvimos líneas arriba, el equipo argentino no se puede engañar ni mucho
menos, colgarse del resultado, porque de esta forma no resolverá sus problemas,
que son varios.
El primero de
ellos, reiterado, es su falta de juego. Todo depende de lo que haga Messi pero
sigue solo, sin socios, ante la inexplicable ausencia de Alejandro “Papu” Gómez
cuando ya había quedado claro que el jugador del Sevilla conectaba perfecto con
el genio de Rosario. Sin embargo, el entrenador Lionel Scaloni volvió a confiar
en su esquema tradicional, con demasiados volantes por detrás de la línea del
diez: Leandro Paredes, Rodrigo de Paul y Giovani Lo Celso, dejando en el ataque
a Lautaro Martínez y a Nicolás González, que aportan más velocidad y lucha, que
claridad conceptual.
De esta forma, y
como ocurre reiteradamente durante todo el torneo de Brasil, la selección
argentina tiene comienzos en los que se lanza con todo al campo contrario con
la sensación de que puede marcar en cualquier momento, para luego irse diluyendo
en la confusión de no tener un ordenamiento en su estructura, como por ejemplo
un “cinco” clásico al que parece acercarse más Guido Rodríguez (se pudo
percibir en los veinte minutos finales cuando ingresó), o el citado Gómez y
hasta Ángel Di María como extremo por el otro lado para intentar, tal vez, un
4-3-3 más cercano a las tradiciones futbolísticas nacionales.
En cambio, el
equipo argentino parece más pensado para la lucha, la defensa de un resultado
positivo, cuando se consigue (como en este caso con el gol de De Paul a los 39
minutos del primer tiempo), y el aprovechamiento de los espacios, y desde ya,
cederle siempre la pelota a un muy motivado Messi para que resuelva (tuvo la
chance de un cuarto gol, también en la primera etapa, aunque a la salida de
Galíndez, envió la pelota al palo con el arquero ya vencido).
Luego, no hay
mucho más. La defensa no da demasiado buenas señales, si bien Scaloni hizo
muchos cambios y rotaciones, en buena medida por lesiones o Covid, aunque
también falta ordenamiento y especialmente, conceptos para marcar y para salir
jugando, algo que se complica si no hay asentada una línea con nombres
repetidos aunque desde lo individual tampoco haya habido hasta ahora (salvo por
el anoche ausente Cristian Romero) ninguna respuesta demasiado alentadora.
Con todo este
bagaje, la selección argentina, con mejores indicadores en los números que en
el juego, con un arquero sólido, con un Messi enchufado, y con las dudas que
sigue generando Scaloni en el andamiaje del equipo, Colombia espera el martes
en Brasilia, en lo que será, seguramente, una prueba más exigente que la de
Ecuador y en la que el equipo deberá dar la talla y no sólo en cuanto a
clasificarse para la final, sino que deberá dar un giro de casi 180 grados en
el juego para aspirar a ser por fin, luego de 28 años, un legítimo campeón de
América. De lo contrario, el tiempo seguirá pasando y volverán las excusas, que
ya no sirven para tapar lo que se ve a simple vista.
Si un limitado
Ecuador le dio tanto trabajo hasta los ocho minutos finales, Colombia aparece
como un rival mucho más complicado y mejores individualidades, algo que la
selección argentina sabe por lo que le ocurrió hace pocas semanas en
Barranquilla, cuando parecía que tenía ganado el partido clasificatorio para el
Mundial de Qatar por 2-0 y se le escurrió entre los dedos en la última jugada.
Acaso Scaloni y
los jugadores hayan aprendido aquella lección y opten, esta vez, por no meterse
atrás y salir a trabajar el partido sino a jugarlo, porque hay herramientas como
para aspirar a eso y no tener que estar encomendándose siempre a Messi, como
viene ocurriendo hasta ahora, aunque los resultados acompañen.
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