Por fin. Se
acabó el maleficio. Después de veintiocho años sin títulos en mayores, la
selección argentina logró consagrarse campeona de la Copa América en el mejor
escenario posible, el legendario estadio Maracaná de Río de Janeiro, y ante el
rival soñado, Brasil, que además llegaba invicto a la final desde su eliminación en los cuartos de final
del Mundial de Rusia 2018, hace tres años.
Tuvieron que
pasar seis finales (Copa América 2004, Copa Confederaciones 2005, Copa América
2007, Mundial 2014, Copas América 2015 y 2016) y una importante cantidad de
frustraciones pese a que los equipos argentinos llegaban a estar al borde de
las consagraciones, para que se rompiera la racha con el 1-0 ante apenas 7800
espectadores, en el Maracaná (entre ellos, 2200 argentinos) y con gol de un
histórico y también muy discutido, como Ángel Di María.
Este título –con
el que la selección argentina alcanza a la uruguaya en el liderazgo histórico
con 15 Copas América, contra 9 de Brasil- también termina de coronar a Lionel
Messi, considerado desde hace una década y media como el mejor jugador del
mundo y uno de los cinco mejores de la historia del fútbol, podio que ocupa
junto a sus compatriotas Alfredo Di Stéfano y Diego Maradona, así como con el
brasileño Pelé y el neerlandés Johan Cruyff.
Messi, que nunca
había podido conseguir un título oficial con la selección absoluta (fue campeón
olímpico en Pekín 2008 y mundial sub-20 en Países Bajos en 2005) y que como capitán recibió el trofeo de manos
del presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, obtuvo también
el premio como mejor jugador del torneo y como goleador (el colombiano Luis
Díaz y el ítalo-peruano Gianluca Lapadula lo igualaron pero el argentino se
impuso por más pases-gol que sus rivales).
También este
título consagra a Lionel Scaloni, un entrenador que jamás había estado a cargo
de equipo profesional alguno hasta hacerse cargo de la selección argentina una
vez que finalizó el Mundial 2018 y decidió encarar una renovación casi total, con
muy pocos jugadores que permanecieron desde Rusia 2018, y los cambios todavía
fueron más profundos durante esta Copa América por los casos de Covid, por lo
que aparecieron figuras notables como el arquero del Aston Villa, Emiliano
Martínez, y el marcador central del Atalanta, Cristian Romero, o el nuevo
delantero de la Fiorentina (y ex Stuttgart), Nicolás González.
El equipo
nacional venció a Brasil en su propio campo, pese a que los dirigidos por Tite
no habían perdido ningún partido oficial desde el Mundial de Rusia y sólo
habían caído cuatro veces (dos ante Argentina, en amistosos) en el ciclo de
cinco años, en el que ganaron todos los partidos de clasificación mundialista
(14 entre los dos ciclos) y fueron campeones invictos en la Copa América 2019 y
tampoco habían sido vencidos en este torneo hasta la final.
La selección
argentina planteó el partido sabiendo que si le entregaba la pelota a su rival,
con un juego ofensivo muy potente, podía sufrir, por lo que fue muy importante
ahogar en el medio del campo, adormecer el juego, y pasar largo cuando
apareciera la ocasión, y así es que llegó el gol a los 21 minutos del primer
tiempo cuando Ángel Di María aprovechó un excelente pase de Rodrigo De Paul (al
cabo, la figura de la final) y un mal cálculo del lateral izquierdo Renán Lodi,
para escaparse y sacar un remate de emboquillada cuando el arquero Ederson dio
unos pasos hacia adelante.
Era de esperar
que la selección brasileña saliera con todo a buscar el empate pero no encontró
demasiadas ocasiones por la presión ejercida en la zona de volantes por De
Paul, Leandro Paredes, y Giovani Lo Celso, mientras que Gonzalo Montiel y
Marcos Acuña cancelaron sus laterales y con el paso de los minutos, el conjunto
local comenzó a desesperarse, siempre en el contexto de un partido lento y
trabado, con muchas faltas y discusiones de los dos lados, aunque con un muy
buen trabajo del árbitro uruguayo Esteban Ostojich.
Las dos
oportunidades que tuvo Brasil, que en el segundo tiempo se llenó de atacantes
(Tite hizo ingresar a Roberto Firmino por Fred, a Vinicius Jr por Everton y a
Gabigol por Lucas Paquetá), fueron bien bloqueadas por el excelente arquero
Martinez –recibió el premio al mejor del certamen- , a los 54 minutos a
Richarlison, y ya sobre el final, a los 87 a Gabigol, pero acaso este dato sea
una muestra de lo que le costó llegar con peligro a los locales, siempre bien
controlados por una férrea y ordenada defensa albiceleste, que se fue
retrasando con los ingresos de Gabriel Rodríguez, Nicolás Tagliafico y Exequiel
Palacios, mientras que Germán Pezzella tuvo que suplantar al lesionado Romero a
los 78 minutos.
A Brasil esta
vez no le alcanzó con las gambetas de Neymar (un muy hábil y guapo jugador, que
siempre quiere jugar y que lloró desconsoladamente al final) y con el
despliegue de su equipo, completamente partido en dos en el segundo tiempo al
salir Fred y quedar solo Casemiro en la contención, obligando al arquero
Ederson a adelantarse casi como líbero.
Sobre el final,
Messi tuvo la chance de coronar la noche con un gol propio cuando De Paul lo
dejó solo ante Ederson casi llegando al área chica, pero se le trabó la pelota
y se le quedó atrás.
Cuando el
árbitro Ostojich pitó el final al quinto minuto de descuento, se desató la
euforia en el plantel argentino y en los 2200 aficionados que lo acompañaron
desde las tribunas del extrañamente despoblado Maracaná. Argentina era campeón
de América, por fin, por primera vez desde 1993., desde aquella Copa que levantó
Oscar Ruggeri en Guayaquil, a ésta que alzó Messi, ahora en Río de Janeiro, en
el lugar soñado. Una linda manera de terminar una etapa y comenzar otra, ahora
sí, esperanzadora.
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