A los 30 años,
la doctora en matemáticas austríaca Anna Kiesenhofer se considera “vieja” –se
supone que para el deporte- y en la tranquila y sonriente conferencia de prensa
posterior a su impactante e inesperado triunfo en la competencia de ciclismo de
ruta, aconsejó a los más jóvenes que se inician en la actividad “que no confíen
en nadie, como hice yo”, acaso en la más cabal definición de espíritu olímpico:
sin equipo, sin entrenador, sin percibir dinero, “pero completamente
concentrada en ganar”.
La gloria de
Anna Kiesenhofer, que se preparó sola, apelando a consultas al más alto nivel
de las ciencias aplicadas, y ejercitándose en un sauna para adaptarse al calor,
luego de haberse alejado dos veces del ciclismo por lesiones y una depresión,
tranquilamente podría llegar a Hollywood en los próximos meses porque su historia
de éxito reúne todos los requisitos: nadie la tenía en cuenta en la previa, y
nadie la tuvo en cuenta en la llegada, al punto de que quien finalizó segunda,
la neerlandesa Annemiek Van Vleuten, festejó como si hubiese ganado, sin pensar
en la opción de que alguien la podía haber superado.
Lo que sucedió
el domingo en el circuito internacional de Monte Fuji, en Tokio, ingresará
entre las grandes historias de los Juegos Olímpicos cuando Kiesenhofer, para la
gran mayoría candidata a ser una de las colistas de la prueba en la que
participaban 67 competidoras de cuarenta países, ya en el primer kilómetro
inició una fuga junto a la sudafricana Oberholzer , la namibia Looser, la
polaca Plichta, y la israelí Shapira, aunque todos descontaban que el pelotón las
alcanzaría de manera natural.
Efectivamente,
el pelotón absorbió primero a Oberholzer y a Looser, pero no reparó en que
faltando 41,4 kilómetros para la meta, Kiesenhofer se separó de Plichta y de
Shapira para lanzarse decididamente al triunfo, es decir que cuando fueron
alcanzadas la polaca y la israelí, las neerlandesas, potencias de esta especialidad,
interpretaron que era el momento de ganar sin reparar en la matemática
austríaca, que terminó festejando a las 3 horas 52 minutos y 45 segundos de carrera
con los brazos elevados, incrédula, acaso esperando que el pelotón la alcanzara
en algún momento, aunque nunca ocurrió.
La historia
todavía reservaba más capítulos increíbles, porque un minuto y quince segundos
más tarde cruzó la meta la neerlandesa van Vleuten, una de las estrellas del
equipo Movistar y considerada una de las grandes candidatas, y también festejó
como si hubiera ganado, aunque al rato fue embargada por la decepción cuando se
enteró de que había sido superada por una rival a la que ni tuvo en cuenta ni
se imaginó que estaba fuera del pelotón porque en el ciclismo olímpico está
prohibida la comunicación a un pinganillo en el oído de las competidoras, y por
eso todas pensaron que era ella la que había vencido, como era de esperar.
“Estoy destrozada
–dijo una agotada van Vleuten, tirada en el suelo-. Ninguna de nosotras –Países
Bajos tuvo las últimas dos medallas doradas olímpicas, con Marianne Vos en 2012
y Anna van der Breggen en 2016- sabía si todo el mundo estaba en el pelotón. Es
un ejemplo de lo que ocurre si se corre una carrera importante como ésta sin
comunicación”. Para ella no era una competencia más porque cinco años atrás, en
los Juegos de Río de Janeiro, lideraba la prueba cuando faltando diez
kilómetros se cayó y perdió su chance. “No conocíamos a Kiesenhofer –admitió-
pero no podíamos subestimar a alguien que no conocíamos. Cuando neutralizamos a
la polaca y a la israelí, pensábamos que íbamos por el oro”.
Kiesenhofer, de
1,65 metro, completamente amateur y sin equipo desde 2017, obtuvo así la
primera medalla dorada en ciclismo para Austria desde la reinstauración de los
Juegos Olímpicos en 1896, y la primera dorada en todas las disciplinas para su
país desde Atenas 2004.
Nació en Viena
el 14 de febrero de 1991, estudió matemáticas en la Universidad Técnica de
Viena y en 2012 obtuvo un Máster en Cambridge, para luego irse a vivir a
Cataluña para inscribirse en el programa de doctorado en Matemática Aplicada de
la Universidad Politécnica, para posteriormente comenzar a dar clase en Lausana
mientras comenzó a cursar un post-doctorado.
Su carrera
ciclística no fue nada fácil. Comenzó siendo especialista en triatlón y
biatlón, pero en 2014 debió abandonar todo por una serie de lesiones. Sin
embargo, la pasión por el deporte era tal que se
volcó al ciclismo, como nueva actividad cuando ya estaba afincada en la
localidad de Arenys de Mar, a pocos kilómetros de Barcelona, y pudo ingresar
como amateur en el equipo Frigoríficos Costa Brava-Naturalium, con sede en Sant
Feliú de Guxols y se entrenaba con la selección catalana mientras cursaba el
doctorado. Fue en esta época que ganó la Copa Nacional de España en 2016 –la
primera extranjera en conseguirlo-, aunque sin ganar una sola prueba y donde su
compañera de equipo Lorena Llamas (la otra gran revelación de la temporada en
España) fue sexta.
Se anotó entonces en el campeonato
austríaco de Contrarreloj y terminó segunda y ocupó la misma posición en el
Tour Internacional de L’Ardeche, y eso generó el interés del equipo “Lotto
Souldal Ladies”. Todo indicaba que volvería al terreno del profesionalismo,
pero volvieron a cruzarse los problemas físicos con una dolencia que afectaba
su columna vertebral, sumado a una amenorrea y una ostoporosis, que derivaron
en una depresión que la alejó del ciclismo y que tuviera que tomarse 2018 como
año sabático.
No se quedó y decidió seguir, aunque
ya en forma amateur y de manera autónoma y así ganó el campeonato austríaco de
Conatrarreloj entre 2019 y 2021 y el campeonato nacional de ruta 2019, y a los
Juegos Olímpicos de Tokio llegó sin ningún equipo que la sostuviera y
entrenándose en saunas para acostumbrar su cuerpo al calor (el 3 de julio, en
su cuenta de Twitter, publicó los detalles de sus entrenamientos), con
permanentes consultas en sus redes sociales a los más eminentes expertos en
temáticas como aclimatación o aerodinamia.
No es casual entonces que uno de los
saludos, ni bien obtuvo la medalla dorada en Tokio, haya provenido del medio
científico, como el de Sheila Heymans, directora ejecutiva del “European Marine
Board”, por Twitter. “Bien hecho. Tu victoria de hoy demuestra que si pones tu
mente y la ciencia en ello, todo es posible, y que ser un profesional es un
estado de ánimo, ya sean matemáticas o ciclismo”.
“Quería ganar, claro, pero
honestamente, ni pensaba estar en esta situación –admitió tímidamente una
sonriente Kiesenhofer en una entrevista con CNN-. Cuando corro, no tengo
oxígeno en mi sangre para pensar en algo matemático. Sí me preparo pensando
cómo aplicarlo a distintos tramos, pero una vez en competencia no puedo. Sí
puedo visualizar a mi familia, a mi madre, viéndome correr por la TV o a mis
amigos, pero muchos de mis alumnos no saben que soy ciclista porque el que no
googlea a sus profesores, ni se entera. Algunos me han deseado suerte alguna
vez para alguna competencia”.
Cuando se esperaba que una serena y
contenta ciclista dialogara sobre su éxito en la conferencia de prensa
posterior a aganar la medalla dorada, la pregunta acerca de qué consejo le
daría a los jóvenes que se inician en el deporte, apareció una respuesta firma,
contundente e inesperada. “No confíes demasiado en la autoridad –advirtió,
acaso encarnando como pocas veces en este tiempo un encarnizado espíritu
amateur-. Yo manejo todo por mi cuenta, soy autodidacta y mi plan de acción
para Tokio, desde la nutrición, el equipamiento, hasta los entrenamientos ya
las tácticas, son de mi autoría”. Y dio un drástico ejemplo: “ni siquiera creí
en el tablero de la competencia que mostraba las brechas de tiempo entre las
competidoras. No estaba segura de que podía confiar en él”.
Kiesenfofer se mostró entonces tal
cual era, aún con timidez. Una autodidacta. Sin equipo, sin compañeros, sin
federación, viniendo de abajo, enfrentando a equipos poderosos, profesionales y
experimentados, pero no se amilanó y sentó su posición. “No soy el tipo de
ciclista que sólo empuja los pedales. También soy la mente maestra detrás de mi
actuación y estoy orgullosa de eso”.
La campeona austríaca, entonces,
desplegó todos sus sentimientos sobre lo que le tocó vivir y lo que es hoy como
resultado de aquellas vivencias. “Siempre existe el peligro y yo misma fui
víctima de él. Que eres joven, que no sabes demasiado…luego tienes un
entrenador o alguien que dice ‘yo sé de esto y tienes que hacer esto y eso’ o ‘trabajaré
para ti’. Yo estaba en ese lugar y le creía a la gente. Ahora soy vieja, tengo
treinta años –describió- y comencé a darme cuenta de que todas las personas que
dicen saber, en realidad no saben, porque los que saben, muchas veces dicen que
no saben”.
“Empecé a darme cuenta –siguió, ante
una sala en silencio sepulcral- de que no hay atajos, no hay milagros. Así que
ese es realmente mi consejo para los jóvenes: no necesariamente creer en tu
entrenador. Quiero decir: necesitas confiar en algunas personas, necesitas
gente a tu alrededor y no puedes hacer todo por tu cuenta, pero debes tener
mucho cuidado en quién confías y para mí, esa gente ahora es mi familia y
amigos cercanos porque muchos amigos no son amigos de verdad y luego hablan mal
de ti por atrás”.
Acaso cuando le preguntaron cómo se
definiría deportivamente, pudo sintetizar como nunca el ideario olímpico como
opuesto a la gran mayoría de los atletas de la actualidad, envueltos en equipos
poderosos, profesionales, y con ganancias suculentas.
“En los papeles, soy amateur. No gano
dinero…quiero decir que no mucho. Mis ingresos provienen de un trabajo normal,
pero el ciclismo ocupa un espacio enorme
en mi vida. Durante el último año y medio estuve completamente concentrada en
lo que debía hacer hoy. Y gané”, finalizó.
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