Con la histórica decisión de la Corte Suprema de
Justicia de ayer, se cierra una etapa de impresionante concentración de medios
por parte del Grupo Clarín y se abre una nueva que si bien incluye muchas
incógnitas, también genera muchas ilusiones por la puerta abierta a la
pluralidad y diversidad, lo cual constituye un claro triunfo de la Democracia
en la Argentina.
Es en este momento cuando resulta pertinente
recordar el rol que cumplió el fútbol durante este largo y nefasto período que
acaba de finalizar y que da paso al período de “Adecuación” ya en manos del
AFSCA.
El fútbol, y especialmente la AFA, desde ya que con
la absoluta anuencia del Estado, cómplice y actor concreto en aquel momento,
permitieron, desde 1986, el crecimiento de la empresa Torneos y Competencias
(TyC) hasta la creación de TRISA (Tele Red Imagen SA) en 1991 y con ella, la
llegada del monopolio de las transmisiones de los partidos en la Argentina por
TV de una manera aberrante y que no se replicó de esta manera en ninguna parte
del mundo.
No sólo resultó una aberración desde el punto de
vista de la minimización de los minutos de fútbol en sí (los hinchas de muchos
equipos que no eran los “grandes” directamente contaron con algunos segundos en
el programa central de los domingos, “Fútbol de Primera” por Canal 13, y los
goles no se repetían una vez concretados, en algunos casos, hasta dos o tres
días después de producidos, ni siquiera en noticieros) sino que
progresivamente, el fútbol resultó la herramienta principal del monopolio
futuro, al ser utilizado para comprar canales de TV por toda la extensión del
país, para luego ahogar a la competencia.
Aunque hoy parezca la prehistoria, hay que recordar
que desde 1991, quienes por ejemplo eran hinchas de algún equipo “chico” y su
partido se jugaba el viernes por la noche, en el caso de no llegar a verlo, ya
no tenían acceso a las acciones ni los goles de ese equipo hasta el domingo a
las 22 en “Fútbol de Primera” en el que apenas se televisaban segundos, debido
a que el programa era de fútbol en general, y se centraba en los equipos “grandes”.
En el trayecto del fin de semana, ningún canal, bajo
ninguna circunstancia, podía transmitir acciones de los partidos hasta llegar
al domingo a las 22 por Canal 13, llegando a situaciones como que un noticiero
mostrara imágenes de las tribunas, los vestuarios, pero no lo ocurrido durante
los noventa minutos de cada partido.
Este dislate se complementaba los domingos con
transmisiones desde los canales de TV cable de jornadas enteras de torneos de
fútbol mostrando sólo las tribunas para comentar lo que ocurría en el campo de
juego. Muchos recordarán a Carlos Bilardo y compañía con muñequitos o
pizarrones para tratar de “simular” la jugada.
No sólo eso: como muchos de esos partidos sólo
podían verse por TV de pago (canal TyC Max), mediante abonos o pagos por
partido (sistema Pay Per View), el no poder hacer frente a esos pagos
determinaba la humillación de tener que quedarse con las simulaciones de los
canales sin partidos, que de esta manera, siendo de los mismos dueños del canal
del PPV, generaban la necesidad de comprar:
Por ejemplo, ustedes podían sintonizar TyC Sports
media hora antes de comenzar el partido que pretendían ver, observar las
tribunas, el clima, la salida de los equipos a la cancha, los vestuarios, pero
cuando iban a mover desde el medio para comenzar el partido….se cortaba la
imagen y le quedaba la única opción de pagar o tragarse la simulación hasta que
llegaran las 22 y Canal 13 le diera el “pedazo” de partido que más quisiera, y
editara como quisiera. No había otra opción.
Siempre dentro de esta aberración comunicacional,
que duró un cuarto de siglo, nada menos, también hubo lugar para la
manipulación conceptual del fútbol desde el mismo relator que paradójicamente
sigue hoy con el sistema abierto y el fútbol que llega a todos por los canales
abiertos.
Algunos aprovecharon el monopolio del fútbol para
hundirlo con conceptos futbolísticos que fueron forjando una forma de pensarlo
y de sentirlo ligados al eje “éxito-fracaso”, típico de los años noventa en la
Argentina neoliberal. Todo valía si era en pos de ganar. No importaba la forma.
Hasta el discurso fue bajando de nivel con palabras soeces, que a fuerza de ser
repetidas, especialmente por los niños y jóvenes, se hizo común.
Es en esos años en los que se profundizó la
necesidad de jugar sin punteros, achicar en el campo de juego fue, por años, “un
homenaje a Don Osvaldo Zubeldía”, había que “tener cuidado” contra todo rival,
había que “reventar” la pelota (término que no casualmente usan los relatores
jóvenes, formados en aquel período), a la pelota “se le entra”, ya no se la
patea o acaricia, son “partidazos” los que tienen muchos goles…¡y expulsados! Y
tantas otras cuestiones que fueron generando una pérdida de noción de la
técnica de juego en desmedro de cuestiones cercanas al negocio, ni hablar de
especulaciones concretas sobre arreglos de partidos y corrupciones varias.
Pero seguimos quedándonos cortos. También hubo
edición de imágenes, y el público comenzó a especular con torneos arreglados
para tal o cual, se enfatizó hacia la gloria de tal y hacia el fracaso de cuál,
muchos protagonistas del fútbol se quedaron sin aire por un cuarto de siglo y
fueron “mala palabra” por decisión suprema, avalada por la AFA, y festejada por
el Estado.
Eran tiempos en los que el presidente Carlos Menem
se hacía acompañar por protagonistas e ídolos del deporte para mirar los
partidos en pantalla gigante desde su Residencia de Olivos.
Carlos Avila, amo y señor de aquellos tiempos de la
TV, aunque aliado al Grupo Clarín (ahora derrotado en la Corte), ahora anuncia
su presentación como candidato a presidente de River Plate para las elecciones
de diciembre, lo cual puede ser legal, pero a todas luces resulta extraño
siendo que supuestamente era neutral en aquellos años monopólicos, algo que no
parece ser tema de interés a la prensa deportiva actual, como si lo pasado ya
fuera “pisado”.
Siguiendo con la imposibilidad de ver partidos sin
pagar, llegamos a lo que fue, más allá de todo lo citado anteriormente, el tema
principal durante estos años. Porque si fue grave en Buenos Aires y alrededores,
el mal llamado “Interior” del país lo pagó con creces, llegando a situaciones
increíbles, propias del realismo mágico.
Porque desde fines de los ochenta, el Grupo Clarín
fue comprando canales de TV cable en cada pueblito, en cada ciudad, hasta
llegar a totalizar más de doscientas licencias (cuando la ley ahora permite 24,
es decir que deberá desprenderse del resto) y aunque en muchos casos, compitió
con los canales de cada ciudad, el hecho de disponer de los derechos del fútbol
hizo que lo usufructuara en cada lugar para ahogar a su rival hasta destruirlo
y a su vez, recomprarlo o dejarlo morir.
Esto aumentó a su vez la monopolización en todo el
país y unificó el discurso aberrante, y generó que en todo el interior hubiera
que comprar la mayoría de los partidos, o ir a algún bar con TV y pagar una
consumición para poder verlos, siempre, claro, con la única voz que se los
contaba, con el resultadismo a ultranza.
Así ocurrió, por ejemplo, que muchos argentinos
jamás (literalmente) hayan visto a la selección argentina de Marcelo Bielsa o
José Pekerman, por lo que su opinión pasaba por la de sus amigos, o los
comentaristas de radio o TV, o los periódicos o revistas, pero no por sus
propios ojos. Por no poder pagar los cánones que exigía la TV monopólica.
Y por supuesto. No sólo sirvió para cobrar por el
fútbol en todo el país (que fue el gran negocio), ni siquiera para esclavizar a
los clubes, obligados a firmar por una AFA que por un cuarto de siglo trabajó
cómplicemente para los dueños del negocio (aunque ahora se tenga el discurso
contrario), y necesitó en cada entidad de algún dirigente que les respondiera y
que firmara los contratos a ojos cerrados (muchos dirigentes no conocían
siquiera párrafos enteros de los contratos que habían firmado con la TV y
llegaron a gastar hasta tres partidas futuras de pago, dejando pesadas
herencias a sus sucesores).
El fútbol sirvió, que fue muchísimo peor, para
unificar también el discurso político, para presionar al poder político, para
que los televidentes no tuvieran demasiada escapatoria y tuvieran que
sintonizar los canales del multimedio forjado en los noventa, cuando se le
adaptó el artículo 45 para acceder a la TV desde los medios gráficos y la
radio, y en los 2000, cuando se le autorizó a la fusión entre Cablevisión (que
ya se había tragado a VCC) y Multicanal.
Todo aquello tuvo ayer su último capítulo, cuando la
Corte Suprema determinó que habrá que recular y que el Grupo Clarín, que fue
torciendo el brazo de cada canal del interior, que impidió ver a la selección
argentina en tantos puntos del país, que manipuló y formó opinión a partir de
una situación de privilegio, deberá adecuarse como uno más y cumplir con la ley
como cualquier hijo de vecino.
Cuál será la política de Estado a futuro, si será
equitativa o no, si las licencias serán otorgadas a los que las merecen, si habrá
la pluralidad declamada, si habrá suficientes oferentes, si la calidad
informativa o mediática será la buscada, son todos temas a debatir desde hoy,
pero en todo caso, son otros temas.
Lo claro, lo nítido, es que la decisión de la Corte
Suprema de ayer le abre las puertas a una mayor democracia en la Argentina y se
hizo Justicia a un hecho largamente esperado: la democratización de los medios
de comunicación. Y por eso, el de ayer fue un gran día.
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