Un seguidor del fútbol desprevenido se imagina yendo
a la Bombonera a observar un partido demasiado fácil para el local. Un Boca
puntero, con una millonada de dólares invertidos en figuras, y renovadas cada
medio año, contra un Godoy Cruz mendocino pobre, que tuvo que desprenderse de
sus mejores valores y que es dirigido por Gabriel Heinze sin título
habilitante, que ni siquiera puede sentarse en el banco de suplentes.
No hay parangón, como casi no lo hay entre los
grandes, los chicos, y los recién llegados por el antojadizo torneo de 30
equipos que nació en un despacho de la Casa Rosada.
Y sin embargo, las cosas comienzan a enrarecerse ni
bien Saúl Laverni pita el inicio del partido, porque para sorpresa de este
ilusorio simpatizante, es Godoy Cruz el que domina mejor la pelota, el que
llega con más peligro, el que obliga a arrojos del arquero Guillermo Sara o que
el “Cata” Díaz saque de cabeza en la línea una pelota que entraba y hasta un
dudoso penal no cobrado para los mendocinos.
¿Y Boca? Nada. O muy poco. Porque depende casi
exclusivamente de lo que haga el recién llegado Carlos Tévez, un jugador de una
calidad superior a la de casi todos los que hoy participan del torneo
argentino, pero que es bastante desaprovechado por el director técnico Rodolfo
Arruabarrena.
En verdad, Arruabarrena no sabe aún lo que quiere, a
la altura de la fecha 22, la próxima, sobre 30 posibles. No lo supo cuando
contó con Daniel Osvaldo, que también estaba para marcar la diferencia, y no lo
conoce ahora tampoco, porque Boca va siendo demasiado para sus conocimientos y
experiencia, aunque le cueste todavía admitirlo.
Entonces gana el temor, o la idea estructural que
Boca “es meter” antes que “jugar”, como si al fútbol se pudiera ganar sin
llegar al arco rival o enhebrar jugadas que clarifiquen, para lo cual se
necesita atacar.
Pero Arruabarrena, que quiere y necesita ser
campeón, por la urgencia que genera este muy buen tiempo de su rival River
Plate, planifica partidos de local con un solo delantero puro, Sebastián
Palacios, acompañado de un “falso nueve” o segunda punta, que es Jonathan
Calleri. Demasiado poco, y por eso ambos dependen de que cual Lionel Messi en
anteriores selecciones argentinas, Tévez baje cada vez más al medio a buscar la
pelota y llevarla, entre golpes y roces, hacia las cercanías del área
contraria, pero allí levanta la cabeza y ve que no hay nadie.
Porque Arruabarrena prefiere resguardarse con cuatro
defensores, de los que apenas Gino Peruzzi por derecha puede proyectarse con
alguna que otra limitación pero cierta velocidad, y con una inexplicable línea
de tres volantes con funciones más de lucha y roce que de fútbol, con un
Fernando Gago que opta por el lujo antes que por el aporte colectivo, salvo en
contadas excepciones, en vez de buscar más variantes ofensivas.
Y si se necesita un revulsivo, el entrenador echa
mano a Nicolás Lodeiro, volante con llegada, para sacar…a Palacios, el único
delantero neto.
¿Puede Boca salir campeón así? No parece fácil, pero
todo puede ocurrir porque jugadores, tiene, si bien muchos de ellos se van
limitando en sus funciones por no encontrar un sustento colectivo. San Lorenzo
parece más sólido y River, pese a estar en “otra cosa”, tiene la chance, como
local, de ponerle un pie, y aún quedan Racing Club y Rosario Central.
Más que nunca, Boca depende mucho más de sus
jugadores que de equipo.
¿Alcanzará?
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