Durante todo el relato del partido, Ataulfo García Tamborini
(pronunciado Tamboriiiiiiiiiiini por el locutor de publicidades) había repetido
la frase hecha “la tiene atada al pie” – o “la tiene pegada” -, que
simplonamente pretende dar cuenta de la condición de ciertos jugadores de
llevar la pelota siempre bien cerca suyo, como si ésta obedeciera a los
caprichos de su voluntad, manteníendose alejada de los pies rivales. “Braulio
Tartaglia – dijo en algún pasaje -, érase un hombre a una pelota pegado”. El
partido, como todos los partidos, y como todo en esta vida, terminó. Los
técnicos enrollaron cables, las luces del estadio se apagaron, las tribunas
quedaron vacías, y cada uno fue reintegrándose a las reglas civiles.
Pero Braulio Tartaglia continuó la batalla que libraba en el campo de
juego – batalla que venía librando desde que tenía uso de razón: no había
manera de sacarse la pelota de encima. Apenas si podía ponerse los calzoncillos
y los pantalones. El zapato derecho era un odisea ponérselo, en combate con la
pelota que se le pegaba, sobona, al pie. Esa misma pelota lo alejo de amistades
y posibles romances: quién pude tomar en serio a un pelotudo que va y viene con
la pelota a cuestas.
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