“Otra tarde de domingo sin salpicaduras
de rutina en la que nos abocamos al hecho agonal, a la ceremonia sagrada del
balón; en la que nos entregaremos con devoción a la locura heroica de los
sacrificios de la pasión nacida de las pulsiones esféricas. Otra tarde en la
que…”, decía el relator.
“… La felicidad tiene forma de alfajor…
Alfajooooor Deliiiiiicias, la gloria de galleta y dulce de leche”, prosiguió la
voz profunda, afinada, atildada del locutor.
“Vamos a hacer una veloz recorrida
previa para conocer cómo está el ambiente en los templos que este luminoso
domingo oficiarán el sacramento, la comunión entre el pueblo y el Olimpo…
Adelante Boedo”, el relator.
Inmediatamente entró la voz – y las
redundancias - del enviado a la cancha de San Lorenzo: “Lleno absoluto; el
Gasómetro está completo. Hermoso día e inmejorable entorno para la práctica del
deporte rey”.
“Gracias Omar Cardini… Adelante
Caballito…”, el relator seguía dando paso a los corresponsales en los
diferentes estadios prestos a decir su porción de lugares comunes.
“…”
“¿Tenemos comunicación con la cancha de
Ferro?... Me dicen que sí… Fabián Estrada, en Caballito, adelante…”, el
relator.
“…”
“Parece que tenemos algún problema
técnico… ¿no? Vayamos entonces a Córdoba, a cancha de Talleres y luego volvemos
a Ferro… Adelante Dante Batarelli en la docta…
“…”
Una voz mullida murmura algo…
“¿No estamos al aire?”, pregunta el
relator.
“No”, responde la misma voz, ahora sin
esponjar, que corresponde a un técnico operador.
“¿Qué pasó?”, la pregunta obvia,
preguntada por el relator sin rastro de animosidad, de enfado.
“Ni idea, todo está en orden…”, responde
el técnico mirando el equipo como si éste, de un momento a otro, fuera a
verbalizar una razón.
“No, boludo, en orden no está; sino
estaríamos al aire…”, un principio de desesperación en la voz del relator.
“Es que… técnicamente, estamos
transmitiendo… el tema es que no sé a dónde…”, explica la incertidumbre el
técnico.
“¿Qué carajo me estás diciendo?”, trazas
de impaciencia y pavor aglutinándose en las palabras del relator. “No me pongás
nervioso, Tachito…, te lo pido por favor…”.
El comentarista, que a todo esto había
permanecido callado, como si la realidad misma no fuera con él, advirtió: “Che,
miren para afuera…”, señalando allende el vidrio de la cabina que ocupaban los
cuatro – relator, comentarista, locutor de publicidades y técnico operador – en
el estado de Rosario Central.
El relator, que estaba mirando hacia
atrás, hacia la posición del técnico, se gira. No se veía nada para afuera,
salvo una espesura blanca grumosa.
“Puede que el clima tenga algo que ver
con el problema que estamos teniendo…”, aventuró al técnico, más que nada para
constatar que podía seguir hablando, que aquello no era cuestión de algún
gualicho pedido y pagado por alguna otra radio…
Una voz clara, profunda, pero
evidentemente no… terrenal, llenó la cabina. “Usted lo comprendió, señor
Urrutia – se dirigía al relator -… porque lo comprendió, ¿no?... Todo juego no
deja de ser una repetición remedada de la cosmogonía…”.
Otra voz, igualmente clara, de una
profundidad menos profunda, e igualmente no…. Telúrica, reemplazó en el espacio
topológico de la cabina a la anterior: “Lo escuchamos desde hace dos años, Juan
Carlos, y usted, dale que te pego con lo sagrado, lo agonal, lo ceremonial…”
La voz anterior, colándose por el hueco
temporal mínimo que dejaba la anterior entre palabra y palabra: “… ritual; con
Templos, con que la casa del culto al balón, con que el santuario del fútbol…”.
La segunda voz retomó el hilo antes de
que la primera continuara dando vueltas sobre lo que ya había quedado suficientemente
claro: “Como metáfora vale una vez, dos, cinco veces… ¿pero cada domingo…?”
“Yo… suelo… bueno… incurrir en
exageraciones… poéticas… una poesía dudosa, claro está… como para crear una
seña propia… que el oyente reconozca… un sello de relator… un sello un poco
grandilocuente, rimbombante, si se quiere, lo reconozco – el comentarista, el
técnico y el locutor asintieron -… una desproporción verbal entre significado y
significante… amén de muy poco original… ustedes
las tienen que haber escuchado otras veces, en boca de otro relatores…”, el
relator, en tono de disculpa, como esquivando responsabilidades que le pudieran
ser reclamadas.
La segunda voz… a esta altura ya podemos
llamar cada cosa por su nombre… el segundo dios: “Como ya le dije, Juan Carlos,
alguna vez, de tanto en tanto, puede ser… pero usted…
toooodos los domingos…”.
“Es que yo… cómo decirlo sin erosionar
la dignidad que me he confeccionado… - miró a sus tres compañeros, como
implorando, exigiendo con la mirada: ‘de aquí no sale’ -… no hay manera de
hacerlo sin degradarme, aunque sea levemente…: no tengo creatividad alguna… ni
facilidad de palabra; inteligencia, poca; pero tengo una buena dosis de
astucia: me hice con una recopilación, un acopio místico de lugares comunes,
que funcionó… tomé un poquito de aquí, otro de allí… no hay nada propio…
nada…”.
Sus tres compañeros lo miraron con algo
de condescendencia y, a la vez, admiración: había que tenerlos bien puestos
para admitir la propia insustancialidad… Los tres acompañaron la mirada de un
gesto de asentimiento que decía “de aquí no sale” – pero que también decía “ya
lo sabíamos”.
Los dioses se miraron entre sí,
incrédulos o desengañados – difícil interpretar los gestos divinos; y menos aún
con toda esa luminosidad blanca que encandila que no veas.
Una tercera voz, profunda, pero menos
que las otras, e igualmente ajena a lo terrestre…: “Se los dije… Pagando estaba
la gansa”. Los otros dos dioses sacaron sus billeteras…
“Se notaba a la legua que éste petimetre
no era un candidato para la transición de la recreación lúdica de lo
primordial, a la posesión de los secretos del origen de las cosas… Y ustedes
dos, erre que erre… Consejo de viejo: no pierdan el tiempo; lo dioses factibles
no relatan el juego, lo exaltan con el silencio de sus habilidades en la
cancha… Los charlatanes, a lo sumo, sólo pueden creer; pero no ver.
Ustedes se me encandilan con cuentitas de colores, che… me pregunto si no se
habrán apresurado al afiliarlos al Olimpo…”.
La incandescencia despareció sin aviso.
Del otro lado del cristal, una blancura más rudimentaria, más tosca, hecha de
miles de papelitos de diarios y revistas cortados al tun tun, le daban la
bienvenida al equipo local que ya estaba saludando desde la mitad del campo de
juego.
Relator: “Los once aguerridos lidiadores
ofrendan su alma al público…”.
El técnico miró al comentarista que
enarcó las cejas, subió levemente los hombros y llevó su mirada resignada hacia
el campo de juego… Otra tarde de domingo…
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