Si hubiera que contar lo que ocurre en la AFA desde
la música, seguramente la mejor opción sería la obertura “1812” de Piotr Ilich
Tchaikovsky, que da cuenta de la caída del ejército napoleónico en Rusia en el
siglo XIX. Los momentos de esplendor, los retrocesos en plena batalla, los
nuevos intentos por avanzar, el bloqueo ruso, hasta que al final, el desgaste y
el frío terminan con los franceses en las campanadas finales. Una melodía
memorable que acaba con los clásicos cañonazos.
En el caso de la AFA, los cañones y las campanadas
parecen demasiado lejanos, aunque haya una primera cita, la del 22 de octubre a
las 17,30 en el predio de Ezeiza, cuando se reúna la Asamblea de 75 miembros
para refrendar o no el gobierno de Luis Segura, el heredero del trono del
fallecido Julio Grondona.
Ese día, el opositor Marcelo Tinelli, a veces
enemigo, otras sólo adversario, otras nuevamente enemigo y otras, nuevamente
adversario, necesitará apenas 16 votos para forzar un llamado anticipado a
elecciones (se habla del 26 de noviembre para que sean siempre luego de un
eventual Balotaje presidencial argentino), acabando con los 36 años de
grondonismo (35 de Don Julio y uno residual).
Sin embargo, en la política y mucho más en la del
fútbol, no siempre uno más uno es dos. Y de hecho, lo que hoy es blanco mañana
puede ser negro o viceversa. Así es que Segura no debe enemistarse frontalmente
con Tinelli pero al mismo tiempo, cuando todo indica que están demasiado
parejos en una votación presidencial que por ahora tiene fecha formal para el 1
de marzo de 2016, el actual presidente de la AFA necesita cuidar cada voto. Y
eso puede implicar quedar entre la espada y la pared, como con la remoción del
presidente del Consejo Federal, Roberto Fernández, por acercarse a su
adversario/enemigo.
Es que en la AFA, desde la muerte de Grondona, el
pasado 30 de julio de 2014, aparecieron dos actores fundamentales: el Estado,
que se sintió fuerte como para, por fin, presionar todo lo que puede como
aportante de la masa de dinero del Fútbol Para Todos, pero no tanto para
controlar los fondos sino para jugar su propio juego de poder, y el propio
Tinelli, que con su potencia mediática, se convirtió en un peligroso agente
externo a los negocios tradicionales e incontrolables.
Ante el Estado, puede decirse que el fútbol tiene ya
cierta gimnasia. Grondona dominaba a los funcionarios con apenas un chasquido,
desde su “universidad de la calle” y su gambeta excepcional con la que hasta dribleó
al FIFA-Gate yéndose antes de este mundo.
Pero ante Tinelli, se abre un mundo de
desconfianzas. Muchos se preguntan por el alcance de sus reuniones en la casa
Rosada con Máximo Kirchner, el hijo de la presidente, y su venia para su
candidatura cuando parecía que el artículo 50 del reglamento no se lo permitía.
Otros se interrogan sobre cómo frenar a quien
comprometiera a los tres máximos
candidatos a presidente argentino desde diciembre, para que le dieran su apoyo,
si bien hoy uno de ellos parece haber reculado al enterarse de ciertas
asociaciones del exitoso conductor televisivo.
Y otros temen que una vez en el Poder futbolero,
comience a jugar su partido Cristóbal López, quien le comprara la productora
Ideas del Sur, también se quedó con La Corte, emparentada con las transmisiones
en el programa “Fútbol Para Todos” y que avanza con la idea de lo que Grondona
llamaba en la jerga “Prode Bancado”, las apuestas online.
Así es que el grondonismo residual encontró un
aliado en el presidente de Independiente, Hugo Moyano y su principal socio, su
yerno Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de Barracas Central y que ocupa la
vicepresidencia que dejó el aislado macrista Daniel Angelici, presidente de
Boca.
Pero en esta guerra de largo alcance, quedan varias
etapas y algunos dirigentes agazapados, esperando el momento justo. Alejandro
Marón (Lanús), que aparece en alguna escucha telefónica junto a Grondona,
parece querer transitar la calle del medio, al mejor estilo de Sergio Massa en
la política nacional. Alguien que lleve concordia entre los “extremos” Tinelli
y Segura. Víctor Blanco (Racing) tiene muy buena relación con La Cámpora y
también en su momento decía que no cuando le consultaban si quería presidir su
club, en el conflicto entre Rodolfo Molina y Gastón Cogorno. Y terminó como
mandatario y campeón. Tampoco hay que desdeñar al presidente de Belgrano de
Córdoba. Armando Pérez, que aunque lo niega, cuenta con el apoyo del fútbol
regional y es ambicioso.
Que vuelvan los hinchas visitantes en dos fechas sin
que nada haya cambiado y por motivos puramente electorales, que se juegue la
fecha más importante del torneo sin los mejores jugadores de cada equipo, que
Torneos maneja a la selección argentina aunque esté involucrado en coimas y
negociados varios con su ex CEO detenido, que nadie se preocupe por una
colchoneta cuando murió un joven futbolista por falta de contención o que se
busque eliminar descensos en un impresentable torneo de 30 equipos, parecen
cosas de segundo plano.
El fútbol argentino está lejos de las campanadas y
los cañones, y aún no sabemos quién ganará, o si, al final, todos pierden.
Todos tienen una única certeza, que apareció en boca
de un veterano dirigente: “Jamás el Estado le bajará la cortina al fútbol”. No
fue Grondona. Fue Valentín Suárez, de Bánfield, en los años sesenta. Y fue un
visionario.
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