Las frías estadísticas, esta vez, nos muestran un panorama
extraño, como cuando se las relaciona con algunas distorsiones importantes de
la realidad. Aquella famosa frase que indica que si mi vecino tiene dos coches
y yo ninguno, para las estadísticas, cada uno de nosotros tiene uno. Hay que
hilar fino, profundizar, para no quedarse con las cifras.
Y en los enfrentamientos entre Boca y River en 2015,
los números dirán que Boca ganó los dos partidos del torneo (2-0 en la
Bombonera y 0-1 en el Monumental), que terminó empatado el partido de vuelta de
la Copa Libertadores 0-0, suspendido al terminar el primer tiempo, y que River
apenas ganó 1-0 y de penal, el único de los cuatro partidos oficiales en los
que emergió victorioso y aún así, con un gol, y de penal, en esos cuatro
partidos, pudo avanzar a cuartos de final y ganar la copa más importante de
Sudamérica.
Es más, hubo otros dos enfrentamientos en el verano,
de carácter amistoso (y sin valor formal) en los que Boca también se impuso,
1-0 en Mar del Plata y 5-0 en Mendoza. Es decir que en los seis partidos de
2015, Boca ganó cuatro, con nueve goles a favor, River uno, con un solo gol (y
de penal) y empataron uno, que se suspendió al terminar el primer tiempo.
Y sostenemos que las estadísticas son engañosas
porque esta inmensa superioridad boquense en los resultados, en los números,
pareciera que quedó en inferioridad a la vista delo ocurrido futbolísticamente
en el mismo lapso.
En el Monumental, tras una semana muy conversada
porque Boca llegaba por primera vez tras los impresentables sucesos de la
pasada Copa Libertadores en la Bombonera, todo había cambiado apenas un día
antes, el sábado, cuando Huracán venció a San Lorenzo en el clásico porteño.
Esa derrota de San Lorenzo ya le permitía a Boca
llegar al Superclásico sin tanta presión. Incluso una derrota lo mantenía en
carrera y a lo sumo le abría la puerta a River para la pelea por el título,
pero no tanto más, con 18 puntos pendientes hasta el final del certamen.
Pero Boca “se jugaba” también otras cosas en el
Monumental. Había, en torno del plantel, una necesidad de demostrar carácter,
personalidad, tras haber quedado una idea de haber sido avasallado por su rival
en los partidos de los dos torneos continentales anteriores (Copa Sudamericana
2014 y la reciente Copa Libertadores) y el regreso de Carlos Tévez, con aquel
recuerdo del gol de “la gallina” en 2004, alimentaba la idea.
Boca se jugaba mucho más que un River enfocado en el
Mundial de Clubes de diciembre, donde podría esperarlo nada menos que el
Barcelona en la final, pero ese torneo de Japón queda algo lejos aún y una
derrota lo apartaba de toda pretensión local. Sin embargo, los títulos ya
obtenidos obran de calmante y atenúan un posible descontento.
Para River, el mayor objetivo era arruinarle a Boca
las chances de ganar un campeonato que le resulta esquivo desde 2011 con apenas
una cosecha de una Copa Argentina en cuatro años, justo cuando en diciembre
habrá elecciones y el oficialismo macrista de Daniel Angelici corre peligro de
perder el poder en el club.
En ese contexto, un primer indicio lo daría el
equipo que pondría en el campo de juego el director técnico de Boca, Rodolfo
Arruabarrena. Tras la derrota inesperada ante San Lorenzo, era el momento de
jugarse y de apostar al triunfo con un esquema ofensivo.
Pero el “Vasco” parece preso del peso de algunos
jugadores y aunque vino de la gira con la selección argentina y su nivel es muy
bajo para lo que fue en otros tiempos, volvió a apostar en el medio por
Fernando Gago, hoy muy superado por el joven Andrés Cubas en la marca, y en la
presión a soportar por el mediocampo rival.
Sin embargo, el fútbol es imprevisible, “la dinámica
de lo impensado”, como lo definiera Dante Panzeri, y no había pasado más de un
minuto cuando el propio Gago caía lesionado sin que ningún rival lo hubiese
rozado, lo cual también nos permite preguntarnos cuánto jugó el inconsciente
del propio jugador, que se sabe muy cuestionado a priori.
Entonces, este hecho fortuito, con la obligación de
un inmediato cambio de piezas, acabó ordenando a Arruabarrena con el ingreso de
Nicolás Lodeiro. El uruguayo se ubicó más adelante, más cerca de los dos
atacantes, Tévez y Sebastián Palacios, y Boca pudo manejar el partido los
primeros treinta minutos presionando a River en su campo, manteniendo el
trámite lejos de área.
El uruguayo Bentancur, redimido tras el grave error
en el partido ante San Lorenzo, quedó como compañía de los “luchadores” Meli y
Erbes, ante un impotente mediocampo de River en el que no encontraban la marca
ni Matías Kranevitter ni mucho menos Leonardo Ponzio, otra vez (como en
clásicos anteriores) al borde de la expulsión pero cuenta con una coronita
inexplicable, que siempre acaba salvándolo y esta vez no fue la excepción, pero
evidenciado con el cambio del director técnico Marcelo Gallardo, inteligente al
darse cuenta de que pudo haber estado con un jugador menos desde muy temprano.
Boca lo tenía para aumentar el marcador en cualquier
momento, tras el gol de Lodeiro, porque River siempre estuvo mal parado atrás,
dejando muchos espacios y no encontrando la pelota, pero los de Arruabarrena
volvieron a chocar con el mismo escollo de siempre: la apuesta al empuje, la
garra, el choque, el correr cada pelota, pero perdiendo la necesaria memoria de
que el fútbol es, ante todo, un juego y que consiste en manejar una pelota.
Así, como en casi todos los partidos del año, Meli
corrió y corrió, y chocó y chocó. De a poco, con sus errores, Boca fue cediendo
el protagonismo y este River tan limitado, con tanto recambio, con jugadores en
muy bajo nivel, se fue animando. Boca se fue retrasando, y sin demasiado,
apenas con dos centros cruzados al final del primer tiempo y al principio del
segundo, Lucas Alario tuvo dos chances que conjuró muy bien Orión, con mucha
solidez.
Boca se limitó entonces a controlar a River. Con
rusticidad, con “huevos” malentendidos, porque se trata de trabar fuerte pero
de jugar antes, sin caer en los discursos facilistas como los de Blas Giunta,
ex jugador de los años ochenta (en los que hay que recordar que Boca apenas si
ganó un título local y uno internacional en once años), con Tévez y Palacios
aislados, sin conexión entre sus líneas, y apenas con el oficio para bloquear a
un rival sin ideas.
Así es que Boca se lleva tres puntos muy importantes
del Monumental, recupera el liderazgo del torneo a seis fechas del final, pero
muy poco puede engañar a quienes seguimos pretendiendo ver un partido de fútbol
en el que pase algo, en el que se juegue a algo.
Boca es único puntero, ganó el Superclásico, pero no
juega nada bien. Renuncia muy pronto al espectáculo, a dar dos pases seguidos,
aún con jugadores de buen pie. No encuentra un equipo base, no tiene una idea
de juego.
También por todo esto, las estadísticas son
engañosas. Puede seguir ganando aún jugando de esta forma, pero nadie podría
sorprenderse si en algún momento los resultados cambian.
River, a partir de hoy, ya debe enfocarse en el
Mundial de Clubes, en afinar su plantel con miras a ese gran torneo que lo
proyectará más que nunca al plano internacional. En el plano local, necesita de
un milagro para aspirar algo. Y jugando como en este Superclásico, no habrá
milagro posible.
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