lunes, 14 de septiembre de 2015

Huevos, amarillas, lesiones y un gol


Las frías estadísticas, esta vez, nos muestran un panorama extraño, como cuando se las relaciona con algunas distorsiones importantes de la realidad. Aquella famosa frase que indica que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, para las estadísticas, cada uno de nosotros tiene uno. Hay que hilar fino, profundizar, para no quedarse con las cifras.

Y en los enfrentamientos entre Boca y River en 2015, los números dirán que Boca ganó los dos partidos del torneo (2-0 en la Bombonera y 0-1 en el Monumental), que terminó empatado el partido de vuelta de la Copa Libertadores 0-0, suspendido al terminar el primer tiempo, y que River apenas ganó 1-0 y de penal, el único de los cuatro partidos oficiales en los que emergió victorioso y aún así, con un gol, y de penal, en esos cuatro partidos, pudo avanzar a cuartos de final y ganar la copa más importante de Sudamérica.

Es más, hubo otros dos enfrentamientos en el verano, de carácter amistoso (y sin valor formal) en los que Boca también se impuso, 1-0 en Mar del Plata y 5-0 en Mendoza. Es decir que en los seis partidos de 2015, Boca ganó cuatro, con nueve goles a favor, River uno, con un solo gol (y de penal) y empataron uno, que se suspendió al terminar el primer tiempo.

Y sostenemos que las estadísticas son engañosas porque esta inmensa superioridad boquense en los resultados, en los números, pareciera que quedó en inferioridad a la vista delo ocurrido futbolísticamente en el mismo lapso.

En el Monumental, tras una semana muy conversada porque Boca llegaba por primera vez tras los impresentables sucesos de la pasada Copa Libertadores en la Bombonera, todo había cambiado apenas un día antes, el sábado, cuando Huracán venció a San Lorenzo en el clásico porteño.

Esa derrota de San Lorenzo ya le permitía a Boca llegar al Superclásico sin tanta presión. Incluso una derrota lo mantenía en carrera y a lo sumo le abría la puerta a River para la pelea por el título, pero no tanto más, con 18 puntos pendientes hasta el final del certamen.

Pero Boca “se jugaba” también otras cosas en el Monumental. Había, en torno del plantel, una necesidad de demostrar carácter, personalidad, tras haber quedado una idea de haber sido avasallado por su rival en los partidos de los dos torneos continentales anteriores (Copa Sudamericana 2014 y la reciente Copa Libertadores) y el regreso de Carlos Tévez, con aquel recuerdo del gol de “la gallina” en 2004, alimentaba la idea.

Boca se jugaba mucho más que un River enfocado en el Mundial de Clubes de diciembre, donde podría esperarlo nada menos que el Barcelona en la final, pero ese torneo de Japón queda algo lejos aún y una derrota lo apartaba de toda pretensión local. Sin embargo, los títulos ya obtenidos obran de calmante y atenúan un posible descontento.

Para River, el mayor objetivo era arruinarle a Boca las chances de ganar un campeonato que le resulta esquivo desde 2011 con apenas una cosecha de una Copa Argentina en cuatro años, justo cuando en diciembre habrá elecciones y el oficialismo macrista de Daniel Angelici corre peligro de perder el poder en el club.

En ese contexto, un primer indicio lo daría el equipo que pondría en el campo de juego el director técnico de Boca, Rodolfo Arruabarrena. Tras la derrota inesperada ante San Lorenzo, era el momento de jugarse y de apostar al triunfo con un esquema ofensivo.
Pero el “Vasco” parece preso del peso de algunos jugadores y aunque vino de la gira con la selección argentina y su nivel es muy bajo para lo que fue en otros tiempos, volvió a apostar en el medio por Fernando Gago, hoy muy superado por el joven Andrés Cubas en la marca, y en la presión a soportar por el mediocampo rival.

Sin embargo, el fútbol es imprevisible, “la dinámica de lo impensado”, como lo definiera Dante Panzeri, y no había pasado más de un minuto cuando el propio Gago caía lesionado sin que ningún rival lo hubiese rozado, lo cual también nos permite preguntarnos cuánto jugó el inconsciente del propio jugador, que se sabe muy cuestionado a priori.

Entonces, este hecho fortuito, con la obligación de un inmediato cambio de piezas, acabó ordenando a Arruabarrena con el ingreso de Nicolás Lodeiro. El uruguayo se ubicó más adelante, más cerca de los dos atacantes, Tévez y Sebastián Palacios, y Boca pudo manejar el partido los primeros treinta minutos presionando a River en su campo, manteniendo el trámite lejos de área.

El uruguayo Bentancur, redimido tras el grave error en el partido ante San Lorenzo, quedó como compañía de los “luchadores” Meli y Erbes, ante un impotente mediocampo de River en el que no encontraban la marca ni Matías Kranevitter ni mucho menos Leonardo Ponzio, otra vez (como en clásicos anteriores) al borde de la expulsión pero cuenta con una coronita inexplicable, que siempre acaba salvándolo y esta vez no fue la excepción, pero evidenciado con el cambio del director técnico Marcelo Gallardo, inteligente al darse cuenta de que pudo haber estado con un jugador menos desde muy temprano.

Boca lo tenía para aumentar el marcador en cualquier momento, tras el gol de Lodeiro, porque River siempre estuvo mal parado atrás, dejando muchos espacios y no encontrando la pelota, pero los de Arruabarrena volvieron a chocar con el mismo escollo de siempre: la apuesta al empuje, la garra, el choque, el correr cada pelota, pero perdiendo la necesaria memoria de que el fútbol es, ante todo, un juego y que consiste en manejar una pelota.

Así, como en casi todos los partidos del año, Meli corrió y corrió, y chocó y chocó. De a poco, con sus errores, Boca fue cediendo el protagonismo y este River tan limitado, con tanto recambio, con jugadores en muy bajo nivel, se fue animando. Boca se fue retrasando, y sin demasiado, apenas con dos centros cruzados al final del primer tiempo y al principio del segundo, Lucas Alario tuvo dos chances que conjuró muy bien Orión, con mucha solidez.

Boca se limitó entonces a controlar a River. Con rusticidad, con “huevos” malentendidos, porque se trata de trabar fuerte pero de jugar antes, sin caer en los discursos facilistas como los de Blas Giunta, ex jugador de los años ochenta (en los que hay que recordar que Boca apenas si ganó un título local y uno internacional en once años), con Tévez y Palacios aislados, sin conexión entre sus líneas, y apenas con el oficio para bloquear a un rival sin ideas.

Así es que Boca se lleva tres puntos muy importantes del Monumental, recupera el liderazgo del torneo a seis fechas del final, pero muy poco puede engañar a quienes seguimos pretendiendo ver un partido de fútbol en el que pase algo, en el que se juegue a algo.

Boca es único puntero, ganó el Superclásico, pero no juega nada bien. Renuncia muy pronto al espectáculo, a dar dos pases seguidos, aún con jugadores de buen pie. No encuentra un equipo base, no tiene una idea de juego.

También por todo esto, las estadísticas son engañosas. Puede seguir ganando aún jugando de esta forma, pero nadie podría sorprenderse si en algún momento los resultados cambian.


River, a partir de hoy, ya debe enfocarse en el Mundial de Clubes, en afinar su plantel con miras a ese gran torneo que lo proyectará más que nunca al plano internacional. En el plano local, necesita de un milagro para aspirar algo. Y jugando como en este Superclásico, no habrá milagro posible.

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