En apenas 72
horas tendremos el panorama más claro. En Brasil, River Plate y Boca Juniors se
juegan el año cuando deban afrontar los durísimos partidos de vuelta de
semifinales de Copa Libertadores de América ante Gremio de Porto Alegre y
Palmeiras de San Pablo, respectivamente, aunque esto no significa que lleguen
en la misma situación.
River necesita
revertir el 0-1 de la ida del Monumental del martes pasado, cuando un experimentado
Gremio, actual campeón de América, aunque sin dos de sus figuras principales,
ambos atacantes, Luan y Everton, lesionados, sorprendió al equipo argentino y
lo venció a partir de una jugada de pelota parada (un córner que cabeceó muy
bien el volante Michel aunque lo ayudó una muy mala salida de Franco Armani).
Pero mucho más
allá del gol de diferencia, en un partido que bien pudo acabar 0-0 porque los
brasileños se dedicaron a cortar el juego de River cerrando todos los caminos
hacia su muy buen arquero Marcelo Grohe, lo que se notó es que el equipo que
dirige Marcelo Gallardo no se encuentra en su mejor momento de forma.
River es un
equipo que basa su juego en lo colectivo, en una cierta dinámica e intensidad
que suelen ayudar a sus individualidades, y es en el Monumental y en esta clase
de partidos definitorios, y mano a mano en series de ida y vuelta, cuando eleva
su rendimiento, tal como ocurriera en octavos de final ante Racing Club y en
cuartos, ante Independiente.
De hecho, River
no estuvo jugando en esta Copa con el valor doble del gol de visitante y
Gallardo prefirió, en cambio, apostar a la “media inglesa” (empatar afuera,
ganar luego en casa), pero no contaba con el muy pronunciado bajón en el
rendimiento de Gonzalo “Pity” Martínez (no debe ser fácil saber que en poco más
de un mes, el dinero que percibirá por su muy probable pase al Atlanta de la
MLS norteamericana, será sustancialmente mayor), y que Ignacio Fernández,
Ignacio Scocco y Lucas Pratto no pasan tampoco por su mejor momento.
Si los atacantes
y volantes de apoyo no están bien y el rival cuenta con jugadores de mucha
personalidad y forman parte de una maquinaria pensada para resistir, todo se
hace más complicado.
¿Puede revertir
River la serie en Porto Alegre? No parece nada fácil ante el campeón y en su
casa, pero los dirigidos por el excéntrico Renato Portaluppi (ganador de la
Copa como jugador, en los años ochenta, y como DT en 2017) pero ya Gallardo lo
consiguió en 2015 ante el Cruzeiro, en cuartos de final, al caer también en la
ida en el monumental.
Claro que para
eso, River requerirá de mucha concentración, enorme mentalidad para superar un
clima muy adverso, una defensa sólida ante la posible vuelta de Luan y Everton,
y especialmente, una gran efectividad en ataque. Para 2018, éste es su gran
objetivo más allá de que a su vuelta lo espera Gimnasia y Esgrima La Plata para
la semifinal de la Copa Argentina, anteúltimo paso en busca de llegar a la Copa
Libertadores 2019, a la que también podría acceder de ganar la actual edición.
Boca, en cambio,
llega con mucho más aire al Arena Parque, el nuevo estadio del Palmeiras en San
Pablo, tras el muy buen 2-0 de la ida en la Bombonera del pasado miércoles,
aunque no debe engañarse. Su mayor confianza podría residir en una gran solidez
demostrada del medio hacia atrás, porque si bien los paulistas no se atrevieron
a pasar casi nunca la mitad de la cancha, con un planteo demasiado
especulativo, fue claro que cuando lo hicieron, fueron rápidamente
neutralizados.
Pero Boca sigue
siendo, desde hace años, un equipo espasmódico. Sin ideas de juego, sale cada
partido rezando para que sus delanteros resuelvan lo que el esquema no
consigue. Ni Cristian Pavón es aquel jugador desequilibrante de los partidos
finales del torneo argentino anterior y desde que volvió del Mundial de Rusia
no logra superar el “uno contra uno”, ni Mauro Zárate encuentra su lugar como
enlace entre volantes y delanteros, ni es reemplazado por otros compañeros, por
lo que el equipo aparece partido con tres volantes que luchan y corren (Pablo
Pérez, Wilmar Barrios y Nahitán Nández), y tres de adelante que hacen lo que
pueden (los citados Pavón y Zárate, más un nueve como Ramón “Wanchope” Ábila,
que busca que lo habiliten para poder marcar goles, pero eso casi nunca ocurre.
Así es que como
en el Monumental el partido pintaba para un 0-0 clavado y llegó el gol de
cabeza de Gremio, en la Bombonera ocurría lo mismo hasta el minuto 81 cuando el
director técnico Guillemo Barros Schelotto se jugó la última carta, la de un
nueve por otro, e hizo entrar a un Darío Benedetto que llevaba una larga racha
de sequía desde que regresó de la lesión (nueve cotejos) por Wanchope, y en
esos pocos minutos, pagó con dos goles de gran factura que cambiaron
radicalmente la serie pero de ninguna manera la idea táctica.
¿Boca tiene todo
definido para la vuelta en San Pablo? En series tan apretadas, un 2-0 en la ida
es una diferencia amplia, pero el equipo de Barros Schelotto no tiene un
sistema que lo ampare, más allá de que manejó muy bien la vuelta en cuartos
ante Cruzeiro en Belo Horizonte tras el mismo resultado en la ida en la
Bombonera.
Pero Palmeiras
es mucho más que Cruzeiro, tiene mejores jugadores, es el puntero en el
Brasileirao, el gran torneo nacional brasileño, y seguramente someterá a Boca a
una gran presión, más allá de que en un campo grande y con la chance de
contragolpe, el equipo argentino tiene siempre la chance de un gol que dejaría
muy maltrechos a los paulistas porque los obliga a meter cuatro.
Si River se
juega el año en Porto Alegre, Boca se juega su chance de lanzarse en el plano
internacional, después de once años sin ganar la Copa Libertadores. Aquella
vez, con Juan Román Riquelme como gran figura, lo consiguió en Porto Alegre y
ante Gremio, algo que podría volver a ocurrir, dependiendo de que los
brasileños eliminen a los de Gallardo.