Si bien habrá
que aceptar aquella frase que dice que todo lo que comienza mal, probablemente
termine mal, seguramente muy pocos imaginaron que el ciclo de Julen Lopetegui
como entrenador del Real Madrid podía llegar a su fin con una derrota tan dura
como la que padeció el domingo en el Camp Nou ante el Barcelona en el Clásico.
Es cierto que
hace dos temporadas, sucedió algo parecido con Rafa Benítez, que también
terminó yéndose con un rotundo 0-4 y en el Santiago Bernabeu (y casualmente,
con Lionel Messi ausente en gran parte de aquel partido, porque provenía de una
lesión e ingresó al final, cuando ya todo estaba acabado), pero no daba la
impresión de que la diferencia podía ser tan amplia y no sólo en el marcador.
Porque si el
Barcelona ganó por 5-1 y sin Messi, también hay que señalar que se le
contabilizaron trece llegadas claras a la portería de Thibaut Courtois y la
diferencia pudo haber sido mayor, como es cierto también que si fuera por los
primeros veinticinco minutos de la segunda parte, el Real Madrid hasta pudo
haber empatado a dos en ese tiempo, de no ser por el remate de Luka Modric que
terminó con el balón rebotando en el palo izquierdo de un Marc Ter Stegen ya
vencido, para luego salir por el otro costado.
El ciclo de
Lopetegui ha sido muy malo para el Real Madrid pero mucho más que en los
resultados, porque se lo nota como un equipo que ha perdido aquella confianza
ciega que demostraba en los tiempos de Zinedine Zidane como entrenador, y con
Cristiano Ronaldo como goleador, como si hubiera perdido la magia que le
entregaban estos dos protagonistas legendarios del club.
Como si se
hubiera convertido, en pocos meses, en un equipo llano, raso, uno más entre
tantos que compiten con jugadores de calidad, pero sin ese toque de distinción
que comenzó cuando Carlo Ancelotti procedió a limpiar aquella nefasta imagen
planetaria dejada en los tiempos de José Mourinho.
El fino trabajo
de Ancelotti por recuperar el vestuario, ir lentamente derivando en un equipo
que tratara bien al balón y confiara en sus capacidades, decayó por pocos meses
con Benítez pero tomó envión definitivo con Zidane, pero la final de la
Champions League de mayo en Kiev ante el Liverpool, que desató la euforia por
la Decimotercera, escondía para el vestuario, la toma de consciencia de que se
acercaba el final del ciclo para un Cristiano Ronaldo que comunicaba su salida,
y a los pocos días, la del entrenador, que dejaba sin margen de maniobra al
club, en el inicio del receso veraniego y con el Mundial de Rusia demasiado
cerca.
Allí fue que se
fraguó en el club y en el presidente Florentino Pérez la extraña idea de la
contratación de Lopetegui, anunciada de manera extraña a horas del debut
mundialista de la selección española, con el estremecimiento que eso provocó y
el final conocido, pero sumado a que Real Madrid no supo reaccionar a la salida
de Cristiano Ronaldo a la Juventus y nunca le encontró reemplazo, como asimismo
se dio el lujo de poner en duda a su portero costarricense Keylor Navas, gran
figura de las pasadas temporadas, para traerle una alta competencia como la de
Courtois, para lo que lo privó de jugar en la Liga.
El desbarranque
del vestuario blanco es evidente porque sigue teniendo jugadores de gran
calidad, pero que no lograron aislarse del contexto y como bien definió de
manera clara tras el Clásico el muy buen volante brasileño Casemiro (quien fue
elevado como titular por Zidane), la temporada, hasta ahora, ha sido
“desastrosa” y muy probablemente el italiano Antonio Conte, con otra línea
completamente distinta, llegará en los próximos días para reemplazar a
Lopetegui.
Lo del Barcelona
es muy distinto. Simplemente, y aún sin Messi, y cuando alternaba muy buenos
partidos con otros no tanto, se encontró con facilidades blancas que no
esperaba y con una buena ventaja al terminar la primera parte, con una soberbia
actuación de Jordi Alba por el lateral izquierdo, y un Arthur que viniendo
desde el fútbol brasileño sin una escala europea, se adaptó de manera inmediata
a un sistema de juego que por lo general se genera desde muchos años antes.
Tras los
veinticinco minutos de la segunda parte en los que lo pasó mal por el dominio
blanco, el Barcelona aprovechó el 3-1 gracias al instinto y el oportunismo de
un gran goleador como el uruguayo Luis Suárez y a partir de allí, con un Real
Madrid con escasa capacidad de lucha, una línea de tres con un Sergio Ramos más
errático que de costumbre, Nacho y Casemiro (como líbero entre los dos) ya no
pudo parar a un rival con el ímpetu para llevárselo por delante, como terminó
ocurriendo.
El Barcelona
puede tener tardes como la del 5-1 en el Camp Nou, que desatan la euforia de
sus simpatizantes, o noches como la de Wembley ante el Tottenham por Champions,
en la que brilló el genio de Messi, ausente en este Clásico.
Pero el Real
Madrid no puede seguir repitiendo lo que hizo durante gran parte del Clásico,
cuando parece estar ausente, sin fuerzas, sin espíritu, y desplegando en el
césped grandes nombres sin el mayor compromiso detrás (a excepción de Marcelo,
que lleva tres partidos consecutivos marcando pese a ser lateral izquierdo).
Habrá que ver si
con el relevo en el banquillo las cosas cambian para que abandone este noveno
puesto en Liga y una mediocre producción en la fase de grupo de Champions, pero
especialmente, para que recupere la memoria de lo que podía generar escasos
meses atrás.
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