Por estos días,
el discurso mediático hace hincapié en la inédita gran final de Copa
Libertadores de América que podrían protagonizar Boca Juniors y River Plate,
sin reparar en que ambos deben superar todavía, y en duras semifinales de ida y
vuelta, a dos fuertes equipos brasileños como Palmeiras y Gremio,
respectivamente, mientras que se le dedican loas a ciertos planteos tácticos a
un más que discutido director técnico Guillermo Barros Schelotto, y se exagera
una racha de treinta y dos partidos sin derrotas a su colega Marcelo Gallardo,
aunque la mitad hayan sido triunfos ante equipos del ascenso o de los torneos
federales.
Los medios
emiten una realidad aumentada que nos hace creer que pisamos una especie de
edén futbolero en la Argentina, cuando la Superliga, que venía a cambiar la
organización de los torneos locales, ya tiene en su tabla de posiciones una
multitud de asteriscos por partidos pendientes y suspendidos de la mayoría de
los clubes, como viene siendo desde hace décadas, en un juego de conveniencias
de cada uno, que no quiere ceder y que incluso no repara en inventar cualquier
excusa para seguir sin ceder sus jugadores convocados a la selección nacional,
aunque el acuerdo haya sido que ésta es la prioridad “número uno” luego del
fracaso en Rusia 2018.
Un torneo local
sin VAR y con arbitrajes deficientes en la mayor parte de los partidos, y con
una buena cantidad de equipos que priorizaron las competencias internacionales
y han llegado a disputar varios partidos con suplentes, no parece el mejor
indicativo de un gran nivel, y aún corre con el peligro de que, una vez que se
inicie el receso de fin de año, muchos jugadores de mediano nivel hacia
adelante emigren hacia otros mercados en busca de una paga mejor.
Boca, que viene
jugando muy mal desde hace años (no sólo con la dirección técnica de los Barros
Schelotto sino desde antes, con Rodolfo Arruabarrena), parece haber encontrado
elogios a su funcionamiento tan sólo por haber encontrado un empate en Belo
Horizonte ante un muy limitado Cruzeiro, pese a que su arquero Agustín Rossi no
ofrece garantías en sus salidas en los centros, y su dupla técnica no consigue
acertar con un esquema táctico madre que sostenga al equipo cuando la situación
lo amerite, y suelen ser sus individualidades, muchas de ellas de gran calidad,
las que terminan salvando al conjunto.
De hecho, ante
Racing, el puntero de la Superliga, en Avellaneda, Boca minimizó un clásico en
el que había mucho en juego, tomando en cuenta que su próximo compromiso copero
es recién el 24, y salió prácticamente sin mediocampo (Fernando Gago no se
destaca por marcar, y los chicos Agustín Almendra y Julián Chicco necesitan
muchos partidos para madurar) y sobre el final, pudo sacar un empate tras un
recorrido que bien lo pudo poner cuatro o cinco goles abajo.
Sin embargo,
bastó aquel empate del jueves en Brasil y su clasificación a una durísima
semifinal ante el Palmeiras de Luiz Felipe Scolari (que le sacó cuatro puntos
de seis en la fase de grupos) para que buena parte de la prensa calificara como
“copero” al planteo y los auriazules se convirtieran en “candidatos naturales”
a ganar la séptima Copa Libertadores.
River pasó con
autoridad ante Independiente si es por el trayecto de los ciento ochenta
minutos de los dos partidos de cuartos de final ante Independiente, pero no se
puede soslayar que en el Monumental hubo dos penales para los rojos, no
cobrados, y uno de ellos arrastraba el combo de la expulsión de Javier Pinola,
en tanto que también se anuló un gol de Emmanuel Gigliotti por una mano, tras
el rebote de la pelota en el travesaño, que no había sido. Demasiado para un
solo partido.
Aún así, bastó
que River venciera al humilde Sarmiento de Resistencia por los cuartos de final
de la Copa Argentina, para que los medios insistieran en un invicto de treinta
y dos partidos consecutivos, que superó récords propios del pasado, sin
reparar, vaya casualidad, en que la mitad de esos partidos fueron en este
torneo nacional y la mayor parte de ellos (diez) los disputó ante equipos del
ascenso o de los torneos federales.
En esta realidad
aumentada, Boca y River ya están disputando la final de la Copa Libertadores y
ninguno de los dos tiene asegurada su plaza en la instancia decisiva. Si Boca
tiene como rival al Palmeiras, River tiene que pasar al vigente campeón, el
Gremio de Porto Alegre, nada menos.
A ello hay que
sumar el tachín tachín de Ariel Holan, el buen director técnico de
Independiente, a quien se le sobredimensionan los éxitos a partir del uso de
drones y otros elementos sofisticados.
Si bien en el
partido de ida en Avellaneda, ante River, Independiente tuvo dos o tres
posibilidades claras para convertir, y que en la vuelta fue evidentemente
perjudicado por decisiones arbitrales, también es cierto que en ambos casos,
los planteos fueron muy defensivos, con excesivas precauciones.
Que un equipo
como Independiente haya salido en Núñez con una línea de cinco defensores, o
que como local, desde el inicio, no hayan jugado ni Martín Benítez ni Ezequiel
Cerutti, dos extremos, y que, en cambio, sólo Silvio Romero haya jugado por
detrás de Gigliotti, único delantero, sólo fue observado por un gran ídolo del
club como Ricardo Bochini, acostumbrado desde hace décadas a decir que el rey
está desnudo contra la autocensura del medio.
A propósito de
las tradiciones rojas, también se magnificó que Holan aparecía como el retorno
a la mística, aunque parece haberlo ignorado con ciertos planteos en partidos
decisivos, o que no parece haber reparado en que, en una noche en la que se
jugaba todo, no hubiera estado de más, entre los saludos como en los años
sesenta y setenta, en tiempos de reinado de copas, salir a jugar con la
camiseta roja, y no con una gris con imperceptibles números rosas en la
espalda, con más énfasis en el marketing que en la gloriosa historia.
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