“Jamás dormí tan
bien como aquellas dos noches. Es increíble. No duermo siesta, no duermo de
noche, y algo me dijo ‘es hasta acá, peladito, es hasta acá’. Mi viejo quería
que jugara hasta los 52, pero realmente los huesitos no dan más. Es un momento
que me encuentra con felicidad plena”.
Pablo Guiñazú, con la misma sonrisa con la que llegó a cada uno de los
entrenamientos o partidos durante sus casi 23 años de carrera, tomó el
micrófono y anunció así que llegaba el momento del descanso, del reposo final
del guerrero, el pasado 1 de marzo en el estadio de La Boutique del Barrio
Jardín, de Talleres de Córdoba, el equipo del que es hincha.
En tres años
casi redondos (llegó el 22 de enero de 2016), el “Cholo” Guiñazú completó la
parábola de cerrar su carrera en Talleres, el club de sus amores, luego de
pasar por clubes de Paraguay, Brasil y Rusia, luego de debutar en la Primera
División en Newell’s Old Boys en 1996.
Según dijo
cuando se despidió, tenía meditado el retiro pasara lo que pasara en el último
peldaño de la clasificación para la fase de grupos de la Copa Libertadores de
América, a la que Talleres no pudo entrar al quedar eliminado por Palestino de
Chile al caer 2-1 en San Carlos de Apoquindo, luego del 2-2 en Córdoba en la
ida.
Pablo Horacio
Guiñazú nació en General Cabrera, Córdoba, el 26 de agosto de 1978, a los dos
meses de que la selección argentina se consagrara campeona del mundo por
primera vez y con varios jugadores de su amado Talleres, que siempre fue una
tentación para ir a probarse y jugar con esa camiseta. Lo hizo, quedándose dos
días en la capital de la provincia en 1995, pero decidió seguir jugando en
Acción Juvenil de General Deheza, de la
Liga de Río Cuarto, donde había debutado a los 14 años.
Siempre le quedó en la cabeza la idea de
jugar en la “T” en algún momento de su carrera, como una deuda pendiente. “Me
hizo debutar Cacho Fandiño. Yo era enganche, en ese tiempo. Luego me fui
retrasando en la cancha”, recuerda.
Al año
siguiente, en 1996, un ojeador de Newell’s Old Boys se acercó hasta su casa
para buscarlo (ya lo llamaban “Cholo” en su barrio) y consiguió el permiso de
su familia para viajar a Rosario, aunque eso significaba alejarse de todo su
entorno a los 17 años. La oportunidad de
debutar en el equipo que en ese entonces dirigía Mario Zanabria le llegó muy
pronto y en una ocasión especial, porque el 3 de noviembre, en el clásico
rosarino en el Gigante de Arroyito (1-1) ingresó a los 13 minutos del segundo
tiempo por el “Piojo” Damián Manso.
Tras cuatro años
en Newell’s, comenzó su peregrinaje por distintos clubes del mundo. En 2000 fue
fichado por el Peruggia italiano pero en la temporada siguiente, volvió para
incorporarse a Independiente, que dirigía Américo Gallego, y que acabó siendo
campeón del Torneo Apertura 2002 (el último título local de los Rojos de
Avellaneda).
Tras un breve paso por Newell’s en 2003, volvió a emigrar al
Saturn de Rusia a principios de 2004 (de hecho, aprendió algo del idioma
local), donde compartió equipo con sus ex compañeros de Independiente Lucas
Pusineri y Daniel “Rolfi” Montenegro Montenegro, y con Adrián Bastia y Nicolás
Pavolvich).
Pocos entendieron
en Rusia cuando el propio Guiñazú llegó con una oferta de Libertad de Paraguay,
que dirigía Gerardo “Tata” Martino. Consiguió que lo cedieran a préstamo, y a
cambio, los guaraníes cedieron a Freddy Bareiro, figura de la selección en los
Juegos Olímpicos de Atenas, en los que perdieron la final ante el equipo
argentino de Marcelo Bielsa. Fue campeón paraguayo en 2006 y eso potenció el
interés del Inter de Porto Alegre, a donde recaló en 2007 y fue ídolo, luego de
cosechar cuatro títulos gauchos, la Copa Sudamericana, la Suruga Bank, la Copa
Libertadores y la Recopa Sudamericana. Sólo tuvo la frustración de no poder
llegar a la final del Mundial de Clubes ante el otro Inter, el de Milán, al
quedar eliminado en semifinales, en 2010. Allí fue llamado “El Guerrero” y “El
Gladiador de las Pampas”.
Tras cumplir un
ciclo ganador en el Inter, junto a sus compatriotas Andrés D’alessandro y
Roberto Abbondanzieri, y con reconocimiento por su tremendo despliegue y una
notable regularidad en la mitad de la cancha, regresó a Libertad (donde
desarrolló una muy buena relación con el entonces presidente del club, Horacio
Cartes, luego mandatario del país) para
jugar la Copa Libertadores y terminada su participación allí, volvió a Brasil
pero para jugar en Vasco da Gama, en Río de Janeiro, y allí vivió épocas de
felicidad pero también sinsabores porque le tocó descender a la segunda
categoría en su primera temporada, a la siguiente ascendió, y a la tercera
volvió a descender, aunque alcanzó a ganar la Copa Carioca.
De todos modos,
era tan respetado ya en Brasil, más allá de los resultados, que dos veces,
mientras era jugador de Inter, fue tentado por el San Pablo, uno de los clubes
más grandes del país, a través de su director de Fútbol, Joao Paulo de Jesús
Lopes, en duras negociaciones en las que llegaron a terciar Boca Juniors y
Tigres de México, pero Guiñazú prefirió quedarse en el equipo “vermelho”.
Por fin, en
2016, decidió pegar la vuelta a sus pagos para jugar en Talleres, que en ese
entonces competía en el Nacional B. Ya contaba con 37 años, una carrera hecha,
y prometió que “vuelvo a mi provincia para ascender y retirarme en este club”,
aunque también pujaba fuerte Atlético Tucumán. Venía de cuatro meses sin jugar
en el Vasco da Gama y a pocos días de su debut, en un partido amistoso de
preparación ante el Racing cordobés, tuvo fractura del maxilar. Por si fuera
poco, su padre, que esperaba verlo jugar en Córdoba (aunque era hincha de
Independiente y lo vio campeón allí en 2002), falleció a los pocos meses, a los
66 años, tras un ACV.
Con el tiempo,
Guiñazú llegó a confesar a la revista “El Gráfico” que pensó por primera vez en
el retiro “pero mi mujer –Erica, a la que conoció en un boliche de Rosario y
con la que se casó el 29 de mayo de 1998- me trató de cagón”. Redobló esfuerzos, se
entrenó como siempre, “al 110 por ciento”, y aunque se perdió los primeros
siete partidos, no sólo consiguió el ansiado ascenso a Primera A con Talleres
sino que ese día quedará por siempre en
su recuerdo.
Talleres
necesitaba ganar en Floresta ante All Boys para ascender, pero quedó en
desventaja 1-0, y con un jugador menos, a los 37 minutos del segundo tiempo.
Empató enseguida, hubo cinco minutos de descuento y en la última jugada,
Guiñazú sacó un fuerte remate que se clavó arriba, cerca del palo derecho. La
algarabía fue total y terminó los festejos en andas de sus compañeros. Fue el 5
de junio de 2016.
Lo considera el
gol más importante de su carrera. “Entró porque tenía que entrar. Yo no soy de
patear al arco casi nunca, pero cuando me vi bien perfilado frente al arco y
sabiendo que el partido se terminaba, no me quedó otro remedio que patear. Y
por suerte, entró”, contó más tarde. Ya luego siguió en la A convirtiéndose en
un referente del plantel. Fue premiado como el mejor volante de la Superliga
2017/18.
Llegó a jugar
812 partidos, con apenas 14 goles, porque eso no era lo suyo. Lo de él fue
siempre el equilibrio en el medio, meter con
todo, la arenga para sus compañeros como referente inclaudicable del
esfuerzo y el despliegue generoso. De
esta forma consiguió ser convocado en tres etapas distintas de la selección
argentina, con Marcelo Bielsa, José Pekerman y Alejandro Sabella –en este caso,
durante la clasificación al Mundial de Brasil 2014, en su gran momento en el
Inter- como directores técnicos.
Pese a tantos
años en el fútbol, no cree que en algún momento pueda sentarse en el banco como
DT. “Nunca se puede decir nunca, pero ser DT profesional es muy complicado y
hay que estar capacitado para eso”, sostiene, y resalta a Martino, Bielsa y el
brasileño Tité (a quien tuvo en su gran etapa en el Inter) como de los que más
aprendió.
De niño, era
admirador de Diego Maradona, pero con los años, cree que Lionel Messi “es el
mejor de la historia, lejos. Por todos los títulos que ganó, por lo que hace
cada tres días, porque mete goles en todos los partidos, y porque nos llevó al
último Mundial. Me siento muy orgulloso de que sea argentino. Para mantener eso
todos los partidos durante tantos años tenés dos opciones: o sos un marciano, o
sos Messi, hermano. Y él es Messi”, le dijo al periodista Marcos Villalobos de
“La Nueva Mañana” de Córdoba.
Si bien en los
últimos años utilizó el número 5 en su espalda, y con el que hizo distintas
promociones a favor de Talleres, la que más le gustó siempre es la 21, porque
su ídolo siempre fue Zinedine Zidane, que utilizaba ese dorsal en la Juventus y
con el que alguna vez pudo cambiar camiseta. “Zidane era de otro planeta.
Volaba en la cancha, era inteligente. Yo lo miraba para aprender. Cuando llegué
a Independiente usaba la 7 pero ya en la segunda temporada pedí la 21 y la
mantuve”. Sólo desde 2017/18 utilizó la 5, hasta su retiro.
Ya no necesitará
bromear con que no es que tiene 40 (años) sino que “soy un 4.0” , y como buen
profesional siempre cuidó la alimentación, aunque pudo darse el gustito de un
buen asado con la familia y amigos y hasta algún fernet con cola “si bien no de
lunes a lunes, en la medida justa”.
Respetable
jugador de tenis que también pudo optar por estudiar medicina, le gusta la
música de Shakira y Maná, aunque cree que no hay como el Cuarteto. Su película
favorita es “Gladiador” y su ídolo deportivo siempre fue Michael Jordan. Tal
vez por eso luzca la pelada luego de haber comenzado con una tupida cabellera y
en sus tiempos de volante en Paraguay y Brasil, le haya agregado una tira al
estilo mohicano, que transmitió una fuerte personalidad y hubo quienes lo
copiaron.
A los 40 años,
Guiñazú cree que es el momento “de devolver el tiempo que invirtieron en mí. Me
bancaron mucho durante 22 años porque jugar al fútbol es una vida diferente de
cualquier otra. Y les agradezco a mis hijos, que están en Córdoba aunque sea
sean brasileños. Seguro que tengo mil millones de defectos como esposo y padre
y llegó el momento de ser esposo, padre, hermano, amigo”.
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