Lo que para
diciembre pasado no era nada seguro y hacía dudar a muchos, se transformó en
realidad nueve meses después de su último partido con la camiseta celeste y
blanca. Lionel Messi regresó por fin a la selección argentina sin haber estado
en los seis partidos amistosos jugados hasta ahora desde que terminó su
participación en el Mundial de Rusia.
Messi no lo pasó
nada bien en el Mundial. Estaba con la mirada siempre hacia abajo, taciturno,
molesto. Ya lo arrastraba desde los días previos de preparación en Barcelona,
cuando preocupaba mucho la suerte que podía correr un equipo argentino sumido
en la anarquía, con los jugadores de peso como el propio Messi o Javier
Mascherano tratando de debatir cada una de las reglas de convivencia con el
entonces entrenador, Jorge Sampaoli.
La última vez
que pude intercambiar algunas palabras con Messi fue allí, en la zona mixta
(lugar en el que los jugadores paran para dialogar con los periodistas después
de cada entrenamiento o partido), y fue un diálogo corto, porque no andaba bien.
Fue claro que en el mismo día del debut, casi al tocar la primera pelota del
Mundial, el genio del Barcelona se sintió solo en el ataque y vislumbró otro
fracaso colectivo, que finalmente llegó en octavos de final pero que bien pudo
ser en la fase de grupos.
Desde entonces,
y con cuatro mundiales perdidos encima de su cuerpo, ya Messi decidió sumirse
en un profundo silencio. No fue, como cuando falló su penalti en la final de la
Copa América Extra de los Estados Unidos 2016, que dijo que no jugaría más en
la selección argentina y ante el pedido, casi ruego, de sus compatriotas,
cambió su decisión. Ahora no. Prefirió no decir nada. Tomarse un largo tiempo
para dedicarse a su familia, al Barcelona, para ver si podía, por fin, aspirar
a ganar, sin tantas presiones de convocatorias al equipo nacional, su quinta
Champions League.
Y verdaderamente
las condiciones para regresar nunca estuvieron, si fuera que Messi buscara
cierto orden institucional, o un entrenador con experiencia en la selección
argentina. Porque teniendo en el mundo gente como Diego Simeone (Atlético
Madrid), Mauricio Pochettino (Tottenham), Marcelo Bielsa (Leeds United) o
Marcelo Gallardo (bicampeón de la Copa Libertadores de América, la Champions
sudamericana, con River Plate), quien quedó a cargo del equipo tras el Mundial
es Lionel Scaloni, sin ninguna experiencia en el banquillo de ningún equipo
previamente y que sólo era parte integrante del cuerpo técnico de Sampaoli en el corto ciclo anterior.
Pero Messi, aún
discutido por un pequeño porcentaje de hinchas en su país (que lo comparan inútilmente
con Diego Maradona), con una pubialgia derecha que lo persigue desde hace mucho
(aunque no le impide jugar y de hecho lo ovacionaron los hinchas del Betis en
el último compromiso de Liga), prefirió regresar a la selección argentina para
los últimos dos partidos amistosos antes del próximo gran torneo, la Copa América
de Brasil, que comienza el 14 de junio.
A Messi le cae
simpático Scaloni (ambos son hinchas de Newell’s Old Boys), tuvieron una buena
relación durante el Mundial pasado, pero respiró aliviado, además, cuando la
AFA (Federación Argentina) designó a César Luis Menotti (entrenador campeón
mundial en 1978) como director general de Selecciones Nacionales, a sus 80 años
de edad.
Menotti ya
remarcó, con frases, que su gestión será implacable. Dijo que Scaloni está “en observación” hasta
la Copa América, que partidos amistosos como los dos que jugará la selección
argentina ante Venezuela (22 de marzo en Madrid) y ante Marruecos (26 de marzo
en Tánger) “no sirven de mucho” (él asumió cuando ya estaban organizados), que
desde ahora “se buscarán rivales más fuertes, y que no tenía sentido convocar a
Messi para esto (con lo que coincido).
De hecho, es
prácticamente seguro de que una vez finalizado el primer partido ante
Venezuela, Messi regresará a Barcelona, una vez que haya convivido unos días en
Madrid con muchos jugadores jóvenes, ahora que terminó el ciclo de los
Mascherano, Gonzalo Higuaín, Ever Banega o Lucas Biglia.
Su vuelta sólo
puede explicarse desde el inmenso amor de Messi a la selección argentina y sus
deseos de ganar algún título con esta camiseta, aunque las circunstancias no
sean las deseables.
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