Carlos Ischia se irá de Boca Juniors. Algo que debió ocurrir mucho antes y que parece que sucederá demasiado después. Los resultados, que a veces son los que mandan porque condicionan económicamente a los clubes y porque generan tontas reglas del capitalismo por las cuales, en el contexto deportivo, un entrenador termina siendo "exitoso" si gana, generaron que Ischia continuara en el cargo en 2009 cuando ya debía irse en diciembre. Pero aquel angustioso título del Apertura, conseguido a duras penas y por apenas un gol ante Tigre, con un penoso andar durante las diecinueve fechas para lograr alcanzar un triangular más que todo por la propia caída de San Lorebzo, lo venían disimulando. Muchos ya se olvidan de que en la última fecha, en la Bombonera y ante Colón, la distancia de 3-0 pasó a ser de 3-2 cuando quedaba cerca de media hora para el final. Nunca Boca dio garantías de solvencia y con un director técnico que fue encargándose de tirar por la borda cada uno de los beneficios con los que en los últimos años se encontraba cualquiera que ocupara el banquillo en el club de la ribera. El activo de contar con el mejor plantel de América fue derivando en la aparición de dos grupos claramente diferenciados. Uno, mayoritario, detrás del líder positivo, Martín Palermo. Y otro, minoritario, junto a Juan Román Riquelme, que comenzó a parecerse a aquel de los últimos tiempos en el Villarreal, creyéndose dueño de todo. Y ese Riquelme fue perdiendo fuerza, y ganando terreno debido a que contó siempre con los favores de Ischia, que pensó que tendiéndole la alfombra roja, se aseguraría el control del problema del juego, al fin y al cabo, lo único que interesaba. Pero no fue así y hasta un entrenador tuerto y caprichoso como Diego Maradona, en la selección, llegó a ver que el rendimiento del diez boquense distaba de ser el que debía y generó un problema por falta de códigos. Pero Ischia seguía sin verlo. Tal vez, incapacitado para hacerlo.
Tampoco pudo Ischia ir llevando como correspondía a los excelentes jugadores surgidos de las divisiones inferiores. Porque se dice que los partidos los ganan los chicos, pero los campeonatos, los grandes. Esto significa que a los valores jóvenes hay que irlos llevando de a poco. Pero se llegó a la definición del Apertura, y Javier García casi nunca se había puesto la camiseta titular en el arco. Y no sólo lo pagó caro, sino que con la llegada del veteranísimo Roberto Abbondanzieri, Ischia repitió el esquema con Josué Ayala, al que sigue sin darle partidos, ni siquiera los de menor cuantía, mientras que en la zaga central llegó a plantar a dos juveniles juntos.
Tanmpoco hubo coherencia en el ataque. Pocos técnicos en el continente cuentan con seis delanteros del nivel de los que tiene Boca. Tres extremos (en tiempos de carencia de esta clase de jugadotres en el mundo) y tres centrodelanteros. Sin embargo, ischia varió hasta confundir a todos. Incluso, en partidos de clara necesidad de dominio, ingresó el rapidito Noir, cuando tenía que entrar Mouche, y en partidos de contragolpe, llegó a jugar con Mouche cuando debía jugar Noir.
En todo ese desconcierto, en el que los jugadores fueron perdiendo también su nivel individual a falta de un sistema colectivo mínimo que los sostuviera, la dirigencia optó por su continuidad sólo porque en el Apertura, San Lorenzo se cayó. Y ya en el Clausura y la Copa Libertadores, la realidad fue contundente y aquello que estaba resquebrajado a fines de 2008, se rompió en todo sentido en 2009.
La dirigencia de Boca, es cierto, tuvo dos golpes en poco tiempo: la salida de Mauricio Macri a la Ciudad de Buenos Aires como jefe de gobierno la dejó sin su líder (aunque también, sin explicar algunos tantos negociados), y la muerte inesperada de Pedro Pompilio, sin su dirigente principal en el post-macrismo. Esto es cierto, como también, que la contratación de Carlos Bianchi como manager, sólo discutida por cierta prensa que lo odia por su absoluta y total coherencia, poco habitual en estos tiempos, fue lo mejor que la comisión directiva pudo haber hecho en lo que va de la temporada.
Pero Boca, con la enorme diferencia de plantel, economía y poderío de estos años, debió proyectar en convertirse en el Barcelona sudamericano, en el equipo de mejor fútbol, el que genere los mejores espectáculos, e ir renovando su plantel de a poco, subiendo los excelentes juveniles que posee como derivación del gran trabajo del maestro Jorge Bernardo Griffa en tantos años.
Pero no fue así. Pasó Ischia, quien sigue hasta el final del Clausura aunque lo más probable es que esto genere, por descreimiento en los jugadores y en el vacío de un mensaje sin sentido de alguien que se va, que Boca termine último, algo inédito para su riquísima historia. Pero los dirigentes siguen sin verlo, como tampoco, que renovar el contrato a Palermo y a Riquelme al mismo tiempo, significa prolongar el conflicto, cuando pocos entrenadores están capacitados para destrabarlo, evidentemente la dirigencia misma no puede hacerlo, y Bianchi no quiere.
Párrafo aparte para el Virrey: pocas veces en el ambiente del fútbol, se puede encontrar a alguien con tanta palabra y lealtad como la de Bianchi hacia Ischia. Hasta hizo colocar una cláusula en el contrato para no asumir cuando su amigo se fuera, y se mantiene firme.
Pocos lo pueden ver. Pero es lógico: en esta Argentina de los tiempos mediocres y la abundancia de grises, un buen gesto es visto con sospecha.
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