El mundo del fútbol esperaba que ocurriera, y sucedió. Los dos mejores equipos del planeta, el Manchester United y el Barcelona, dirimirán el título de campeón de Europa de la temporada el próximo 27 de mayo en Roma, aunque los caminos para llegar no fueron los mismos. Unos prácticamente no tuvieron inconvenientes (los ingleses) y los otros sufrieron más de la cuenta, y pasaron con un gol en el último minuto (los catalanes).
Las paradojas del fútbol aparecieron una vez más en esta Champions League. Porque si hay un equipo que atravesó con justicia y contundencia todas las fases hasta la semifinal, éste había sido el Barcelona. Hasta uno de los tradicionales animadores del torneo, como el Bayern Munich, sucumbió en cuartos de manera absoluta ante la superioridad rival. Pero todo lo fácil que había sido el camino hasta allí, se complicó luego, con un Chelsea que de la mano del gran entrenador holandés Guus Hiddink, le planteó muy bien el primer partido en el Camp Nou, en el que resistió el 0-0, y en Stamford Brigde se encontró con un golazo de Essien muy pronto, que facilitó el trabajo, muy parecido al del cotejo de ida, de soportar con estoicismo y punzantes contraataques, la infinitamente mayor posesión de pelota de los catalanes.
El Barcelona necesitó entonces de un aprovechamiento total del único tiro real al arco en todo el segundo tiempo, ya en el descuento y por parte de Andrés Iniesta –gran jugador al que ahora de manera elitista la prensa española exalta y pide para él el Balón de Oro que claramente correspondería a Lionel Messi-, para encontrar la clasificació cuando ya se esfumaba, y que ahora deja en lo más alto el ánimo de un equipo que llegaba de la fiesta de haberle metido seis goles al Real Madrid en el estadio Santiago Bernabeu.
Es cierto: el Barcelona cuenta, además de su excelso fútbol, con la dosis necesaria de fortuna que requiere todo campeón, tal como le ocurriera en 1992 con aquel fortuito cabezazo de Jose Mari Bakero en Kaiserlautern, en tiempos del “Dream Team” de Johan Cruyff, para llegar a aquella recordada final de Wembley con aquel tiro libre tantas veces repetido de Ronald Koeman a la Sampdoria de Gianluca Vialli.
Y por si quedara poco, al partido le cargó mayor dramatismo el polémico arbitraje del noruego Tom Henning Ovrebo, al que los jugadores y la afición del Chelsea le reclaman cuatro penales no cobrados, de los que realmente creemos que sólo hay uno realmente posible. En los casos de balones rebotados en la mano de los defensores, se toma en cuenta la intencionalidad y no creemos que haya habido en ningún caso.
En cambio del Barcelona, el Manchester United no había mostrado, en esta Champions League, la misma regularidad de la temporada anterior, si bien siempre se ha mostrado como un conjunto sólido y capaz de desequilibrar en cualquier momento por la contundencia de su ataque.
Por eso, y tras el antecedente de cuartos de final, cuando tuvo que imponerse al Porto en Portugal tras el sorpresivo 2-2 de la ida en Old Trafford, pocos pensaron en una semifinal tan descansada ante un rival conocido y clásicamente complicado como el Arsenal de Arsène Wenger.
Pero el abrumador dominio que los “diablos rojos” ejercieron en el primer partido, en Old Trafford, hizo que la diferencia de 1-0 resultara escasa de acuerdo a lo que se había visto, aunque aún así, la imagen dejada por el actual campeón europeo era que difícilmente en Londres podían esperarse cambios.
Y en Londres, los dos goles de entrada para el Manchester fueron determinantes para que la eliminatoria se definiera a falta de ochenta minutos, porque el Arsenal estaba obligado a marcar cuatro tantos, y esto constituía una empresa casi imposible, que su público sabía bien, al punto de iniciar la retirada del estadio con mucha antelación.
¿Significa algo, para la final, que uno llegue con tanta claridad y el otro, con tanto sufrimiento? Poco y nada. Un partido decisivo como el de Roma encierra otros primeros interrogantes, como cuál de los dos estilos se impondrá, si el del control del balón con mucha gente en ataque (Barcelona) o el de la potencia ofensiva con enorme capacidad de gol, pero con un mediocampo combativo (Manchester United).
También es bueno preguntarse si le alcanzará al Barcelona con una defensa de la que apenas si dispone de cuatro titulares, ausentes como estarán Gabriel Milito y Rafa Márquez (lesionados), Abidal y Alves (suspendidos), y si esto obligará a Pep Guardiola a retrasar una vez más a Yaya Touré como central para ayudar a Piqué, mientras Puyol probablemente pueda ir a la derecha y Silvinho, a la izquierda como laterales, o si apostará al uruguayo Cáceres como segundo central junto a Piqué, dejando a Touré en el medio.
Por el lado del Manchester, habrá que ver qué decide Fergusson ante la más que probable ausencia de Fletcher. Si se decanta por un juego más ofensivo, o más defensivo en ese sector.
Más allá de estas disquisiciones, no hay dudas de que tendremos, por fin, una final poco polémica en cuanto a quiénes merecen estar. Uno, el Manchester, es el campeón europeo y mundial, acaso el equipo más regular del planeta. El otro, el mejor equipo de la actual temporada en el mundo entero. La mesa está servida.
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