Desde Roma,
Sin su principal figura, Lionel Messi, ni uno de sus
importantes acompañantes en el ataque, Sergio Agüero, ni Fernando Gago en el
medio, ni los dos laterales, reemplazados por dos centrales como Hugo
Campagnaro y José Basanta, la selección argentina dio anoche, en el estadio
Olímpico de tristes recuerdos como la final del Mundial 1990, una prueba de
carácter ante la italiana, a la que venció 1-2 sin atenuantes.
Cuando los dos equipos estuvieron en el campo de
juego con lo mejor que disponían (cierto que a los locales les faltaron Andrea
Pirlo o Mario Balotelli), el equipo argentino demostró mucha mayor solidez, con
una tendencia cada vez mayor a usufructuar cada contragolpe de manera vertical
y a gran velocidad, especialmente por el lado de su mejor jugador, Gonzalo
Higuaín, no sólo autor del primer gol de gran factura, sino como asistente del
otro, convertido por Ever Banega en el segundo tiempo.
El propio director técnico argentino, Alejandro
Sabella, manifestó que se trató “de una prueba de carácter” y elogió mucho a
Higuaín y a su acompañante, Rodrigo Palacio, que hizo un inteligente partido,
moviéndose para dejar claros y siempre estuvo cerca de concretar, sumado a que
una vez más, respondieron con acierto los dos centrales, Federico Fernández y
Ezequiel Garay, ya como dupla consolidada.
Si el equipo argentino sufrió en alguna oportunidad,
ante una Italia que hace tres años que con Césare Prandelli optó por tratar
mejor la pelota y apostar por un fútbol de calidad, fue porque al utilizar
Sabella a cuatro centrales para la última línea, nadie bloqueaba hacia afuera y
más de una vez, la punta derecha del ataque local parecía tener las puertas
abiertas hasta el corazón del área argentino.
Pero siempre el equipo argentino fue el que llevó
las riendas del partido y el que dispuso de muchas más claras ocasiones, con un
correcto partido de Lucas Biglia y de Javier Mascherano en el medio, y algo más
irregular Erik Lamela. En cambio, Angel Di María se vio liberado y llegó al
área rival con mucho peligro.
Italia, en cambio, sólo pudo llegar mediante centros
o remates desde afuera, porque sus atacantes fueron bien contenidos por la
última línea.
En el segundo tiempo, los múltiples cambios en los
dos equipos desmejoraron algo el buen espectáculo inicial, y el equipo
argentino se retrajo ante el 0-2 a favor y el mucho mejor juego de los
ingresantes azzurros como Lorenzo Insigne (autor del gol local), Alessandro
Diamanti y especialmente el arquero Federico Marchetti, quien ingresó por
Gianluigi Buffon y sorprendió a todos con dos atajadas memorables y una gran
tapada a Di María luego de un slalom de gambetas.
Sin embargo, la selección argentina nunca dejó de
llevar peligro en los contragolpes, manejados ahora por Banega, y con Lavezzi y
Palacio más cerca de Marchetti.
La selección argentina se va de Italia y de este
partido en homenaje al Papa con más certezas que dudas. Una lista mundialista
con cada vez menos interrogantes, un ataque fuertísimo y con recambio, un
mediocampo con buen pie y varios intérpretes a la altura, la consolidación de
la dupla central de la defensa y acaso, la deuda de apostar más por laterales
puros y observar más a los arqueros (esto, en lo general, no porque la noche de
Mariano Andújar haya sido mala).
En el plantel argentino hay conciencia de que antes
de la cita mundialista habrá pocos rivales de este fuste en amistosos, y aunque
éste se jugó en una fecha inconveniente, y con varios jugadores de regreso de
la pretemporada y otros que no están perfectos en lo físico, la experiencia
terminó sirviendo, entregando buenos elementos a tener en cuenta para el futuro
próximo.
Sin Messi, parece que hay Plan B.
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