El debut oficial del Barcelona con el argentino
Gerardo “Tata” Martino como nuevo entrenador, no pudo ser más ilusionante. No
hubo nunca un 7-0 inicial, como hace escasas dos semanas ante el Levante (que
pudo ser mucho más amplio) y rápidamente llegaron las mieles de la crítica, que
sumaba el rotundo 8-0 al Santos de Brasil, también en el Camp Nou, por la
tradicional Copa Joan Gamper.
Sin embargo, apenas tres partidos siguientes, dos
por la Supercopa de España ante el Atlético Madrid, y uno por la Liga en La
Rosaleda ante el Málaga, marcaron que hay muchísimo camino por recorrer, y que
la verdadera temporada acababa de comenzar recién ahora, cuando el Barcelona se
encontró con equipos más competitivos, que le plantaron más cara, muy lejos de
la gira asiática, el Santos o el Levante.
Martino, con mucha sencillez y claridad, viene
sosteniendo que hereda un equipo muy fuerte, acostumbrado a ganar, que es
candidato siempre y que su tarea primordial es recuperar aquella presión
perdida desde los atacantes, y la concentración que lo hizo un equipo casi
perfecto.
Así es que el entrenador argentino, desconocido en
Europa pero el más laureado de los veinte que dirigen en la Liga Española,
también prefirió repartir confianza en el vestuario, desestimando el recurrente
intento del club por fichar un defensa central de categoría internacional, para
apostar por el retorno del veterano capitán Carles Puyol y en todo caso,
contemplar en diciembre la situación del plantel.
Indudablemente, Martino tiene controlado el
vestuario, no tiene problemas allí y los jugadores le responden porque su
discurso les llega y ha establecido buenas relaciones personales, al punto de
que hasta Lionel Messi, hambriento de jugar todos los minutos de todas las
competencias, ha aceptado salir o rotar, si es necesario.
El problema, entonces, de Martino, es otro. Es
táctico, si se entiende por táctica la forma de jugar de un equipo, al margen
de los planteamientos para cada partido (estrategia).
El Barcelona lleva años jugando de una manera
determinada que ya es conocida por todos, muy estudiada, y ya comienzan a
aparecer los primeros antídotos para soportarla, y al mismo tiempo, se ha
anquilosado la idea de que se puede jugar siempre con un “falso nueve” en el ataque,
que llegue desde fuera del área, y que, entonces, sorprenda a los defensores
con sus movimientos.
Los primeros años en los que el Barcelona deslumbró
al mundo con su fútbol, con un ataque compuesto por Messi, Samuel Eto’o y
Ronaldinho, contaban con el ahora delantero del Chelsea penetrando a veces
hasta la misma línea de meta rival, aunque con su salida, nunca volvió a ser
reemplazado por un jugador de sus características y su cintura.
Con el paso de Messi como “falso nueve”, ya en
tiempos de Josep Guardiola, comenzó la creencia de que siempre se puede jugar
así cuando en verdad es el genio del argentino el que lo hace creer. Es Messi,
sólo él, quien puede llegar a los noventa goles anuales de esta forma, y
entonces no se sienten a gusto ni los Ibrahimovic, jugando a espaldas de la
portería rival, ni David Villa, confinado a la punta izquierda del ataque
cuando es un nueve goleador.
Entonces, a este Barcelona de hoy, al que ya ningún
equipo le sale a disputar la posesión de balón y lo espera en racimos en su
propia área, cediéndole hasta los extremos, le aparecen dos problemas básicos
de ataque y uno, más continuo, en la defensa.
En el ataque, cuando Messi está en condiciones de
jugar todo el partido en su máximo esplendor, el problema es menor. Pero cuando
eso no sucede, como en los últimos cuatro meses, no es lo mismo y la falta de
gol es evidente. Ni Pedro, ni Alexis, ni Cesc, son jugadores que tengan gran
poder de definición, y sumado a que el toque de balón no encuentra espacios por
la acumulación de defensores, termina sucediendo que la diferencia en el
marcador, de acuerdo al porcentaje de posesión de balón, es demasiado baja.
Con la venta (por una cifra irrisoria e
inexplicable) de Villa al Atlético Madrid, y la cesión de una de las joyas de
la cantera, Gerard Deulofeu, al Everton, el Barcelona se fue quedando sin Plan
B. Es decir que si Messi no está en uno de sus mejores días, Martino debe
recurrir a extremos, y a Cesc como “falso nueve” cuando en realidad se trata de
un organizador que llegó al club más como sucesor de Xavi que como delantero.
Lo de Cesc Fábregas es mucho más aquello que lo
convirtió en el líder del Arsenal de Arsene Wenger que lo actual de “falso
nueve”.
El problema defensivo se suscita, entonces, a partir
de este inconveniente ofensivo. Porque el Barcelona suele pararse muy adelante
en el campo, en la medida de que los rivales renuncian a disputarle el balón y
eso hace que el retroceso, las pocas veces que lo pierde, termine cediéndole
las espaldas a los delanteros rivales en el contragolpe.
Así fue que el Atlético Madrid le convirtió en tres
toques en el Vicente Calderón, y que Víctor Valdés se convirtió en la gran
figura ante el Málaga y en la revancha en el Camp Nou ante los de Madrid, que
casi se quedan con una Supercopa que el Barcelona ganó de manera muy
angustiosa.
Por estas horas, Martino insiste en que no necesita
ningún fichaje, pero desde el club, la máxima dirigencia dice lo contrario por
lo bajo, y no se cansa de repetir que si bien no hay urgencias, seguirá hurgando
en el mercado en busca de un Henrik Larsson o de un Maxi López de turno. Un
nueve que permita pensar en un Plan B para esos días en los que el genio no
encienda la lámpara.
Mientras tanto, Martino tiene mucho trabajo por
delante para mejorar y pulir este Barcelona que ya se le conoce, y estudia,
tanto.
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