El panorama no era el mejor. El empate ante Brasil
en el Monumental parecía que había minado la moral del entorno de la selección
argentina y se trataba de un partido demasiado complicado para ser el último de
2015.
Sin buenos resultados a priori, sin Lionel Messi, ni
Sergio Agüero, ni Carlos Tévez ni Pablo Zabaleta ni Javier Pastore ni Ezequiel
Garay, con un día menos de descanso por la postergación del clásico ante Brasil
por la lluvia, el calor y la humedad de Barranquilla en un horario diurno, la
dificultad era grande.
Sin embargo, nada de eso ocurrió. El equipo
argentino, salvo el sofocón del primer minuto, se fue adueñando de la pelota y
se acordó de sus mejores momentos, aún con tantas contras, manejó las
situaciones, no dejó jugar a los colombianos y hasta mereció mucho más que el
1-0 final.
Gran partido de Lucas Biglia, la figura mucho más
allá de haber convertido su primer gol con la camiseta albiceleste. Porque
apareció en toda su dimensión en la mejor línea del equipo, la de la mitad de
la cancha. Es allí, con el triángulo
compuesto por el jugador de la Lazio, Javier Mascherano y Ever Banega, al que
se sumó Angel Di María al retrasarse unos metros, donde estuvo la usina del juego.
Es cierto que estas convicciones de un equipo
argentino que partió de la gran firmeza de Nicolás Otamendi en el fondo, y un
gran partido de Gabriel Mercado por derecha, en su inesperada convocatoria ante
la doble amarilla de Facundo Roncaglia (luego fue reemplazado por un muy buen
Gino Peruzzi), tuvieron una importante ayuda en el muy mal momento que
atraviesa la selección colombiana.
Este equipo colombiano pareció sentir el tan
cacareado efecto del calor y la humedad de Barranquilla que los visitantes. Con
su creativo James Rodríguez aún lejos del nivel que tuvo, en su reciente
regreso tras una larga lesión, y teniendo que bajar mucho a buscar la pelota,
para acabar tirando pelotazos demasiado largos y con poca orientación. Ni
siquiera los tres puntas del final (Muriel, Bacca y Adrián Ramos) pudo cambiar
la ecuación.
Así es que el 1-0 argentino pareció poco premio, si
se toma en cuenta que Paulo Dybala (que entró por Gonzalo Higuaín y se metió
pronto en el partido, pivoteando y conectando con los volantes) tuvo una en el
palo, con David Ospina vencido, y le anularon un gol válido, por una falsa
posición adelantada.
El fútbol es un juego de confianza y el equipo
argentino se fue dando cuenta de que eso de apostar a tener la pelota es un muy
buen negocio, especialmente si los de arriba, Ezequiel Lavezzi e Higuaín,
tienen los ojos abiertos y ruido en el estómago por hambre de gol.
También los de Gerardo Martino entendieron que este
equipo colombiano no es un cuco ni se parece al de otros tiempos, y si ni siquiera
contó con Radamel Falcao ni Jackson Martínez, tampoco cuenta ahora con aquellos
laterales de gran proyección y excelsa técnica.
La selección argentina fue siempre superior, con un
enorme despliegue de Biglia, buena circulación, y un toque de pelota que si no
alcanza para olvidar a las estrellas, sí comienza a transmitir la idea lógica
de que en una segunda fila hay jugadores que el mundo entero envidiaría. Y por
fin, en Barranquilla, sacó partido de eso.
Otra vez, como para Brasil 2014, Barranquilla aparece
como la tierra de la refundación, como cuando con Alejandro Sabella en el banco
de suplentes, Messi y Agüero dieron vuelta un partido muy complicado y
proyectaron al equipo al Mundial y generaron un grupo granítico que confió en
un determinado proyecto.
Esta es otra manera de terminar 2015, aunque por
ahora sea con un sexto lugar en el grupo sudamericano. Desde el rendimiento,
comenzó a aparecer una leve sonrisa ante Brasil y ahora ya se va acercando a la
conformidad y a la idea de que es posible crecer en 2016. Hay con qué. Son los
jugadores los que, tal vez a partir de lo de Barranquilla, se vayan dando
cuenta de cuál es el camino.
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