“Esto es un cabaret”, soltó Diego Latorre, “El Diego
malo”, según la revista “El Gráfico”, cuando ya no era lo que había sido y
antes de volver a ser otra cosa pero existir nuevamente con dignidad.
Latorre se refería a los tremendos problemas que
atravesaba Boca Juniors promediando los años noventa, cuando un joven Mauricio
Macri acababa de hacerse cargo de un club saneado económicamente por la dupla
Antonio Alegre-Carlos Heller, que se hicieron cargo de todo no en tiempos de
gloria sino poco después de que Domingo Corigliano pidiera de rodillas a los
acreedores que no decretasen la quiebra.
Alegre, un acaudalado empresario ligado a la
industria cementera, había puesto dinero de su bolsillo por Boca (otros tiempos
dirigenciales), y el equipo, que jugaba de local en Atlanta por tener la
Bombonera clausurada y con números escritos con marcador negro que se
desdibujaban con la transpiración, pasó a ser competitivo pero sin títulos
importantes, excepto un penoso Apertura 1992 con un nervioso gol del pibe
Benetti ante un desganado San Martín de Tucumán.
A esos dirigentes les había faltado picardía y por
eso, un Mauricio Macri cansado de recriminaciones de su padre Franco, porque no
resolvía las cuestiones en su empresa, por fin se abrió camino y se presentó
como candidato en el club de sus amores, y ayudado por los resultados escasos
de gloria, pudo vencer en las elecciones de diciembre de 1995, aunque justo el
día que el equipo caía por un extraño 4-6 ante Racing Club (con Diego Maradona
en la cancha) e iniciaba el camino de otro torneo perdido en el final.
Aquel Macri de principios de 1996 se podía parecer
al que asumió como jefe de Gobierno de la Ciudad en 2007. Mucho desconcierto,
desconocimiento de sus cualidades como gestor y temor a que el criterio
empresarial dominara la idea original de “asociación civil sin fines de lucro”,
cosa que acabó ocurriendo con los años, cuando medio Socma se metió en las
entrañas y el mayor elogio fue el manejo de la cuestión financiera.
Aquel fue un “Boca fashion” bien de fin de siglo. A
este cronista le tocó convivir tres días con Mauricio Macri y con Jorge Valdano
como los tres representantes argentinos en el Forum de las Culturas 2004 en
Barcelona, en un lujoso hotel en la reciclada zona playera de Sant Adriá del
Besós, justo en los días en los que Boca
y River debían definir el pase a la final de la Copa Libertadores (aquel
de la ifnartante definición de “la gallina” de Carlos Tévez) aunque tocó justo
cuando se jugó la ida en la Bombonera y al ex árbitro Javier Castrilli, ahora
funcionario, se le había ocurrido que se debía jugar sólo con público local
para no exacerbar la violencia, algo que luego se extendería a todos los
partidos del torneo local.
En aquella oportunidad, este cronista le consultó a
aquel Macri por qué Boca había necesitado un intermediario para fichar al
lateral izquierdo de Huracán, Mauricio Pineda. “Porque es lo que se usa, Sergio”
(a Macri le encanta mencionar a la gente por el nombre, da lugar a mayor
cercanía en el trato). Cuando la siguiente pregunta fue “cuánta distancia hay
entre Huracán y Boca, cuánto vale un taxi”, el ahora presidente argentino
electo hizo un gesto de molestia, algo así como un “no hay caso”, pero no
persistió en querer convencer.
Tampoco sobre si jugar sin público visitante no
acaba siendo un fracaso social por la imposibilidad de convivencia de hinchas
de distintos equipos en un mismo espacio social. Macri no parecía tener tiempo
para eso. La explicación de todos estos años de macrismo en Boca se basó
siempre en las finanzas y los negocios. “Fichamos a X jugador en 10 y lo
vendimos en 30, un negoción”, suelen explicar, sin aclarar que el objetivo
estatutario es ganar títulos, no tanto hacer negocios, algo que la gran parte de
la prensa deportiva local parece haber olvidado desde hace tiempo y alienta
estas transacciones del “campeonato económico”.
No hay mejor escuela para la política nacional que
el fútbol. Y si hay alguien que lo aprendió pronto, fue Macri. El ingeniero se
dio cuenta de que nio había nada que hacer con Julio Grondona en la AFA. Que no
se iba a ir hasta su propia muerte, y aunque lo criticó siempre por lo bajo,
jamás alzó la voz. Más bien, tomó otro camino.
Aquellos años del “Diego malo” (Latorre), que se
contraponía con el “Diego bueno” (Maradona, con aquel mechón rubio en repudio a
Daniel Passarella y su pretensión de pelo corto y rinoscopia a los jugadores de
la selección argentina), fueron un caos, con permanentes conflictos con el
doctor Carlos Bilardo, que había aceptado por fin dirigir en la Argentina tras
el Mundial de Italia 1990. Pero aquello terminó en rotundo fracaso.
Macri le trajo a Bilardo mucho más de lo que éste
había pedido: A Maradona y Caniggia se le fueron sumando cracks como Juan
Sebastián Verón, Christian “Kily” González, Fernando Gamboa, Fernando Cáceres,
el uruguayo Sergio Martínez, el “Pájaro” mexicano Luis Hernández, Hugo Romeo
Guerra, el gigante Christian Dolberg, que en un contrasentido, tiraba centros
para que cabeceara el bajito Latorre.
Eran tiempos en los que Macri lidiaba
permanentemente con Maradona, que lo llamaba “Cartonero Báez”. Tampoco le
alcanzó al año siguiente al “Bambino” Veira, aunque ya el equipo jugaba mejor,
pero sucumbió ante un River imperial con un joven Ramón Díaz como DT. “El
segundo riojano más famoso” cargaba a Macri con los títulos millonarios y con
los gastos inútiles de Boca para volver a la gloria. Ya Bilardo había borrado del equipo a figuras
como Carlos Mac Allister o el “Mono” Carlos Navarro Montoya. Con el tiempo,
Díaz apoyaría fervientemente a Macri en la política, y el “colorado” Mac
Allister sería parte de su equipo político desde La Pampa.
Por fin, tras las experiencias de Bilardo y Veira,
Macri contrató a Carlos Bianchi y con él llegó la cordura, la tranquilidad en
el plantel y los grandes éxitos, que el grupo mediático más grande del país le
atribuyó al dirigente y no a uno de los más fabulosos entrenadores que haya
tenido la Argentina en su historia.
“Es un éxito rotundo de la dirigencia”, le dijo a
este cronista, en el hotel de Boca en Tokio, un periodista deportivo demasiado
influyente, que en esta campaña casi tira abajo la estantería hasta que
renunció a su cargo como diputado por la Provincia de Buenos Aires, tras el
triunfo de Boca sobre el Milan de Carlo Ancelotti, por penales, en la Copa
Intercontinental de 2003.
Pocos pisos más arriba, los festejos en la intimidad
del plantel tenían un límite con un largo cordón y un cartel que decía que sólo
el grupo mediático más poderoso podía traspasarlo.
Macri lo ganó todo con Bianchi como entrenador, pero
también hay que decir que al mismo Macri, Bianchi se le fue dos veces del cargo,
en 2001 luego de aquel affaire telenovelesco en la conferencia de prensa en la
que el ahora presidente electo argentino lo presionó tras un partido del fútbol
local para que diga si va a aceptar renovar y el director técnico lo dejó solo,
sentado ante los periodistas, con su famosa frase de despedida “chau,
felicidades”. Y en 2004, tras la fatídica definición por penales ante Once
Caldas, al enterarse horas previas que Macri había decidido venderle tres de
los cuatro defensores y a Guillermo Barros Schelotto, no sólo un símbolo del
club sino quien siempre fue su candidato a DT en el futuro.
Con Macri, Boca fue fashion. Ya no fue aquel club
popular que reflejaba el sentir de las clases más populares. Los “fana” de
otros tiempos pasaron a ser “fans”, famosos que buscaban la cámara de fotos o
de video para retratarse con un look “casual”, con palcos VIP con mozos que
sirven champagne al borde del campo de juego, aire acondicionado, y entradas
carísimas sacadas en la semana por internet en “Ticketek”.
Como me cuenta un implacable observador de la
realidad, el brillante amigo y colega Octavio Palazzo, a la salida de los
partidos de la Bombonera “en los colectivos se escuchan diálogos de computación”
en vez de los golpes al techo del “dale boooo” o la entrada de pibes por las
ventanas. Es una clase media que puede pagar la cuota social, una vez que por
los problemas de violencia, el club se fue cerrando cada vez más al hincha
común.
Las cuestiones de Boca comenzaron a resolverse en
las oficinas, en las empresas, en los bancos y las financieras, y hasta en los
tiempos más gloriosos de Bianchi, muchos de sus jugadores tuvieron problemas con
una dirigencia que los trató como empleados rasos, y no como figuras populares
que eran.
“Salvestrini al psicólogo” llegó a rezar en las
camisetas del Boca campeón de América 2001 en el partido de ida de la final
ante Cruz Azul en México, en abierta oposición a miembros de la CD.
Macri no podía evitar comerse otros seis goles, un
durísimo 0´6 ante Gimnasia el día del estreno de los palcos, cuando Alberto
Márcico y un incipìente mellizo Barros Schelotto destrozaron cualquier ilusión,
con Carlos Griguol sentado en el banco de suplentes.
Aquel Macri, con veleidades de Florentino Pérez de
las Pampas, tuvo que pasar del “Cartonero Báez” de Maradona al “Topo Gigio” de
Juan Román Riquelme para ir entendiendo de qué se trata esto del fútbol en un
club grande.
Su salto a la política, anunciado, dio pie a sus
sucesores en el cargo, primero Pedro Pompilio hasta su muerte, y luego Jorge
Amor Ameal, hasta que el entonces tesorero, Daniel Angelici, llegó al poder en
2011 en buena parte, por decir que no le renovaría a Riquelme por cuatro años a
esa edad.
Ya Pompilio y Angelici eran delfines de un Macri
crecido, que de la mano de un Bianchi único, llegó demasiado lejos, y conocía
el mundo del fútbol al dedillo, amigo de un polémico Joan Laporta, entonces
presidente del FC Barcelona y estrafalario catalanista luego, como de Francisco
Roig y Santiago Llaneza en el Villarreal, con el que hizo todo tipo de
negocios, algunos que no vendría mal investigar (como los pases de Diego Cagna,
Sebastián Battaglia, Rodolfo Arruabarrena o Martín Palermo), y es por eso que
en su primera conferencia de prensa como presidente electo, recordó a su colega
paraguayo Horacio Cartés, con quien también coincidió dirigiendo a Boca cuando
él lo hacía con el acomodado Libertad, el club del ahora procesado Nicolás
Leoz.
Macri, conocedor del fútbol como pocos, aceptable
jugador a los 56 años (marcó goles de tiro libre antes de las dos elecciones
presidenciales de este año) y hasta muchas veces ocasional rival de Daniel
Scioli, su rival en el Ballotaje (comparten club de sus amores y un gran amigo,
Pierandrea Nocella, italiano que viaja habitualmente a Buenos Aires y se aloja
en casa de Franco, su padre), sabe bien lo que se teje en la AFA para las
elecciones del 3 de diciembre.
Apoyó a Marcelo Tinelli en aquella aparición en su
programa de TV, pero no le gustó nada cuando notó que su contrincante acudió
otra vez en el cierre de la primera vuelta electoral y estudia detenidamente
sus pasos. Angelici, que se presenta a la reelección en Boca apenas unos días
más tarde, ahora tiene otra baza, aunque su gestión, con muchos altibajos,
corre muchos riesgos.
Macri y Scioli pactaron no meter a Carlos Tévez en
la campaña. “El Apache” es otro habitué de los partidos en “La Ñata”, pero a su
vez, fue el basamento del reenvión de Angelici cuando a mitad de año parecía
todo perdido con aquel affaire del “Panadero” y el gas pimienta ante River por
la Copa Libertadores. Entonces, Carlitos, mejor fuera de los debates, por
encima del bien y del mal.
Justamente en su presentación, ante una Bombonera a
reventar debido a la gratuidad de las entradas (allí sí apareció el hincha que
nunca puede acceder), se produjo esa gris conjunción de “comentarista militante
político bolsero de publicidad-Plataforma de cable ligada a grupo nacional
poderoso con cámaras en posición privilegiada-elogios desmedidos a dirigencia
amiga y socia”, que presagia tal vez el mismo juego, pero a niveles macro en el
futuro, como para tener muy en cuenta.
Decir que el fútbol no tuvo que ver en algún
porcentaje en la elección presidencial de Macri, suena arriesgado. Ya se lo
dijo Grondona a este escriba en una oportunidad en la Casa Rosada, en tiempos
de Raúl Alfonsín en la presidencia: “Cuando los políticos van, yo ya fui y
volví dos veces”.
El fútbol siempre fue un adelantado a la política.
¿O acaso el primer ministro no es el fusible del presidente como el entrenador
al titular de un club? Ser presidente de Boca, se sabe, como de River, es mucho
más popular, de mucha mayor exposición mediática, que ser gobernador de muchas
provincias.
Y Macri, dos veces campeón mundial con Boca, tuvo
mucha campaña presidencial ya armada sin necesidad de comenzar. Y el fútbol fue
su gran aprendizaje, aunque es tiempo de probar si lo puede aplicar en el país.
El tiempo dirá.
1 comentario:
Como en el futbol, aqui no se trata de una sola persona, sino de todo un equipo. Un equipo que "nos hace capeones" o "nos manda al descenso".
El acróbata del colectivo
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