El 15 de agosto de 1993, hace poco más de 22 años,
el Estadio metropolitano de Barranquilla estaba a reventar. Y nosotros,
reventábamos, pero de calor. La humedad era imposible de aguantar y estábamos
empapados de sudor todos los argentinos. Más de 35 grados, a la espera de que
la selección de Alfio Basile, que venía arrasando en la clasificación
mundialista y que venía de ganar por segunda vez consecutiva la Copa América,
estirara la racha de los 33 partidos sin perder enfrentando a la difícil
Colombia de Francisco “Pacho” Maturana.
Sin Oscar Ruggeri y Gabriel Batistuta, sus dos
figuras en tiempos de ausencias de Diego Maradona, antes suspendido por doping
(aún cuando se trataba de droga social) y enfrentado a Basile (“se emborrachó
con las dos Copas América”, llegó a decir, filoso, mientras prefería ir a
alentar a los celestes de su amigo Carlos “Patito” Aguilera), el partido
pintaba difícil, aunque no imposible.
Acabó siendo mucho peor que lo imaginado como
dificultoso. Fue el verdadero baile colombiano de ese grupo clasificatorio (que
completaban Paraguay y Perú), y no el de la revancha en Buenos Aires veinte
días más tarde en el recordado 0-5.
El gran baile fue ese del 2-1 con el que la
selección argentina de Basile perdió su invicto. No la vio ni cuadrada ante los
lujos de Harold Lozano, Faustino Asprilla, el Tren Valencia y todo ese equipo
de cracks que le escondió la pelota durante los noventa minutos y apenas se
desconcentró en la última jugada, cuando una media vuelta del Mencho Ramón
Medina Bello permitió el descuento y echarle un manto de cercanía a lo que fue
una distancia sideral en el juego, y el comienzo del padecimiento para llegar a
Estados Unidos 1994.
Colombia acabaría ganando cómodamente 2-1 con goles
de Iván rené Valenciano y el “Tren” Adolfo Valencia.
Pero lo peor estaría por llegar, al regreso
acalorado al hotel para ducharnos, cambiarnos y volver a enfilar hacia el
aeropuerto Ernesto Cortissoz, para retornar al país lo antes posible, vía
Bogotá.
Al llegar al aeropuerto, en un clima muy pesado y
con nubarrones que pronosticaban una tormenta de aquellas, de repente
comenzamos a sentirla bajo techo. No entendíamos de qué se trataba la fila
india a cada flanco a nuestro paso, como si nos hicieran “Pasillo” por haber
ganado algo, pero centenares de hinchas colombianos nos cantaban “se murió,
Argentina, se murió” y tres aplausos, acompasando el cántico, para cerrar en
cuanto a la expresión oral, pero esto iba acompañado de toques a los tobillos
de algunos desbordados.
Antes de subir al avión, escuchamos que había
forcejeos y cargadas de empleados del aeropuerto y notamos que Diego Simeone,
que había jugado el partido (y que había
definido ante Colombia la Copa América de 1991 en Chile) estaba en plena
disputa cuando nos acercamos a separar y a conducir al “Cholo” hacia la nave.
Luego, ya sentados en el avión, nos enteraríamos que
a muchos jugadores argentinos les había pasado lo mismo. Detrás de nosotros,
justo detrás, se habían sentado el propio Simeone y Leonardo Rodríguez y nos
habían relatado la misma experiencia que nosotros, desconocidos periodistas
allí, habíamos vivido en el salón principal del aeropuerto.
Claro, Simeone venía con las pilas cargadas por todo
lo ocurrido y vislumbraba, según nos comentó, un final de clasificación más
complicado que lo previsto y no le faltó razón. El equipo argentino no podría
vencer a Paraguay en Buenos Aires, y luego vendría el catastrófico (en la
marca, en el juego fue peor el 2-1) 0-5 que obligó al repechaje, la vuelta de
Maradona y el angustioso gol de Batistuta ante Australia.
Quedó lugar para otra anécdota en la escala de
Bogotá. Varios periodistas discurríamos sobre lo que pasaría ante Colombia en
la revancha en Buenos Aires y este escriba, cuando el entonces colega Fernando
Niembro le planteó que creía que los de Basile ganarían con facilidad, atinó a
decir, tal vez por soltura de lengua, “para mí, nos meten cinco”.
Niembro se rió, descreído, nos tildó de exagerados,
y sólo respondimos que “puede ser pero si llega a ocurrir, sólo te pido que lo
reconozcas al aire”. Se fue con sorna pero hay que reconocer que el lunes
siguiente al desastre, el 6 de setiembre -día anterior a la famosa tapa negra
de “El Gráfico” y la fundación de los talk show futboleros en aquel programa de
Bernardo Neustadt, con José Sanfillippo y Sergio Goycoechea- apareció el reconocimiento al aire.
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