Es entendible el festejo de tantos millones de
hinchas de Boca Juniors en toda la Argentina, y en tantos lugares del mundo.
Hacía tres años que no ganaba un título y hace cuatro que no conseguía un
torneo local.
Sin embargo, especialmente este final de Copa
Argentina de anoche en el Mario Kempes de Córdoba, este bochorno que vivió el
fútbol argentino con un arbitraje deplorable de Diego Ceballos, expuso en su
mayor amplitud la mediocridad que rodea a este ambiente desde hace tiempo.
Boca ganó, en gran medida, por graves errores de
Ceballos y sus jueces de línea (en especial, Marcelo Aumente), que convalidaron
un penal que no fue (en todo caso, fue falta fuera del área a Gino Peruzzi) y
un gol en posición fuera de juego de Andrés Chávez ya en el final del partido,
y que acabó con las entonces escasas esperanzas de empate de Rosario Central.
Se sabe que para un lector argentino, esté donde
esté, no hay ninguna explicación posible. Unos, en su mayoría los hinchas de
Boca, ya habrán cerrado la cortina a cualquier razonamiento y su sonrisa,
seguramente, seguirá en su rostro desde anoche. Para el resto de los
simpatizantes, se tratará, sin dudas, de actos corruptos.
Sí hay que puntualizar que hasta partiendo de la
buena fe, tan difícil en un fútbol tan sospechado, con tantas manchas en su
haber, que cuesta mucho creer que Aumente haya tenido una vista de lince para
levantar el banderín del offside en el gol de Marco Ruben para cobrar un fuera
de juego de Marcelo Larrondo, y que sin embargo no se haya podido ver un fuera
de juego mucho más grueso como el de Chávez, visiblemente por delante de la
pelota en el pase de Marcelo Meli (que de paso, muestra cómo hoy los jugadores
no saben colocarse para recibir, y tampoco saben hacer la pausa para pasar la
pelota a tiempo).
En un país normal, una final como la de anoche en
Córdoba debería repetirse, al comprobar desde la tecnología que hubo errores
groseros que alteraron el resultado, pero eso, en la Argentina, no va a
ocurrir. También es cierto que este fútbol cada vez más viciado forma parte de
un contexto de FIFA en el que se sigue eludiendo el uso de la tecnología en
pleno siglo XXI cuando en la mayoría de los deportes hubo una lógica
renovación. El fútbol sigue resistiendo porque justamente eso permite este tipo
de confusiones que acaban favoreciendo a los poderosos.
¿O la falta de uso de la tecnología no permite que
tantos equipos ejerzan toda su influencia para que se determine que dirija tal
o cual árbitro? ¿O no ocurrió que Boca mismo creyó que a Ceballos lo puso la
dirigencia de Rosario central por tantos errores en el año de este juez que
favorecieron a los rosarinos?
El prejuzgar que un árbitro puede favorecernos o
perjudicarnos forma parte de un sistema podrido, acabado, en el que rápidamente
la tecnología podría desterrar, pero que por eso mismo no se quiere usar.
A partir de este esperpento, a partir de esta falta
de deportividad, de esta mediocridad, hubo también un partido entre los que, se
cree, fueron los “dos mejores equipos del año”.
En todo caso, Boca es el equipo que “mejores
jugadores tiene”, lo que no significa para nada que eso sea sinónimo de “mejor
equipo” porque, valga la aclaración, aunque es harto sabido, un equipo se
conforma en un trabajo colectivo, en el que lo individual aporta hacia el bien
del conjunto. Y no es lo que sucede en Boca, porque su director técnico,
Rodolfo Arruabarrena, optó siempre por la vía más fácil: que resuelvan los que
saben, y aguanten los que defienden. Y llegar al otro lado de la manera que
sea, a los choques, pelotazos o gracias a la técnica de unos pocos como Carlos Tévez en la segunda mitad de año,
Nicolás Lodeiro, o el aporte de excelentes volantes como Pablo Pérez, Cristian
Erbes o cuando le tocó jugar, o Adrián Cubas.
Rosario central sumó técnica al juego colectivo más
vistoso que le imprimió su director técnico Eduardo Coudet y queda una
sensación de injusticia que acabe la temporada sin títulos, habiendo sido el
protagonista de los dos torneos.
Ante Boca, no pudo concretar por muchos pasajes su
juego tradicional por la férrea marca rival, y tras unos primeros 15 minutos en
los que fue dominado, lentamente se hizo de la pelota y la administró como
pudo, aunque de los dos fue siempre el que propuso jugar, y el que trató mejor
al balón.
Boca es un equipo con oficio, pero sufrió el partido
en tres cuartos del mismo, porque ya físicamente muchos de sus jugadores no
están como al principio, y porque prefiere delegar la responsabilidad del
espectáculo en el otro, y eso crece exponencialmente si se pone en ventaja y la
quiere defender.
Es decir, nada nuevo. Cada uno jugó a lo que jugaba.
Y ganó el que menos apostó por el espectáculo gracias a dos fallos equivocados.
Pocas veces, como anoche, quedó tan expuesto el
fútbol argentino en su totalidad.
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