Generalmente, el Clásico de la Liga Española, que
hoy es considerado el partido más importante del mundo, el más global, suele
tener un alto grado de paridad. En la previa, en este caso, además, era el partido
entre los dos últimos campeones de la Champions League.
Sin embargo, esa paridad se desdibujó muy rápido, a
los pocos minutos, y cuando el Barcelona coronó uno de sus llegadas en el
primer gol, una vez más, en los pies del gran definidor uruguayo Luis Suárez,
comenzó a exhibir una superioridad exagerada, como si la diferencia fuera entre
un club poderoso y uno de los tantos de la Liga con un presupuesto muy
inferior, que se resigna a poco de comenzar sabiendo que el rival es poco menos
que inalcanzable.
Inmediatamente al gol, el Barcelona hizo lo que
viene haciendo en los últimos Clásicos, con alguna que otra excepción: retener
la pelota, asociarse en el medio, presionar la salida del Real Madrid, -algo
que los propios blancos facilitaron con algunos jugadores en insólito bajo
nivel (penoso el lateral derecho Danilo, muy lento James Rodríguez, sin mucha
capacidad de lucha Luka Modric e impreciso Toni Kroos)-, avanzar en bloque y
matar arriba, aún sin Lionel Messi (en el banquillo), con la dupla Suárez-Neymar.
Enseguida se notó la enorme superioridad porque
además del planteo y de que la presión le resultó, hubo jugadores,
especialmente en el mediocampo azulgrana, que tuvieron un partido perfecto.
Sergio Busquets fue un reloj en cuanto a ubicación, recuperación y distribución
del balón, Sergi Roberto (en franco ascenso), resultó ser una rueda de auxilio
perfecta como cuarto volante, y Andrés Iniesta tuvo acaso su mejor actuación de
los últimos tres o cuatro años, y no fue casualidad que se haya retirado aplaudido
en un gesto que enaltece al estadio Santiago Bernabeu, que lo hace en contadas
ocasiones, como hace una década con Ronaldinho y hace poco, con Messi.
Todo el Barcelona redondeó un partido memorable,
desde el arquero Claudio Bravo, que tapó tres claras ocasiones de manera
brillante si bien se mostró dubitativo en una pelota de alto. Los dos
laterales, Daniel Alves y Jordi Alba, clausuraron su sector y se proyectaron al
ataque cuando hizo falta, y hasta Jérémy Mathieu se acopló pronto pese a que la
defensa sufrió la baja de Javier Mascherano, lesionado en el primer tiempo, y
condicionando los cambios al entrenador Luis Enrique. Y pese a todo, si hay que
destacar a alguien en la zaga, no fue otro que Gerard Piqué, pitado
estruendosamente en el inicio, por su conocido sentimiento catalanista, pero ya
ignorado al final, cuando se lanzó como centrodelantero a buscar el quinto gol,
el de “la manita”, que no llegó por muy poco y que hasta hubiera sido merecido.
La diferencia fue tal entre los dos, que cuesta decirlo
pero cuando Messi ingresó, tras dos meses de ausencia, en el segundo tiempo, ya
casi todo estaba definido y los pitidos habían bajado la intensidad y eran casi
imperceptibles porque los simpatizantes del Real Madrid ya estaban más enojados
con los jugadores propios que dedicados a los ajenos.
La pañolada se hizo sentir contra el presidente
Florentino Pérez, intuimos, mucho más por haber elegido a Rafa Benítez como
entrenador, que por los jugadores que fichó.
Benítez significó hasta ahora una cierta vuelta
táctica a los tiempos de José Mourinho, luego del esfuerzo de Carlo Ancelotti
por tratar de adelantar las líneas unos metros y tratar de tener más tiempo la
pelota. Pero el entrenador español comenzó a generar dudas tácticas sobre si
debe ser titular Gareth Bale o si el equipo debe salir con cuatro volantes, con
la dupla Isco-James, las lesiones y rotaciones debilitaron al sistema y más
allá de algunas goleadas ante rivales inferiores, nunca hubo claridad de
rumbos.
Ante el Sevilla, días pasados, se pudo constatar el
germen de lo que ocurriría en este fin de semana en el Clásico. El Real Madrid
no pudo hacer nada y vio pasar el balón ante los de Unai Emery y contra un
equipo mucho más poderoso como el Barcelona, ni siquiera en su casa, pudo
contrarrestarlo desde el principio.
Muy lento James Rodríguez, luego de una lesión, con
Bale alejado del juego, un Cristiano Ronaldo que padece cuando el balón no le
llega, al igual que Benzema, y con una defensa muy presionada por el bloque
azulgrana, el Real Madrid apareció desquiciado y derrotado en cada sector de la
cancha, sin atenuantes.
Este Real Madrid deberá atravesar ahora una zona de
turbulencias, con Rafa Benítez ya casi sentenciado y con su presidente Pérez demasiado cuestionado (y
ya sin poderse echar culpas al portero Iker Casillas, emigrado al Porto al
inicio de la temporada).
El Barcelona, en cambio, tiene todo el futuro por
delante. Esta clase de victorias suele ser constructora de confianza, acaba de
regresar Messi y en poco más de un mes se podrán incorporar, por fin, los
fichajes de Arda Turan y Aleix Vidal, pero lo mejor es que este equipo se
reencontró con su mejor forma luego de años de añorar aquel esplendor perdido,
y que parecía muy difícil recuperar con la salida de Xavi, uno de sus principales
estandartes.
Hubo un 0-5 y un 2-6 en el Bernabeu, pero este 0-4
tiene otros ribetes porque fue de punta a punta en el tiempo y en todos los
sectores de la cancha, y la diferencia pudo ser mucho mayor.
Por eso, para el Barcelona, tiene un sabor especial.
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