El termómetro de los silbidos en el estadio Santiago
Bernabeu marcó a la perfección el clima que se vivió en el Clásico de la Liga
Española, el más global del mundo. Desde la euforia inicial, cuando se silbaba
estruendosamente cada vez que el catalanista Gerard Piqué tocaba la pelota, ya
tenue al terminar la primera etapa cuando ya la victoria del Barcelona era
incuestionable, más baja pero perceptible cuando buena parte del estadio se
quejaba de la escasa voluntad de su máxima estrella, el portugués Cristiano
Ronaldo, para intentar revertir lo que se asomaba como inexorable, hasta el
silencio casi total cuando, para colmo, ingresó Lionel Messi luego de dos meses
de ausencia por lesión.
Es que pocas veces un Clásico español tuvo un
ganador tan claro, tan rotundo. El Barcelona pasó por arriba al Real Madrid en
menos de un tiempo, y con la vuelta al planteo de los últimos años: tener la
pelota, tocarla bien, hacerla correr, presionar la salida de un insólitamente
desganado equipo blanco, llevarla a tres cuartos y matar, arriba, con su
fenomenal dupla atacante (el uruguayo Luis Suárez y el brasileño Neymar) a
falta de Messi, en el banco, para completar el triplete.
Este Barcelona ni siquiera se sobresaltó cuando se
fue lesionado por un golpe fuerte Javier Mascherano, reemplazado por el francés
Jérémy Mathieu, porque siempre estuvo seguro de sí mismo, con algunas
actuaciones descomunales, casi sin errores, como las de Piqué atrás, -un
baluarte que llegó a quejarse de que el ingresado Munir El Haddadi no le
permitió el quinto gol, el de “la manita”, en el final-, un Sergio Busquets
magnífico, un reloj, como volante central, un Sergi Roberto en franco ascenso
como cuarto volante (aún perdiéndose dos goles hechos), y un Andrés Iniesta que
jugó el mejor partido de los últimos cuatro años y que no por casualidad se fue aplaudido por la afición blanca que
cada tanto tiene ataques de honorabilidad, como cuando hace justo una década
aplaudió a Ronaldinho, o en algún momento, a Messi.
Para el Barça fue un trámite porque el fútbol es
contagio y las cosas salieron bien de entrada, por el tempranero gol de Suárez,
con su típica definición de chanfle a la salida de Kaylor Navas, y eso
favoreció el plantel de los azulgranas de tener la pelota, presionar y
desesperar a los blancos.
Pero también hay que decir, rápidamente, que al
planteo del Barcelona lo ayudó mucho un desconcertante Real Madrid, que venía
disimulando algunas carencias por una
que otra goleada gracias a su tremendo ataque, la famosa BBC (Bale, Benzema,
Cristiano Ronaldo), pero cuyo juego fue inconsistente en toda la temporada
desde la llegada al banco del entrenador español Rafa Benítez.
Benítez provenía de equipos como Liverpool (con el
que ganó la Champions League en una final memorable ante el Milan en 2005) o
Nápoli (con el que ganó una buena Supercopa ante la Juventus), que son
completamente distintos, con otra exigencia en cuanto a la generación de
espectáculo, pero el presidente del Real Madrid, el controvertido empresario
Florentino Pérez confió en él para reducir el margen con el Barcelona (cosa que
ya intentó, con escaso éxito, José Mourinho algunas temporadas atrás) y apostó
por los resultados, sin importar las formas.
Benítez, aún enemigo declarado de Mourinho, es de
los entrenadores que creen en que tener la pelota no es lo importante, sino ser
“efectivos” y si el anterior entrenador, Carlo Ancelotti, había conseguido
adelantar unos metros al equipo y jugar más, Benítez fue llevando todo al
terreno del contragolpe.
Ya Bale empezó a no estar seguro y a veces
aparecieron planteos con 4-4-2, las lesiones fueron impidiendo un equipo
constante y ese desdibujado equipo se pudo notar ante un Barcelona demasiado
seguro, con muchos de sus jugadores en un gran nivel.
Tal como ocurrió en otros partidos (que es lo
preocupante para el Real Madrid en esta temporada, como el tremendo baile en su
salida a Sevilla), el Barcelona hizo lo que quiso en el partido, se dio el lujo
de tacos y firuletes, y no concretó mayor diferencia por escaso margen y porque
de manera inentendible, el entrenador Luis Enrique hizo salir a Iniesta para
que ingresara un inmaduro Munir.
Para la anécdota, el ingreso de Lionel Messi, en el
segundo tiempo, tras dos meses de ausencia. Tuvo buenas asociaciones, más allá
de que resulta claro que le faltan minutos y rodaje, pero lo fundamental es
señalar que en un 0-4 del Barcelona en el Bernabeu, el astro argentino tuvo
poco que ver y que cuando se produjo su acceso, ya todo estaba definido.
Párrafo aparte para el arquero chileno Claudio
Bravo, que pese a la inmensa superioridad, la insultante superioridad
azulgrana, tapó tres claras ocasiones de gol aunque no retuvo una pelota al
calcular mal un pique, lo que lo muestra talentoso pero con una cierta a la
inestabilidad.
El Barcelona se va entonces a seis puntos del Real
Madrid, en su liderazgo, aun que queda mucha Liga, y los blancos pierden
incluso el segundo lugar a manos del Atlético Madrid de Diego Simeone, pero
mucho más que eso, han perdido la confianza con la silbatina final y los
pañuelos que se agitaron en protesta contra el presidente Pérez, mucho más por
haber elegido a Benítez, seguramente, que por los jugadores que fichó, aunque
muchos estén desconocidos.
Este James Rodríguez aún no es el que era (también
se vio ante Argentina, en la semana, por la clasificación mundialista), ni
tampoco Toni Kroos ni Luca Modric. Benzema, se sabe, atraviesa problemas
personales serios en el “affaire Valbuena”, Bale casi no tocó el balón y
Cristiano, al parecer, se quiere marchar al terminar la temporada, sea al PSG,
sea al Manchester United.
Con una penosa actuación del brasileño Danilo
(reciente fichaje) y sin posibilidades de echarle la culpa ahora a Iker
Casillas (emigrado al Porto), al Real Madrid le esperan días agitados. Ha
quedado desnudo.
El Barcelona, en cambio, se va pletórico de Madrid,
a sabiendas de que lo mejor puede estar por venir, con Messi recuperado, con
Arda Turan y Alex Vidal (y acaso Lavezzi y/o Van Persie) incorporándose al plantel, y con el Mundial
de Clubes a la vista.
Cuidado, River.
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