miércoles, 10 de agosto de 2016

Argentina-Brasil, una rivalidad futbolizada




13 de julio de 2014 por la noche. Con el colega uruguayo Javier de León buscamos una mesa en cualquier restaurante de la costa en Río de Janeiro, entre una multitud. Por fin damos con una mesa, afortunados, porque se levantan los comensales. A un lado, cuatro hinchas de Belgrano de Córdoba. Al otro, tres parejas brasileñas, todos rubios, uno de ellos con la camiseta de Alemania. De repente, uno de los tres muchachos pone a todo volumen una tableta con el sonido tomado evidentemente horas antes en la final del Maracaná: “Mil goles, mil goles/mil goles, mil goles mil goles/sólo Pelé, sólo Pelé/Maradona drogadicto”. Ellos acompañan con gritos desde la mesa, y desde otras, les responden. Inmediatamente surge la respuesta con el “Brasil, decime qué se siente” y todos comienzan a pararse. Desde otra mesa, un grupo que parece adherir a los locales canta con ellos, pero repentinamente hacen el número siete con los dedos. Los hinchas del Belgrano se levantan para ir a pegarle a las tres parejas y los calmamos. Llegó la comida y las parejas se dedicaron a comer y todo se fue calmando.

Este hecho ocurrido a pocas horas de la final del Mundial 2014 y en el que fuimos testigos directos, parece repetirse otra vez ahora en los Juegos Olímpicos, llevando la situación a la preocupación de autoridades deportivas y diplomáticas.

¿Qué es lo que ocurre? Los argentinos conocemos bien de ironías, provocaciones y prepotencias. Basta con acercarse a una fila para subir a un avión hacia el país para poder advertir inmediatamente que ese vuelo es de argentinos: por actitud, por desorden, por los gritos,  por el poco apego a la reglamentación. Lo mismo sucede cuando distintos grupos de diferentes edades salen del país y especialmente forman parte de algún acontecimiento deportivo y más aún, en el ámbito de las tribunas.

La rivalidad con Brasil viene de un largo proceso, que algunos relacionan con lo histórico pero creemos que tiene mucho más relación con los códigos estrictamente futboleros.

Si bien hubo hechos aislados en épocas pasadas (como la grave lesión de José Salomón, o la expulsión de Pelé en la Copa de las Naciones de 1964 con aquel codazo a Mesiano o la batalla campal en la final del Mundial sub-20 en México 1983, por citar algunos casos), la rivalidad comenzó a recorrer un camino más complejo cuando ambas sociedades se futbolizaron culturalmente, esto es, cuando ambas, con enormes frustraciones producto de años tenebrosos en los que fueron relegadas y devastadas en sus derechos, depositaron en el fútbol todo tipo de valores hasta agendarlo de manera exagerada, buscando respuestas de éxito en una actividad que desde hace tiempo y en todo el mundo dejó de ser sólo un deporte.

Los que siguen este blog y además viven en la Argentina, ya conocen nuestra idea acerca de lo que viene ocurriendo en el país. La industria de la violencia y la necesidad de éxito a cualquier costo generaron esto que se vive hoy, con más de trescientos muertos por violencia del fútbol como fenómeno,  han derivado en una futbolización completa, presente a cada minuto en cualquier ámbito, sin necesidad de los partidos como contexto.

En el caso de Brasil, todo indica que además de los hechos sociales como contexto que ya hemos delineado, hubo un cambio tras el retiro de Pelé y el final de los tiempos dorados con su generación y la siguiente tras el Mundial de España 1982 y que dejó algunos últimos destellos hasta principios de los noventa con el San pablo de Telé Santana y los supercracks hasta fines de siglo XX como Romario, Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, Roberto Carlos, Cafú.

Pero hay una evidente argentinización del fútbol brasileño en todos los aspectos hasta llevarlo a una situación demasiado parecida a la de la Argentina, y creemos que hay un elemento fundamental en este análisis: el inicio de las transmisiones de las copas sudamericanas por la TV cable a fines de los años ochenta, cuando no sólo se exportó una forma de jugar, sino un modo de comportarse, de gritar, y hasta de ser violento.

No es casual que, además de los hechos sociales que enumeramos, haya cada vez más víctimas de la violencia en los estadios y su contexto de ultras, al modo argentino, que el fútbol brasileño se desangre en sus ligas locales por venta de sus jugadores al exterior (una costumbre que no existía casi hasta los años ochenta, cuando los cracks se quedaban en el país y generaban una liga muy fuerte), y tampoco lo es que se contrate a futbolistas argentinos para reemplazar a los que se van, o a los directores técnicos argentinos, o que en Porto Alegre se canten en la tribuna los cánticos de las canchas argentinas, o que se busque sistemas tácticos como los argentinos.

Esa argentinización del fútbol de Brasil está, en parte, basada en el negocio de los empresarios, el efecto de la TV y una admiración exagerada hacia una forma de ganar que los propios brasileños lo han sufrido duramente en la competencia como con el episodio nefasto del bidón de los octavos de final del Mundial de Italia 1990 en Turín.
“Más animal que o zagueiro argentino”, rezaba la publicidad que mostraba a Roberto Ayala por TV con la camiseta argentina y que la AFA entendió como un agravio cuando en Brasil, “animal” tiene un sentido positivo, laudatorio.

Fernando Segura Trejo,  doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios de París, y quien reside desde hace años en Brasil, nos comentaba días pasados por el alarmante crecimiento de un sentimiento anti-argentino fabricado artificialmente también desde algunos medios como la TV Globo, el veterano relator Galvao Bueno, más que nada en la búsqueda de la construcción de un enemigo que acabe supliendo los años siguientes a la frustración de 1950, cuando Uruguay ocupaba ese lógico lugar, aunque mucho más futbolístico.

Segura Trejo nos cuenta que desde algunos medios particulares como los señalados se ha generado una idea del deporte argentino como tramposo, sucio, de malos comportamientos, que no parece condecirse con lo individual, que sigue siendo admirado y con intenciones de contar incluso con él, como con jugadores y directores técnicos.

Desde la Argentina no se necesitó mucho para exacerbar la rivalidad con el fútbol brasileño, luego trasladado a otros órdenes. El doctor Eduardo Val, abogado argentino que reside en Río de Janeiro desde hace un cuarto de siglo, relataba hace poco tiempo que el empresariado y la diplomacia brasileña observan que desde la Argentina “todo se lo toma como competencia futbolera, aunque estemos más para asociarnos que para rivalizar”.

En los años noventa, cuando la selección brasileña llegaba a la Argentina para jugar un partido ante la selección local, el diario deportivo “Olé” llegó a titular con que “vienen los macacos”, generando hasta algún problema diplomático, pero “Lance!”, el diario deportivo brasileño, también llegó a decir, con tono menos exagerado, en la mañana de la final de 2014, que “somos hinchas de Alemania desde chiquitos”, mientras una encuesta de TV Globo sostenía que el 65% de los entrevistados brasileños quería que ganara Alemania y sólo un 35%, Argentina.

¿Es de extrañar entonces que uno de los tres muchachos del restaurante de la cena post-final del Maracaná llevara una camiseta alemana, a tres días de haber perdido 7-1 con su propia selección?

Qué lejos parece haber quedado aquella mezcla de admiración y pica con tantos periodistas y grandes amigos de Brasil con los que pasamos horas recordando grandes jugadores de ambos países, con una enorme tradición de fútbol con técnicas diferentes, las dos maravillosas.

Por lo demás, Brasil se nos aparece a los argentinos como una bendición: un país vecino con casi doscientos millones de habitantes, es decir, un enorme mercado, pero mucho más que eso, la posibilidad de conocer su gente, sus playas, su cultura, su música, su historia.

¿Cómo rivalizar con gente como Rogerio Andrade, quien gentilmente nos llevó con su coche al estadio y nos vino a buscar a varios partidos en Belo Horizonte, y nos invitó a su casa a desgustar una inolvidable picanha, mientras se acordaba de tantas canciones latinoamericanas, muchas de ellas argentinas? ¿cómo rivalizar con la gran Rosilene Fernandes, amiga desde que nos alojó en su casa durante el Mundial en la misma Belo Horizonte, y nos ayudó en todo lo que pudo, con una enorme calidez?

Pensemos por un instante cómo reaccionaríamos si cada día, durante semanas, a cada instante, nos cantaran, por ejemplo, “Argentina, decime qué se siente, tener en casa a tu papá, seguro que en todos estos años, nunca nos vamos a olvidar/que Adriano te vacunó y Zico te gambeteó, estás llorando desde España hasta hoy/ Neymar ya vas a ver/La copa nos va a traer/Ya sabés, Brasil es Pentacampeón”.

¿Lo aceptaría esta sociedad que produjo trescientos muertos en el fútbol con una sonrisa socarrona?


El fútbol sigue acaparando todo. Tal vez sea un buen momento para parar la pelota y reflexionar cuánto de positivo es tener a Brasil de vecino y honestamente pensar qué se siente cuando tenemos la suerte de visitar un país tan hermoso, y que la número cinco no nos tape el bosque.

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