13 de julio de 2014 por la noche. Con el colega
uruguayo Javier de León buscamos una mesa en cualquier restaurante de la costa
en Río de Janeiro, entre una multitud. Por fin damos con una mesa, afortunados,
porque se levantan los comensales. A un lado, cuatro hinchas de Belgrano de
Córdoba. Al otro, tres parejas brasileñas, todos rubios, uno de ellos con la
camiseta de Alemania. De repente, uno de los tres muchachos pone a todo volumen
una tableta con el sonido tomado evidentemente horas antes en la final del
Maracaná: “Mil goles, mil goles/mil goles, mil goles mil goles/sólo Pelé, sólo
Pelé/Maradona drogadicto”. Ellos acompañan con gritos desde la mesa, y desde otras,
les responden. Inmediatamente surge la respuesta con el “Brasil, decime qué se
siente” y todos comienzan a pararse. Desde otra mesa, un grupo que parece
adherir a los locales canta con ellos, pero repentinamente hacen el número
siete con los dedos. Los hinchas del Belgrano se levantan para ir a pegarle a
las tres parejas y los calmamos. Llegó la comida y las parejas se dedicaron a
comer y todo se fue calmando.
Este hecho ocurrido a pocas horas de la final del
Mundial 2014 y en el que fuimos testigos directos, parece repetirse otra vez
ahora en los Juegos Olímpicos, llevando la situación a la preocupación de
autoridades deportivas y diplomáticas.
¿Qué es lo que ocurre? Los argentinos conocemos bien
de ironías, provocaciones y prepotencias. Basta con acercarse a una fila para
subir a un avión hacia el país para poder advertir inmediatamente que ese vuelo
es de argentinos: por actitud, por desorden, por los gritos, por el poco apego a la reglamentación. Lo mismo
sucede cuando distintos grupos de diferentes edades salen del país y
especialmente forman parte de algún acontecimiento deportivo y más aún, en el
ámbito de las tribunas.
La rivalidad con Brasil viene de un largo proceso,
que algunos relacionan con lo histórico pero creemos que tiene mucho más
relación con los códigos estrictamente futboleros.
Si bien hubo hechos aislados en épocas pasadas (como
la grave lesión de José Salomón, o la expulsión de Pelé en la Copa de las
Naciones de 1964 con aquel codazo a Mesiano o la batalla campal en la final del
Mundial sub-20 en México 1983, por citar algunos casos), la rivalidad comenzó a
recorrer un camino más complejo cuando ambas sociedades se futbolizaron
culturalmente, esto es, cuando ambas, con enormes frustraciones producto de
años tenebrosos en los que fueron relegadas y devastadas en sus derechos,
depositaron en el fútbol todo tipo de valores hasta agendarlo de manera
exagerada, buscando respuestas de éxito en una actividad que desde hace tiempo
y en todo el mundo dejó de ser sólo un deporte.
Los que siguen este blog y además viven en la
Argentina, ya conocen nuestra idea acerca de lo que viene ocurriendo en el
país. La industria de la violencia y la necesidad de éxito a cualquier costo
generaron esto que se vive hoy, con más de trescientos muertos por violencia
del fútbol como fenómeno, han derivado
en una futbolización completa, presente a cada minuto en cualquier ámbito, sin
necesidad de los partidos como contexto.
En el caso de Brasil, todo indica que además de los
hechos sociales como contexto que ya hemos delineado, hubo un cambio tras el
retiro de Pelé y el final de los tiempos dorados con su generación y la
siguiente tras el Mundial de España 1982 y que dejó algunos últimos destellos
hasta principios de los noventa con el San pablo de Telé Santana y los
supercracks hasta fines de siglo XX como Romario, Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo,
Roberto Carlos, Cafú.
Pero hay una evidente argentinización del fútbol
brasileño en todos los aspectos hasta llevarlo a una situación demasiado
parecida a la de la Argentina, y creemos que hay un elemento fundamental en
este análisis: el inicio de las transmisiones de las copas sudamericanas por la
TV cable a fines de los años ochenta, cuando no sólo se exportó una forma de
jugar, sino un modo de comportarse, de gritar, y hasta de ser violento.
No es casual que, además de los hechos sociales que
enumeramos, haya cada vez más víctimas de la violencia en los estadios y su
contexto de ultras, al modo argentino, que el fútbol brasileño se desangre en
sus ligas locales por venta de sus jugadores al exterior (una costumbre que no
existía casi hasta los años ochenta, cuando los cracks se quedaban en el país y
generaban una liga muy fuerte), y tampoco lo es que se contrate a futbolistas
argentinos para reemplazar a los que se van, o a los directores técnicos
argentinos, o que en Porto Alegre se canten en la tribuna los cánticos de las
canchas argentinas, o que se busque sistemas tácticos como los argentinos.
Esa argentinización del fútbol de Brasil está, en
parte, basada en el negocio de los empresarios, el efecto de la TV y una
admiración exagerada hacia una forma de ganar que los propios brasileños lo han
sufrido duramente en la competencia como con el episodio nefasto del bidón de
los octavos de final del Mundial de Italia 1990 en Turín.
“Más animal que o zagueiro argentino”, rezaba la
publicidad que mostraba a Roberto Ayala por TV con la camiseta argentina y que
la AFA entendió como un agravio cuando en Brasil, “animal” tiene un sentido
positivo, laudatorio.
Fernando Segura Trejo, doctor en Sociología por la Escuela de Altos
Estudios de París, y quien reside desde hace años en Brasil, nos comentaba días
pasados por el alarmante crecimiento de un sentimiento anti-argentino fabricado
artificialmente también desde algunos medios como la TV Globo, el veterano
relator Galvao Bueno, más que nada en la búsqueda de la construcción de un
enemigo que acabe supliendo los años siguientes a la frustración de 1950,
cuando Uruguay ocupaba ese lógico lugar, aunque mucho más futbolístico.
Segura Trejo nos cuenta que desde algunos medios
particulares como los señalados se ha generado una idea del deporte argentino
como tramposo, sucio, de malos comportamientos, que no parece condecirse con lo
individual, que sigue siendo admirado y con intenciones de contar incluso con
él, como con jugadores y directores técnicos.
Desde la Argentina no se necesitó mucho para
exacerbar la rivalidad con el fútbol brasileño, luego trasladado a otros
órdenes. El doctor Eduardo Val, abogado argentino que reside en Río de Janeiro
desde hace un cuarto de siglo, relataba hace poco tiempo que el empresariado y
la diplomacia brasileña observan que desde la Argentina “todo se lo toma como
competencia futbolera, aunque estemos más para asociarnos que para rivalizar”.
En los años noventa, cuando la selección brasileña
llegaba a la Argentina para jugar un partido ante la selección local, el diario
deportivo “Olé” llegó a titular con que “vienen los macacos”, generando hasta
algún problema diplomático, pero “Lance!”, el diario deportivo brasileño,
también llegó a decir, con tono menos exagerado, en la mañana de la final de
2014, que “somos hinchas de Alemania desde chiquitos”, mientras una encuesta de
TV Globo sostenía que el 65% de los entrevistados brasileños quería que ganara
Alemania y sólo un 35%, Argentina.
¿Es de extrañar entonces que uno de los tres
muchachos del restaurante de la cena post-final del Maracaná llevara una
camiseta alemana, a tres días de haber perdido 7-1 con su propia selección?
Qué lejos parece haber quedado aquella mezcla de
admiración y pica con tantos periodistas y grandes amigos de Brasil con los que
pasamos horas recordando grandes jugadores de ambos países, con una enorme
tradición de fútbol con técnicas diferentes, las dos maravillosas.
Por lo demás, Brasil se nos aparece a los argentinos
como una bendición: un país vecino con casi doscientos millones de habitantes,
es decir, un enorme mercado, pero mucho más que eso, la posibilidad de conocer
su gente, sus playas, su cultura, su música, su historia.
¿Cómo rivalizar con gente como Rogerio Andrade,
quien gentilmente nos llevó con su coche al estadio y nos vino a buscar a
varios partidos en Belo Horizonte, y nos invitó a su casa a desgustar una
inolvidable picanha, mientras se acordaba de tantas canciones latinoamericanas,
muchas de ellas argentinas? ¿cómo rivalizar con la gran Rosilene Fernandes,
amiga desde que nos alojó en su casa durante el Mundial en la misma Belo
Horizonte, y nos ayudó en todo lo que pudo, con una enorme calidez?
Pensemos por un instante cómo reaccionaríamos si
cada día, durante semanas, a cada instante, nos cantaran, por ejemplo, “Argentina,
decime qué se siente, tener en casa a tu papá, seguro que en todos estos años,
nunca nos vamos a olvidar/que Adriano te vacunó y Zico te gambeteó, estás
llorando desde España hasta hoy/ Neymar ya vas a ver/La copa nos va a traer/Ya
sabés, Brasil es Pentacampeón”.
¿Lo aceptaría esta sociedad que produjo trescientos
muertos en el fútbol con una sonrisa socarrona?
El fútbol sigue acaparando todo. Tal vez sea un buen
momento para parar la pelota y reflexionar cuánto de positivo es tener a Brasil
de vecino y honestamente pensar qué se siente cuando tenemos la suerte de
visitar un país tan hermoso, y que la número cinco no nos tape el bosque.
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