Cuando el Vasco Julio Olarticoehea fue presentado
como nuevo director técnico de la selección argentina olímpica, solamente
acompañado por el dirigente Claudio Tapia y por su preparador físico Pablo
Calderón, lo primero que dijo fue que no habría excusas y que se tenía
confianza para que el equipo nacional tuviera un rendimiento positivo en los
Juegos de Río de Janeiro.
En aquel momento sostuvimos –y lo ratificamos con el
diario del jueves, un día después de la eliminación en la fase de grupos- que
Olarticoechea había sido muy noble y había decidido cargar en sus espaldas con una
responsabilidad en la que, en todo caso, tiene en un bajísimo porcentaje.
Olarticoechea pasó de dirigir a la selección
femenina al sub-20 y en un breve lapso, con la renuncia lógica de Gerardo
Martino luego de que todos le negaran los jugadores por las eternas peleas
internas, saltó directamente al equipo olímpico que ya no tendría a las figuras
con las que su antecesor soñaba cuando proyectaba su plantel para Río de
Janeiro.
En apenas diez días, sin dinero, sin jugadores, sin
apoyo institucional salvo alguno que otro dirigente que decidió dar la cara
(aunque también sin ideas), y sin proyecto alguno más que zafar como se pudiera
en Río de Janeiro, y hasta con un robo mediante en las habitaciones del hotel
en el amistoso de preparación en México DF, el director técnico se las arregló
para conformar un equipo que si bien no pasó de grupo y que no cumplió con los
requisitos por los antecedentes y la riqueza de su fútbol, tampoco puede
decirse que fue superado tácticamente, y hasta cuesta hablar de táctica cuando
no hubo siquiera una chance de tener un equipo que se conociera mínimamente
dentro de la cancha.
Lo cierto es que esta selección olímpica, más allá
incluso del propio resultado final, necesitó apenas tres partidos oficiales,
más los pocos de preparación, para reunir la mayoría de los problemas que hoy
tiene el fútbol argentino, como consecuencia de años sin proyectos, sin
política y sin filosofía de juego.
Nos hemos cansado de escribirlo pero lo diremos una
vez más: sin una idea madre, sin saber a qué se quiere jugar, es muy difícil
progresar. Se puede, si es que, como en el tan mentado Mundial de 1986 o como en
Brasil 2014, o en las Copas América de los últimos años, se dispone de un genio
en el equipo. Pero esto, hay que tenerlo muy en cuenta, no es lo habitual.
Esto que ocurrió con Diego Maradona o lo que ocurrió
hasta ahora con Lionel Messi, son afortunadas excepciones a la regla.
Pero el fútbol argentino, desde que regresó la
selección del desastre del Mundial de Suecia 1958, cuando los dirigentes se
equivocaron duramente en el diagnóstico y apostaron por europeizar el juego,
darle prioridad al estado físico y al verso de los resultados (como si a los
líricos no les interesara), viene descendiendo de manera alarmante en su
técnica simplemente porque ésta no interesa demasiado, en aras del negocio.
Digámoslo una vez más con todas las letras: desde
fines de los años ochenta, con la globalización, el fútbol argentino se
convirtió en un mercado de paso, aunque el puente casi obligatorio (o al menos
el mayor acelerador) para que los jugadores sudamericanos emigren a Europa, y
entonces hay que producir jugadores para lo que se necesita en el mercado
central del mundo.
Con este esquema, no sólo los torneos adaptan ya su
calendario sin miramientos para poder venderle jugadores a Europa sino que ya
en las divisiones inferiores se plantean los esquemas como se juega allí, y se
adaptan posiciones de jugadores como los que necesitan cruzando el océano.
Entonces, de nada vale reclamar a Jonathan Calleri
porque no puede convertir de frente al arco y sin el arquero, o a Angel Correa
por su enorme mochila a la hora de ejecutar un penal decisivo ante Honduras, o
al pibe Lautaro Gianetti por desequilibrarse ante un mal resultado.
Los futbolistas argentinos hacen lo que pueden ante
una absoluta falta de estructura institucional, con un director técnico noble
pero improvisado, y su carencia de técnica por el apuro por venderlos sin haber
madurado, porque el mercado así lo necesita, y sumado a todo este cóctel, el
pánico a perder con toda la parafernalia que espera al regreso, lo cual genera
esquemas conservadores, jamás demasiado arriesgados aunque la propia
clasificación esté en juego.
En el fútbol argentino ya no quedan muchos maestros.
Un buena parte, porque se va extinguiendo la última generación de los que
vieron aunque sea un fútbol en cuentagotas y van ocupando esos lugares los que
ya vivieron la etapa post-1958, con entrenamientos sin pelota, con la TV
mostrando los kilómetros recorridos o midiendo la potencia de los remates, o
repitiendo como situaciones de gol jugadas en las que la pelota murió en las
manos del arquero, por no decir los halagos desmedidos al guardameta por tapar
un remate mal colocado y con dirección a donde se encontraban.
El fútbol se fue tergiversando porque desde hace más
de sesenta años que el negocio le gana al juego, y si siguen saliendo jugadores
(aunque cada vez menos), ocurre por la enorme tradición futbolera que tiene
este país, pero como todo, esto alguna vez también se terminará.
Cuando José Pekerman renunció como director técnico
de la selección argentina tras el Mundial de Alemania 2006, advirtió que “abajo
no hay nada” pero a nadie le interesó, porque las divisiones inferiores no
venden.
Hoy, ya no es que se trabaja mal, sino que no hay un
director técnico de juveniles, hubo que renunciar a participar de un
prestigioso torneo como el de Toulon, y se viajó al de “L’Alcudia sólo con el
preparador físico.
Mientras no se sepa a qué se juega, qué se pretende
del fútbol, o no se tenga una filosofía propia, como alguna vez se tuvo y
generó admiración en todo el mundo, al punto tal de que si hoy Argentina
exporta es mucho como consecuencia de la fama adquirida en aquel tiempo, cada
vez todo irá a peor.
Lo dijimos y lo volvemos a repetir, aunque somos una
gota en el océano. Mientras esto escribimos y publicamos, la mayoría de los
medios hablan de “papelón” y cosas por el estilo.
Si los jugadores no aprenden a controlar el balón y
a dar un pase preciso al compañero mejor ubicado, si se juega sin wines, sin un
nueve técnico, sin un diez con mucho talento, con un ocho híbrido, una defensa
que no sabe salir jugando, y además no hay tiempo de adquirir un funcionamiento
colectivo, difícil que salga bien. Y no salió bien, ni es lógico que vaya a
salir bien, especialmente cuando Messi no juegue más con la albiceleste.
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