“The term fuzzy logic is used in
this paper to describe an imprecise logical system, FL, in which the
truth-values are fuzzy subsets of the unit interval with linguistic labels such
as true, false, not true, very true, quite true, not very true and not very
false, etc. The truth-value set, ℐ, of FL is assumed to be generated by a
context-free grammar, with a semantic rule providing a means of computing the
meaning of each linguistic truth-value in ℐ as a fuzzy subset of [0, 1]”,
Siempre fue, en lo difuso, evidente su condición. Una suerte de
manchón indefinido, como sin contornos que determinaran la figura – bien podría
haber pasado por arbusto, escalera, bolsa de dormir o lo que fuese. Una
inexactitud geométrica, que no ofrecía información topológica alguna: unas
veces parecía ocupar más espacio en que otras; en algunas oportunidades, su
escencialidad estaba desplazada (e invisible) de la continentalidad difuminada.
Ambriogino Bertoni fue un niño falto de cariño. No porque sus padres
fuesen fríos y distantes, sino porque era realmente complicado dar con “la
pequeña indeterminación”, como decía su padre, en tono de broma, pero con ánimo
de derrota. Ambriogino tampoco pudo desarrollar una autoestima cabal, completa,
digamos: no sabía a quíen iba dirigida – más allá de la abstracción “yo”, que
no había espejo que concretase (nunca conoció su rostro; algo que a veces lo
contentaba: los padres no eran precisamente fondos genéticos de gran valor en
el plano estético).
La soledad a la que Ambriogino “pequeña indeterminación” Bertoni
parecía predestinado quedó cancelada cuando Cirino Lamborghinni, entrenador del
equipo de fútbol local vio su potencial – Cirino sabía más de vivezas,
estrategias y motivaciones que de fútbol en sí – de un chico como Ambrigino. El
“nueve equívoco”, el “siete abstracto”, el “once impreciso”, recitaba
estrategias posibles. Además (o sobre
todo), a los defensores les cansaría la vista el esfuerzo inútil de tratar de
“enfocarlo”.
Crinino no contaba con el hecho de que Ambriogino era un habilidoso
fuera de serie. Podía verse la pelota ir y venir, como llevada por un tornado
de baja intensidad, con suavidad y elegancia.
Comenzaron a ganar partidos con una facilidad y una contundencia que terminaron por llamar
la atención de la federación local – Zanipolo Marchessini, dueño del café del
pueblo, le había dicho, al terminar el tercer o cuarto partido ganado de esa
guisa, que no convenía levantar la perdiz, que lo abusara de “indeterminación”.
Pero Cirino hizo como que no oía.
La gente de la federación, presionada por algunos hacendados de un
pueblo vecino le buscaron la quinta pata al gato, y se la encontraron: sólo
podían ser inscritos niños entre tales y cuales edades, etcétera. Niños. ¿Podía
el pueblo demostrar que Ambriogino Bertino era un niño y no, por ejemplo, una
niña? ¿Podía demostrar, siquiera, que era un humano, y no una de esas
creaciones diabólicas que dicen que maquinan los japoneses?
A Ambriogino no lo apenaba dejar el fútbol en sí, sino la posibilidad
de algo parecido a una interacción social.
Después de aquello, el nombre de Ambriogino no se volvió a mentar,
relegado a esas páginas aproximadas de la historia no escrita a las que, de
tanto en tanto, se vuelve en alguna reunión, en alguna charla.
Un colega me dijo que alguien en los años 1940, en El Cairo, le
refirió la historia de Ambriogino al matemático Lotfali Askar Zadeh, que iba de
camino a Estados Unidos. Precisamente el caso de Ambriogino lo condujo a
proponer la “matemática difusa”, relacionada con otros conceptos “difusos”,
como la “lógica difusa o borrosa”.
Este colega me mostró el artículo original a máquina de escribir de
Zadeh, de 1974, titulado “Fuzzy logic and its application to approximate
reasoning” (“Lógica difusa y su aplicación en el razonamiento aproximado”).
En la parte superior derecha, escrito a mano:
“A Ambriogino, ‘la pequeña
indeterminación’”
Lástima que en el texto publicado no incluyera esa dedicatoria.
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