Es inútil. La pelota se la pasan los dirigentes de
los clubes, la AFA, y los renovados funcionarios de turno que siguen sin tener una
política estatal para la temática por una sencilla razón: no hay voluntad
política para que el problema se resuelva por fin, por lo tanto todos son
rodeos que conducen siempre a la nada misma.
Mientras la AFA sigue implosionando tras la muerte
de Julio Grondona hace poco más de dos años, cada día aparece un nuevo
esperpento sobre lo mismo. Nos enseñan sofisticados sistemas para controlar
supuestamente a los violentos y los organismos cambian de nombres, siempre
complicados para que en lo posible nadie entienda bien de qué se trata (ahora
lleva un tiempo la APREVIDE), pero de fondo, las barras bravas imponen su juego
y logran que los partidos no se jueguen o se suspendan por su participación por
el temor a la misma.
Es tal la ceguera de los funcionarios, sin importar
su color político, que siguen prohibidos los hinchas visitantes en casi todo el
país, cuando la violencia, está más que comprobado, desde hace años que no está
relacionada con la antigua clásica batalla entre barras que aprovechaban el
folklore del partido para jugar el propio fuera de la cancha, cerca de vías de
ferrocarriles, plazas o campitos.
No sólo eso: hace ya cuatro años, un gran documental
del periodista especializado en guerras, Jon Sistiaga, de Canal Plus de España,
realizado en la Argentina, nos mostraba la peor cara de la situación (https://www.youtube.com/watch?v=VXg4_7eR2_c)
cuando el cronista se preguntaba desde el sentido común por qué la Policía
protegía a los violentos de la gente y no al revés, o por qué esa misma Policía
no había aparecido cuando la barra brava de Independiente lo apretó y en cambio
sí lo hizo para acompañarlo al palco. O por qué Rafa Di Zeo, el jefe de la
barra brava de Boca, le mostraba su agenda en el teléfono celular y le decía
que tener el poder “es tener el teléfono de los que tienen poder”.
No sólo nada ha mejorado alrededor del fútbol
argentino, sino que las cosas han empeorado mucho, y el mayor ejemplo es lo
ocurrido en esta semana con la suspensión del partido entre Racing Club y
Gimnasia y Esgrima La Plata por los octavos de final de la Copa Argentina.
El partido estaba previsto para el próximo domingo 9
de octubre, en Mar del Plata, aprovechando que se suspenderá el torneo oficial
por tratarse de una fecha FIFA y que el lunes 10 es feriado, por lo que todo
indicaba que era una muy buena idea que los hinchas de los dos equipos hicieran
turismo a una gran ciudad balnearia y aprovecharan para ver el partido.
Hasta ahí, casi se trataría de un país normal, pero
en la Argentina, las cosas hace rato que se desmadraron, y entonces, ante los
hechos violentos de la barra brava de Racing en el último partido del torneo
oficial en el Cilindro de Avellaneda (lo que una vez más demuestra que nada
tiene que ver el hecho de prohibir los visitantes), la APREVIDE, el organismo
encargado de la prevención de hechos violentos en espectáculos deportivos,
decidió postergar el partido de la Copa Argentina ante el temor por desmanes
que puedan provocar disturbios y molestias a los turistas que no están
interesados por el fútbol.
Se trata de un hecho que una vez más, parece rondar
el sentido común pero que deja todo patas para arriba una vez más porque nadie
se anima a decir la verdad completa: si es por el temor a los desmanes de la barra
brava, hoy de Racing pero mañana de cualquier otro club, directamente no se
puede jugar más al fútbol y hay que suspender la actividad hasta que los
violentos se alejen del ambiente, y que el Estado procure la lista de todos los
que deberían tener derecho de admisión, los
aleje de los estadios, les aplique la ley, y el fútbol vuelva a jugarse.
Pero ¿esta sociedad quiere que el fútbol se pare?
¿Lo aceptaría sin problemas? ¿Aceptaría que el fútbol se parara por un bien
supremo que es la paz y la tranquilidad en una sociedad? ¿Soportaría la clase
política, de cualquier color, que no haya fútbol y por lo tanto, no haya
tapadera social de las crisis diarias? ¿Y el periodismo vernáculo? ¿Tendría de
qué hablar si la pelota no rodara?
Por otra parte, sigue en debate quién debe
encargarse de la lista de admisión de los violentos. ¿Es el club o es el
Estado? Sostenemos que es el Estado, sin dudas, el que debe fiscalizar la
admisión de los violentos debido a la situación a la que se ha llegado, en la
que la mayoría de los dirigentes de los clubes se encuentran no sólo amenazados
o presionados, sino que tampoco encuentran la mínima ayuda de las comisarías de
la zona, cuando éstas no son directamente cómplices de los violentos.
Si además la violencia ayuda al desarrollo de otras
industrias, como la de los montajes de los elefantiásicos operativos policiales
fraguados para facturar el triple ante los resignados clubes y con la falta de
control estatal, o como la de la TV que suma consumidores ante el desgano de
formar parte de un espectáculo degradante y violento in situ, no parece que se
esté en el camino de una mínima solución.
Por supuesto que todavía quedan más temas, como el
de los daminificados hinchas de Racing y Gimnasia que ya han adquirido sus
pasajes y estadías con el propósito de seguir a sus equipos, los que ahora en
algunos casos no pueden recuperar el dinero sumado a las molestias que les
causaron, y de lo que, como siempre en este tiempo, nadie nunca se hace cargo
porque total “sé gual”, como decía el recordado personaje televisivo Minguito
Tinguitella. Todo da lo mismo.
Y todo esto, en un contexto en el que cuando aún no
jugaron Racing y Gimnasia por los octavos de final de la Copa Argentina, ya
juegan antes Belgrano de Córdoba y Juventud Unida por los cuartos, es decir que
en este torneo, que clasifica al quinto equipo argentino a la Copa Libertadores
de 2017, se tendrá un semifinalista mientras otros estarán pensando cuándo y
dónde jugar por los octavos de final. Todo da lo mismo.
Y es tanto que da lo mismo, que muchos equipos,
especialmente los grandes, se prepararon con sus agendas de 2016 dándole
prioridad a la Copa Argentina que se había transformado en una pre-Libertadores
porque de aquí salía la última posibilidad de acceder al torneo continental en
2017, pero en esta semana, la Conmebol estableció un par de parches: agrandó la
cantidad de equipos para la Libertadores 2017, es decir que otro equipo
argentino saldrá desde otro sistema, y aún si San Lorenzo gana la Copa Sudamericana
antes de fin de año, liberará otro cupo para la Libertadores, para un posible
séptimo equipo nacional, es decir que la Copa Argentina se degradó dos
escalones en pocos días. Todo da lo mismo, otra vez.
Es en este contexto en el que nos podemos preguntar
si existe forma de darle un mínimo marco de seriedad al fútbol argentino y si
puede querer solucionar el problema definitivamente un gobierno cuyo
presidente posiblemente figure en la
agenda de los que tienen los teléfonos de los que tienen el poder, por haber
presidido antes el club del tan famoso barra brava, que se cansa de firmar
autógrafos a los enamorados hinchas que cantan sus canciones violentas y los
aplauden, emocionados, cuando entran con sus paraguas y se paran, de espaldas,
y románticamente, en los paraavalanchas.
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