martes, 18 de diciembre de 2018

El fútbol argentino debe aprovechar la experiencia del Mundial de Clubes para hacerse un replanteo general (Jornadaonline)




                                                          Desde Al Ain



Antes de comenzar el Mundial de Clubes de la FIFA escribíamos que así como llegaba al torneo el Real Madrid, a los tumbos en la Liga, desteñido en la Champions, en un tiempo de transición tras las intempestivas salidas de Cristiano Ronaldo y de Zinedine Zidane, esta era una gran oportunidad para un River en alza anímica tras ganarle la final de la Copa Libertadores a Boca y en Madrid.

Pero en diez días, el panorama se dio vuelta completamente. No sólo River no lo aprovechó, sino que su caída en semifinales ante el inexperto Al Ain local, que ni siquiera llegaba como campeón continental sino como mero invitado, constituye una de sus derrotas más duras en su larga historia, acaso la peor luego de su descenso al Nacional B de 2011.

Pero esta eliminación va mucho más allá de las estadísticas y del posible desenfoque que le pudo haber producido la reciente victoria histórica ante Boca en el Santiago Bernabeu, porque exige que analicemos lo ocurrido desde la mayor frialdad posible y más allá de los atenuantes que le podamos encontrar, hay temas recurrentes en el fútbol argentino y sudamericano que llevaron a que en los últimos ocho años, los equipos de Conmebol no han podido llegar a la final (ya no a ganarla) y en 2018 fue la primera vez que un conjunto nacional no llega a la máxima instancia.

Y también es claro que  este caso River, a la primera que tuvo enfrente a un equipo que lo presionó, que decidió romper el mediocampo para atacarlo sin piedad, que le imprimió otra clase de velocidad al juego, cuando apareció un jugador talentoso y con habilidad como el brasileño Caio, ya el equipo argentino reciente campeón de América sucumbió y si no perdió el partido y lo hizo en los penales, fue porque insólitamente fue favorecido dos veces por un extraño VAR que se equivocó con tiempo y especialistas en determinar los fallos fuera del campo.

Algunos de los errores de River son estructurales del fútbol argentino, como el haber perdido ese estilo inigualable que por años hizo temible y respetable al balompié nacional, como el haber perdido el organizador del juego, el Pablo Aimar, el Andrés D’Alessandro, para no ir más lejos a buscar a Norberto Alonso o a otros cracks del pasado. O también, la falta de un volante derecho con gol, para utilizar cada vez más gente que corra y delanteros que metan goles, sin demasiado interés por la creatividad.

Marcelo Gallardo, el ilustre DT que ha ganado muchas copas y enfrentamientos mano a mano pero que aún debe la materia de los torneos largos nacionales en ya cinco temporadas sentado en el banco, pero que es endiosado por buena parte de la prensa que no repara en el menor detalle, podría responder, con bastante posibilidad de acierto, que es lo que hay.

Pero lo que hay es una enorme falta de ideas para apuntar otra vez a las divisiones inferiores, que es lo que más rédito da, futbolística y económicamente (y si no, mirar al Barcelona), y a una línea de juego más ofensiva para volver a las fuentes, y al mismo tiempo, unirse a los adversarios ocasionales (Boca incluido) en la lucha de poderes ante una FIFA europeísta a la que poco le importa el continente sudamericano, y pruebas al canto fue el lavado de manos ante la determinación de la Conmebol de trasladar la final de la Copa Libertadores a Madrid (¿acaso no tuvo mucho que ver con eso los escupitajos recibidos por Gianni Infantino, el mandamás del fútbol mundial?).

Entonces, los Mundiales de Clubes vienen transformándose a pasos agigantados en torneos en los que los europeos llegan de taquito con planteles de muchas figuras altamente cotizadas y preparadas, algunas de ellas tomadas de los propios esquilmados clubes sudamericanos, que acaban siendo tristes partenaires, con jugadores mayores de treinta (como River, en su triángulo final o en dos de sus delanteros) o muy jóvenes a punto de salir.

La misma FIFA que aceptó que la UEFA organizara un segundo torneo continental de selecciones para evitar el virus FIFA de que a los clubes poderosos se les vayan muy lejos sus jugadores en amistosos sin sentido, aislando a Europa del resto del mundo y obligando a jugar en fecha FIFA a los del Tercer Mundo entre sí, ahora planifica una extensión del Mundial de Clubes desde 2021 que sea otra puesta en escena para que ganen los europeos, porque, ¿cuántos equipos sudamericanos pueden aguantar su plantel desde 2018 o 2019 hasta 2021 sin vender a sus estrellas? Entonces llegarán debilitados ante los que se las compraron y la FIFA será entonces legitimadora de otro éxito europeo y fracaso sudamericano.

Mientras las condiciones de poder económico no cambien, al Real Madrid sólo le faltará mentalizarse un poco en el charter de partida hacia el Mundial de Clubes siguiente y que el Gareth Bale del momento acelere y acabe con todo a los pocos minutos de comenzar.

Así es como River, que parecía que no debía escapar la oportunidad, deberá ahora cuidarse de no salir cuarto ante los japoneses del Kashima Antlers por el gris partido preliminar de la final, por el tercer puesto.

Luego sí, ya al regresar, le esperarán los festejos del triunfo frente a Boca, que a esta altura, ya parece que ocurrió hace medio siglo. De lo que pasa en el Primer Mundo, mejor no hablar y pensar a futuro, y de manera estructural, si no se quiere repetir esta historia de Emiratos Árabes Unidos de 2018.



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