Los aficionados
españoles ya se están restregando las manos a la espera del gran partido que,
inesperadamente, tendrán el próximo domingo en el estadio Santiago Bernabeu del
Real Madrid: nada menos que la final de la Copa Libertadores de América y entre
los dos grandes rivales argentinos de todos los tiempos, River Plate y Boca
Juniors.
Sí, para más de
un lector desprevenido de esta columna, la pregunta que uno se imagina tiene
toda lógica, porque si se trata de la Copa Libertadores de América, esa final
debió jugarse en territorio argentino y en el peor de los casos, sudamericano,
porque se trata de una Copa que organiza la Conmebol, que es la Confederación
Sudamericana de Fútbol, y más aún, cuando se trata de la última edición con
final a doble partido y el de ida ya se había disputado en el estadio de Boca,
la mítica “Bombonera” y habían empatado 2-2 (el gol de visitante no cuenta como
doble, distinto a la Champions League).
¿Por qué,
entonces, no se jugó la segunda final en el estadio Monumental de River? En
realidad, se intentó jugar allí el pasado sábado 24 de noviembre, pero como
hemos relatado en nuestra columna anterior, el partido debió postergarse para
el día siguiente porque en el camino al estadio, el bus que trasladaba a los
jugadores de Boca (sólo se iba a jugar con hinchas de River, así como en la ida
sólo se jugó con los de Boca) fue atacado con piedras por algunos hinchas
locales y dos de esos jugadores fueron incluso revisados en un sanatorio de
Buenos Aires porque recibieron astillas en sus ojos como producto de la rotura
de los vidrios de las ventanillas.
Lo insólito
comenzó cuando el bus fue atacado y los jugadores llegaron al estadio
Monumental con tos, ahogos, ojos irritados, vómitos y dos de ellos, el capitán
Pablo Pérez y el juvenil Gonzalo Lamardo, con problemas de vista, pese a lo
cual, la Conmebol siempre quiso que el partido se jugara, aunque más no fuera,
un rato más tarde, pese a la insistencia de Boca de que no estaba en
condiciones. River terminó concediendo que el partido se jugara al día
siguiente, domingo 25, y por las dudas de que su estadio fuera clausurado, le
hizo firmar a Boca un compromiso de que sería en el Monumental y ante el
público de River, que había esperado en algunos casos hasta seis horas en las
tribunas sin saber qué ocurriría.
Sin embargo,
Boca consideró que no estaba para jugar al día siguiente, el ministro de
Seguridad de la ciudad de Buenos Aires, Martín Ocampo, renunció a su cargo por
la mala organización del partido (se supo luego que el bus de Boca no tenía
protección suficiente pese a la enorme cantidad de efectivos contratados), y en
la semana, entre amenazas de los dos clubes, porque Boca reclamaba la
descalificación de River y River, que se jugara ante su público y en su
estadio, la Conmebol decidió que finalmente la final se dispute en Madrid, el
domingo 9 de diciembre.
Se trata de una
insólita decisión. Por un lado, porque el fútbol sudamericano no merece perder
la final en su propio continente luego de 59 ediciones de la Copa Libertadores,
su máximo torneo. Por otro, si Buenos Aires no ofrecía la seguridad deseada (lo
cual es relativo porque el partido de ida también se jugó en la ciudad y no
hubo mayores problemas), en todo caso, había muchas opciones entre otras
ciudades argentinas (Mendoza, que había sido en marzo la final de la Supercopa
Argentina entre los dos mismos equipos, se había ofrecido como sede) o incluso
entre otras grandes ciudades sudamericanas como Santiago (Chile), Montevideo
(Uruguay), Lima (Perú), Bogotá (Colombia) o San Pablo (Brasil).
Además, la Copa
lleva por nombre “Libertadores de América”, lo que significa un homenaje a los
héroes sudamericanos que participaron en el siglo XIX del proceso de emancipación
del continente de los dominios de la monarquía española, lo cual hace todavía
menos comprensible que una final tan esperada e inédita vaya a disputarse
justamente en territorio español.
Por otra parte,
el presidente argentino, Mauricio Macri, ex titular de Boca entre 1995 y 2007 y
fanático del fútbol, presionó hasta último momento para que el partido se
jugara en territorio argentino porque consideraba inadmisible que su país, con
tanta tradición futbolística, no pudiera organizar un evento como este cuando a
los pocos días fue sede de la cumbre del G-20, de la que participó el
presidente de gobierno de Japón, Shinzo Abe.
En una de las
comisiones del G-20 participó en Buenos Aires nada menos que el presidente de
la FIFA, Gianni Infantino, así como el de la Conmebol, Alejandro Domínguez, y
aunque Macri insistió hasta último momento ante ellos, personalmente, la
decisión estaba tomada y la final se trasladará a España.
¿Por qué España
y no otro país? Conmebol recibió varias invitaciones de distintas ciudades del
planeta, entre ellas Doha (Qatar), París (Francia) o San Pablo (Brasil),
incluso Barcelona (España), pero la entidad futbolística consideró que por
idioma, sponsors, frecuencia de vuelos, la capacidad del estadio (de más de
ochenta mil espectadores, casi veinte mil más que en River), una moneda fuerte
para recaudar, como el euro, y la cantidad de argentinos que residen en España,
se trataba de una gran oportunidad, aunque River respondió con una dura carta
documento, por la pérdida que le ocasiona a sus hinchas y socios haber perdido
una final en casa.
Tanto River (que
siente que no tuvo el mismo trato que Boca y que fue despojado de la localía
injustamente) como Boca, que considera que River debió ser descalificado de
acuerdo con el reglamento, ya informaron que seguirán distintas causas
judiciales.
Lo cierto es que
inesperadamente, Madrid, en Europa será sede de un gran partido entre dos
equipos argentinos, y por una gran final de un torneo sudamericano. Todo un
contrasentido que nos dice muchas cosas, y que deja demasiadas dudas sobre los
dirigentes del fútbol y sus decisiones.
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