Era la gran
final, la más esperada, la que nunca se había podido conseguir en 59 ediciones
de Copa Libertadores de América. Por fin, Boca Juniors y River Plate
disputarían la serie decisiva con la que los dos clubes, y millones de hinchas
se frotaban las manos. Era, además, el negocio perfecto, una ocasión para una
gran fiesta del fútbol nacional.
Sin embargo,
como un sino fatal para la sociedad argentina, un episodio de violencia de los
que tantos hay durante todo el año en los torneos locales, pero magnificado por
el alcance internacional y por la presencia de los principales dirigentes del
fútbol mundial, sumado a los eternos tironeos dirigenciales para obtener el
mayor beneficio posible, derivó en una enorme derrota cultural.
Al cabo, en una
medida extraña y exagerada, la Conmebol, más que nunca en el ojo de la tormenta
por parte de los hinchas y protagonistas de los dos equipos, tomó la decisión
de jugarlo en el estadio Santiago Bernabeu del Real Madrid, que es lo mismo que
si el equipo blanco de la capital española y el Barcelona tuvieran que definir
una Champions League en Buenos Aires.
Si se analiza
con seriedad, el problema no parece ser la sede Argentina. El partido de ida se
jugó en la Bombonera y no hubo reclamos importantes y tampoco, medidas de
seguridad extremas. Por si faltara poco, aparecieron opciones como la de
Mendoza, que no sólo se había ofrecido como sede sino que ya lo había sido en
marzo, con público de los dos equipos, en mayores dificultades, y también por
una final, la de la Supercopa Argentina.
Si se pudiera
considerar que no era lo más aconsejable el territorio argentino, la lógica
siguiente habría sido jugar la final en alguna ciudad sudamericana y opciones
no faltaron: se llegaron a ofrecer Medellín, Santiago (sede de la primera final
a partido único para la Copa Libertadores de 2019) y San Pablo, pero tampoco.
¿Por qué tanto
empecinamiento en jugarlo en España y más precisamente en Madrid? Hay que
apuntar a los sponsors, especialmente un banco de los más fuertes del mundo que
insiste en que “nosotros no jugamos football, jugamos fútbol”, aunque parece
que esta publicidad se esfumó en los últimos días, si es que se quiso señalar
que Sudamérica es distinta. O también a Mediapro, una empresa muy poderosa que
tendrá un tramo de los derechos de TV de la Copa Libertadores siguiente, que
también suministra las imágenes para el VAR y que confesó en su momento su
cercanía al FIFA-Gate. Y también hay que recordar la estrecha ligazón entre la
Superliga argentina y la Liga de Fútbol Profesional española, a cargo de Javier
Tebas Medrano.
Tebas, quien
está en litigio con el nuevo presidente de la Real Federación Española (RFEF),
Luis Rubiales, porque pretende “vender” un partido de la Liga Española, el
Girona-Barcelona, en Miami, Estados Unidos (el “Chiqui” Tapia español le dice,
como corresponde, que hay gente que ya pagó un abono anual y que no poder ver
este partido sería algo así como una estafa para hacer negocios), tuvo enorme
incidencia en la creación de la Superliga argentina, tras varias conferencias
enseñando las bondades de la LFP española, aunque son realidades totalmente
distintas, y si lo pudo hacer, fue porque Julio Grondona había fallecido y el
amigo de “Don Julio”, Ángel Villar, por 29 años presidente de la RFEF, estuvo
en prisión por corrupción y se alejó luego por completo. Con ellos dos, Tebas
no tenía forma de acceder a la dirigencia del fútbol argentino.
Cuando se
concretó la idea de la Superliga argentina, el único que alzó su voz para
oponerse fue el presidente de la Liga Rosarina, Mario Giammaría, quien señaló
que los dirigentes que firmaron ese documento “no sabían lo que hacían”, algo
muy parecido a lo que ocurrió cuando a principios de los años noventa, otros
dirigentes firmaron un contrato a todas luces leonino con la empresa de los
torneos sin competencia.
Por eso, no
resulta para nada casual que la fiesta argentina la usufructúen los españoles,
y no otros. A tal punto es así, que lo ocurrido con los violentos que arrojaron
piedras al micro de los jugadores de Boca camino al Monumental fue la excusa
perfecta para matar dos pájaros de un tiro: llevarse el gran negocio para el
otro lado del Océano Atlántico y para “demostrar” que los clubes argentinos no
saben manejar ni siquiera su gran fiesta y que entonces, necesitan abrir sus
puertas a la “racionalidad” de la empresa privada, algo que se viene
elucubrando desde las altas esferas gubernamentales. Y de paso, también, ante
la “falta de organización” del fútbol argentino, éste pierde muchos puntos en
su afán de ser sede del Mundial 2030 junto con Uruguay y Paraguay, cuando uno
de los países que tiene resuelto presentarse es…España.
Si agregamos que
la organización del partido en Madrid pidió policías y gendarmes a la Argentina
para cuidar de los violentos que puedan venir, así parece muy fácil.
Si la Copa
Libertadores aparece en los memes con las orejas más grandes como si fuera la
Champions, y si muchos llaman ahora a la Copa como “Conquistadores de América”,
no hay que olvidar que llevan siglos intentando cambiarnos oro por baratijas.
Ahora se
llevaron el Superclásico. Pero no cualquiera. Nada menos que el de la final de
la Copa Libertadores.
Acaso sea el
momento de repensar cuáles son las responsabilidades internas y si vale la
pena, por sostener el negocio barrabrava entre el fútbol y los organismos de
seguridad, perder tanto prestigio.
Por lo pronto,
la hinchada de River ya insultó en el Monumental a “los Borrachos del Tablón”.
Ya era hora de dejar de aplaudirlos a su llegada y de cantar sus canciones de
violencia. Que dure y que otros la imiten.
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