Desde Abu Dhabi
El Mundial de
Clubes ya es historia. El Real Madrid volvió a consagrarse campeón por tercera
vez consecutiva y por séptima vez desde que se disputa este tipo de torneos
(1960) que comenzaron con el nombre de “Intercontinental” y definían
sudamericanos y europeos hasta que la FIFA amplió a este formato que incluyen
los vencedores de cada continente y un equipo invitado, el local (desde 2005).
Mucho más allá
de la estadística, el dominio del Real Madrid, y en todo caso de los poderosos
clubes europeos representados por los blancos (ganaron cuatro de las últimas
cinco ediciones) es abrumador y a partir de varias premisas pero básicamente
hay dos que sobresalen: la diferencia de presupuestos en los planteles y la
continuidad y calidad del trabajo realizado.
El actual
formato, en estas condiciones, cada vez se sostiene menos porque si la
Intercontinental respondió hasta 2004 a un modelo planetario del fútbol en el
que Sudamérica y Europa mantenían una preminencia, ahora queda claro que las
diferencias económicas fueron alejando a los europeos, al punto de que ya se
llevan a los jóvenes del otro lado del Océano Atlántico que en muchos casos, ni
siquiera acabaron su formación y la terminan en el alto nivel, pagando muchas
veces muy caro esta situación.
En los últimos
ocho años, cuatro veces (la mitad de los torneos) los equipos sudamericanos ya
no es que perdieron la final, sino que ni siquiera llegaron a disputarla,
eliminados en semifinales, a las que acceden directamente por antecedentes que
ya hoy parecen demasiado lejanos y que hacen, tal vez, replantear a la FIFA
sobre esos merecimientos (Inter de Porto Alegre en 2010, Atlético Mineiro en
2013, Atlético Nacional de Medellí en 2016 y River Plate en 2018). No parece
casualidad, y menos, que desde 2012, cuando Corinthians venció a un Chelsea en
transición, ningún equipo sudamericano ha podido levantar la Copa en seis
ediciones.
Claro que la
FIFA marcha hacia una dirección aún peor, si es que se confirma la versión de
que desde 2021, se jugarían los Mundiales de Clubes cada cuatro años, y con
equipos clasificados desde distintas ediciones de las Copas Libertadores hasta
su disputa, porque es bien sabido que un equipo sudamericano que gane una Copa
en 2018, llegaría desplumado a 2021, sin ningún sobreviviente de aquellos
tiempos de gloria, y en cambio los europeos llegarían fortalecidos por más
fichajes.
El problema está
en ese desequilibrio que da la continuidad cuando el presupuesto ayuda. Real
Madrid cobra desde la UEFA, o por derechos de TV o por marketing sumas que ni
pueden siquiera soñar sus rivales de turno, y aún cuando llegaba al Mundial de
Clubes en cierta crisis por algunos malos resultados, pero especialmente porque
luego de tres temporadas y las salidas del entrenador Zinedine Zidane y de su
gran figura, Cristiano Ronaldo, todo parecía desdibujado y con varias de sus
estrellas con aparentes ganas de marcharse.
En ese contexto,
y con la resonante victoria en la interminable final de la Copa Libertadores en
Madrid ante Boca Juniors, River parecía, esta vez, un rival de cuidado.
Entonado porque por fin el campeón sudamericano llegaba al Mundial de Clubes
apenas días después de su conquista sin perder jugadores que en junio solían
ser fichados por el Primer Mundo ante un éxito importante, el Al Ain, que
milagrosamente había pasado dos eliminatorias (remontando un 0-3 ante el
Wellington neocelandés y venciendo 3-0 al Esperance de Túnez), sólo parecía un
obstáculo en la carrera del equipo argentino hacia la final ante el Real
Madrid.
Sin embargo,
pese a haber estado entrenándose desde hacía varios días en tierras emiratíes,
River se dio un duro golpe ante el Al Ain, un entusiasta equipo dirigido por el
croata Zoran Mamic, que tuvo algunos jugadores destacables como su arquero
Eisa, el volante egipcio El Shahat, y el delantero brasileño Caio.
Este partido dio
la pauta de lo que, a priori, se podía especular vagamente y es que los equipos
argentinos (extensible a los sudamericanos) están muy lejos en juego, en
velocidad, en preparación y en cierto modo, desde lo futbolístico cuando son
presionados por los rivales o la exigencia es mayor.
River forzó un
alargue y penales pero el VAR le había anulado antes un gol válido y un penal
al equipo árabe, que consiguió el triunfo más importante de sus cincuenta años
de historia. Por el contrario, River, a pocos días de una victoria inolvidable
ante Boca, generó acaso uno de los cinco resultados más duros de la historia
del fútbol argentino, al caer ante un conjunto árabe, invitado al torneo, en
semifinales sin poder llegar siquiera a la final.
Lo llamativo de
River fueron las justificaciones posteriores. Su entrenador, Marcelo Gallardo,
afirmó que había jugadores “desenfocados” tras el desgaste por la final de la
Copa Libertadores y que “sólo” esperaba al domingo, el día siguiente a la
finalización del certamen, para festejar con sus hinchas en el Monumental, y el
presidente del club, Rodolfo D’Onofrio, se refirió a “la mochila que se
quitaron” con este torneo de Emiratos Árabes Unidos, como si jugar un Mundial
fuera, ahora, un peso, una molestia. ¿Y los miles de hinchas que pagaron
pasajes y estadías en cuotas para seguir al equipo y encontrarse con varios
suplentes en el partido ante Kashima Antlers por el tercer puesto?
Pero a nadie
parece importarle. El fútbol argentino ha llegado a un punto en el que los
hinchas aceptan todo, desde no poder concurrir de visitantes a los torneos,
hasta viajar miles de kilómetros para ver a sus suplentes por el tercer puesto.
No hay amparo, ni parecen buscarlo.
En ese contexto,
si River no pudo llegar al objetivo de la final, peor panorama hay para los
tunecinos de Esperance, campeones de África, que cayeron 3-0 ante Al Ain en los
cuartos de final, o qué decir de las Chivas de Guadalajara, sextos en el final,
cuando nunca un equipo mexicano llegó a la final desde 2005 hasta hoy. Y
decepcionante también la actuación de los japoneses del Kashima, que le habían
peleado la final al Real Madrid en 2016 y ahora sucumbieron a los quince
minutos de la semifinal ante el mismo rival y fueron goleados por River por el
tercer puesto.
El Real Madrid,
sin apretar el acelerador, se llevó la Copa con demasiada facilidad, lo que le
da tranquilidad para trabajar a Santiago Solari, el director técnico argentino
que había asumido de forma interina y que ya comenzó a facturar con Marcos
Llorente, un volante que conocía de las divisiones inferiores y que fue
considerado el mejor jugador de la final.
La diferencia
entre los blancos y el resto parece casi irremontable. Al menos, con este
modelo de Mundial, y lo será mucho más si se aplica el que la FIFA piensa desde
2021.
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