Desde Madrid
Ya todo terminó.
Tras un mes de tironeos, quejas, reclamos, golpes bajos, apelaciones, recursos
y documentos, River Plate volvió a imponerse a Boca Juniors en una final, la
más trascendente de todas las que jugaron entre sí, nada menos que por la Copa
Libertadores, y ya se encuentra en Emiratos Árabes Unidos para tratar de ganar
el Mundial de Clubes mientras que los derrotados ya regresaron a Buenos Aires y
comenzaron su licencia veraniega.
Si Marcelo
Gallardo va convirtiéndose en ídolo absoluto para los hinchas millonarios, la
dupla de los hermanos Barros Schelotto, Guillermo y Gustavo, parece tener
destino de salida y hacia el exterior, luego del fracaso que significó, mucho
más que una derrota en una final tan importante, la sensación transmitida de
falta absoluta de ideas y de conceptos para responder desde lo táctico a un
planteo demasiado superior del rival.
Más allá de
todos los títulos internacionales y las dos Copas Argentinas ganadas por
Gallardo (el torneo local se le resiste en cinco años), la gran diferencia
establecida por el director técnico de River sobre sus pares de Boca (no sólo
Guillermo Barros Schelotto sino también su antecesor Rodolfo Arruabarrena) pasó
por tener siempre en claros los objetivos y una idea madre de juego.
Más de una vez
se dijo que cuando las cosas no salen, cuando el día no es el más propicio para
un equipo, lo que muchas veces lo salva es la estructura, el saber hacia dónde
se va, a qué se quiere jugar. Y River siempre lo tuvo claro de fondo, mientras
que Boca lleva más de un lustro sin claridad en este aspecto.
Y en esta final
insólitamente jugada en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid, la diferencia
entre los dos equipos quedó demasiado expuesta. Porque Boca reúne un plantel
superior al de River en individualidades y en cantidad, pero nunca supo sacar
partido de la situación.
De hecho,
“Bebelo” Reynoso desapareció tras sus magras actuaciones, el colombiano Edwin
Cardona (probablemente devuelto ahora a los Rayados de Monterrey), un día
perdió su lugar al punto de no ir siquiera al banco en Madrid cuando se trata
del jugador más fino, el que aporta pausa y pegada, porque Mauro Zárate,
tironeado a Vélez Sársfield hasta provocarle un conflicto, se fue diluyendo, y
porque Fernando Gago (quien ocupó un lugar entre los suplentes cuando era
evidente que no se encontraba en buena forma) está más cerca del retiro que de
la alta competencia.
Si Boca llegó a
la final con innumerables opciones, River lo hizo con apenas un delantero en
condiciones (Lucas Pratto) ante las lesiones de Ignacio Scocco y Rodrigo Mora,
y la suspensión de Santos Borré. A sabiendas de eso, Gallardo comenzó a
trabajar con el joven Julián Álvarez, de muy buen potencial, con miras a que
pudiera entrar en la final en el caso de ser necesario como segunda punta, y
así como en la Bombonera sorprendió con el quinto defensor al colocar a Lucas
Martínez Quarta, en Madrid se decidió por un esquema 4-4-1-1, con cuatro
volantes de marca y despliegue (Ignacio Fernández, Enzo Pérez, Leonardo Ponzio
y Exequiel Palacios) , Gonzalo “Pity” Martínez de media punta y Lucas Pratto
como única punta. Y con eso le alcanzó.
Cuando tras un
inicio nervioso e impreciso de los dos, su equipo no aparecía bien y llegó
sobre la hora del primer tiempo el gol de Darío Benedetto (Boca se vino
salvando durante todo el ciclo con muchos goles que convirtieron los de arriba,
sin estar respaldados por ninguna clara estructura de equipo), entonces Gallardo
se la jugó con una carambola a dos puntas: sacrificó a su lugarteniente en la
cancha, Ponzio, ya con tarjeta amarilla y con riesgo de expulsión, y puso en su
lugar al colombiano Juan Fernando Quintero, a la postre la figura del partido.
En cambio, Barros
Schelotto fue lento para reaccionar y no movió ficha cuando el volante Wilmar
Barrios también tenía tarjeta amarilla. Prefirió el anodino “nueve por nueve”,
quitando a Darío Benedetto para colocar a Ramón Wanchope Ábila, que en toda la
semana se había cuidado porque no estaba bien físicamente. ¿No hubiera sido
mejor al revés? En una final que podía tener alargue, ¿no hubiese sido mejor,
acaso, que Benedetto ingresara más tarde para tener la mayor capacidad de
definición en el momento más caliente?
Claro que
además, los mellizos Barros Schelotto nunca pudieron trabajar el problema de
Pablo Pérez con las tarjetas amarillas, que terminó generando un daño
irreparable al equipo al tener que salir (ahí sí) pero ante la confusión
táctica y los compromisos personales, acabó saliendo reemplazado por un Gago
que volvió a lesionarse solo por cuarta vez en su carrera en un partido
trascendente.
Sin Pérez ni
Barrios (expulsado), lo que fue el punto más fuerte del equipo en el año, el
mediocampo, quedó sin dos de sus tres titulares justo en el alargue de la final
de la Copa Libertadores y si ya River siempre fue superior a Boca en el juego
en este tiempo, eso se profundizó con un jugador de más y ya Boca no pudo
resistir, aunque haya opuesto un heroico despliegue final.
El otro punto
fundamental para una final de esta naturaleza es el aspecto defensivo. Si bien
Boca cuenta con delanteros con una enorme capacidad de definición, es extraño
que con tantos valores y tanta inversión monetaria, haya estado, a lo largo de
las dos finales, tres veces en ventaja, y no sólo River pudo emparejar la serie
y hasta ganarla, sino que en ninguna de las tres ocasiones necesitó más de
veinte minutos para ponerse a tiro.
Boca tuvo,
finalmente, demasiadas ventajas en esta final: jugó con su público en los dos
partidos (River, no), fue ganando tres veces, tuvo un plantel mucho más
completo (por calidad y por lesiones rivales), pudo disponer de su DT en el
campo, mientras Gallardo estuvo suspendido en ambos partidos, y sin embargo,
nada de eso le alcanzó. River pudo usufructuar, en cambio, la diferencia
obtenida en el alargue.
Por todo esto es
que hoy, Gallardo disfrutav de las mieles del éxito y apunta a llegar a la
final de Abu Dhabi ante el Real Madrid el próximo 22 por el Mundial de Clubes,
mientras que Boca sigue en silencio y meditando por su futuro cuando a su
presidente, Daniel Angelici, le queda una sola bala en la recámara, y debe
prestar especial atención al nuevo DT si no quiere acabar jugando con fuego.
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