Desde Al Ain
Y de repente,
todo lo que parecía camino a la gloria eterna se desbarrancó definitivamente
con el penal fallado por Enzo Pérez, atajado por el muy buen arquero (también de
la selección de su país), Khalid Eisa.
De una manera
absolutamente inesperada, River Plate, el reciente campeón de la Copa
Libertadores de América en una durísima y prolongada final ante Boca Juniors,
caía por penales (5-4), luego de empatar 2-2 en los 120 minutos, ante el Al Ain
local, que apenas si llegó al Mundial de Clubes por invitación, sin haberse
ganado el derecho por haber conseguido un título continental como el resto de
los participantes del torneo.
River, en la muy
fresca noche de Al Ain, quedaba eliminado de la final del Mundial de Clubes,
siendo la primera vez en la historia, desde que se comenzó a disputar en 2005,
que un equipo argentino no llega a la máxima instancia y justo cuando miles de
hinchas “millonarios” se ilusionaban con presenciar la final ante el Real
Madrid, que de todos modos debe sortear su partido semifinal de hoy ante los
japoneses de Kashima Antlers en Abu Dhabi.
Más allá de que
el partido fue parejo y que todos acertaron sus penales menos Enzo Pérez, quien
justamente ejecutó el último de la serie, hay muchos elementos para analizar
desde la actuación de River ante un equipo árabe que a diferencia del
argentino, había disputado ya dos partidos en el torneo y en apenas una semana
(debutó en octavos de final el 12 ante el Wellington neocelandés, al que le
remontó un 3-0 para ganarle por penales, y el 15, por los cuartos, venció nada
menos que por 3-0 al Esperance de Túnez, campeón africano).
River llegaba
descansado, y entrenándose sin ninguna clase de molestias desde el pasado
martes, es decir, una semana entera en tierras emiratíes y sin embargo, dio la
sensación de ser ampliamente superado en lo físico por su rival, y en lo
futbolístico, salvo el alargue, cuando dominó territorialmente, siempre padeció
los ataques locales, especialmente por el lado izquierdo con el brasileño Caio,
que tuvo a maltraer al chico Gonzalo Montiel.
¿Qué fue lo que
le ocurrió a River? Más allá de la posible autocrítica que pueda hacer su
director técnico, Marcelo Gallardo, hubo varios problemas que se sumaron o se
superpusieron: una cierta desidia inicial, que le costó el primer gol casi al
minuto y desde un córner, una exasperante lentitud general por el
desacostumbramiento a los equipos que aprietan el acelerador y aumentan su
intensidad en el juego, y fallas extrañas del entrenador desde lo puramente
táctico.
Anoche en Al Ain
y ante el equipo local, quedó en evidencia que una cosa es participar en
torneos entre equipos sudamericanos, y otra diferente es cuando hay que cotejar
contra conjuntos con otras características con mayor potencia física y
movilidad. Ya le había pasado a Boca Juniors (bicampeón argentino y finalista
de la Copa Libertadores) cuando en agosto visitó tierras catalanas para jugar
ante el Barcelona por la Copa Joan Gamper, y ahora le ocurrió a River en el
momento en que ya proyectaba una final de Mundial de Clubes ante el Real
Madrid.
Quedó muy claro
también que desde 2019, Gallardo deberá reconvertir su plantel ante las
probables salidas de Juanfer Quintero (a China), Gonzalo Martinez (a la MLS de
los Estados Unidos) y probablemente Santos Borré (debería regresar al Atlético
Madrid), pero River tiene, más aún, un problema en su triángulo final, porque
de ninguna manera parece que en un partido exigente pueden jugar juntos los dos
centrales (Jonathan Maidana y Javier Pinola), y delante de ellos, Leonardo
Ponzio. El juego termina siendo demasiado lento y ya padeció en la final contra
Boca por esos sectores.
Finalmente, un
gran estratega como Gallardo también se equivocó y varias veces en la noche. En
el alargue, la entrada de Ignacio Scocco pudo sonar a salir a buscar con todo
el partido y evitar los penales, pero nunca como en esos treinta minutos River
se pareció tanto al Boca de Guillermo Barros Schelotto, con un equipo partido del
medio hacia adelante, con un extraño 4-3-3 con tres “nueves” en la línea de la
definición (Scocco, Borré y Lucas Pratto –quien al quedar sobre la izquierda se
fue limitando en sus movimientos), mientras que la salida de Gonzalo Martínez
le quitó conexión entre las líneas, más allá del penal errado y que varias
veces perdió pelotas recostado a la derecha. Tampoco pareció lógico el ingreso
de Pérez, quien no se encontraba bien físicamente, y menos que se decidiera por
él para el último penal.
El fútbol, una vez
más, demostró que puede brindar total felicidad pero la puede quitar muy pronto
y ser muy cruel. En pocos días, River pasó de campeón que va a quedar en la
historia para sus hinchas por lo ocurrido en el Santiago Bernabeu, a equipo que
no estaba para mucho más y que será el primero de la Argentina en no haber
podido llegar a la final del Mundial de Clubes. Y aún podría tocarle el Real
Madrid por el tercer puesto.
Como la vida,
como las máscaras del teatro griego, River conoció las dos caras en demasiado
poco tiempo y de manera muy vertiginosa. Una lección para aprender pensando en
el futuro del club y del fútbol argentino, que está más lejos del Primer Mundo,
con los jugadores que dispone hoy, por una lógica económica, que lo que se
pensaba.
No es que todo
el fútbol argentino lo esté, pero sí el fútbol local, el de los planteos
mezquinos, el de los jugadores que se van al exterior sin madurar, sin saber
controlare bien la pelota en algunos casos, o sin el manejo de los tiempos en
otros, o con jugadores demasiado lentos por estar de regreso tras haber hecho
la diferencia en el exterior.
Esto se paga
demasiado caro, y vaya si River lo acaba de notar.
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