Por años, ver al
Barcelona era garantía de espectáculo. Incluso, eso comenzó antes de la
fulgurante aparición de Lionel Messi, uno de los mejores (sino el mejor) jugadores
de la historia, cuando ya con la dirección técnica de Frank Rikjaard,
Ronaldinho hacía delicias con el balón. Ya cuando coincidieron desde 2004 el
brasileño y el argentino, la fiesta fue total, pero se prolongó y hasta
perfeccionó desde 2008 cuando llegó Josep Guardiola al banquillo y el juego se
globalizó y el club se hizo simpático en todo el mundo y el marketing, por
identificación, se disparó.
El llamado “ADN
Barca” tuvo una especie de marca en el orillo y resultaba prácticamente
imposible tratar de cambiarla, aunque muchos de los exponentes del fútbol de
lujo iban poniéndose veteranos y era claro que se necesitaba una transición
hacia un cambio, manteniendo la línea.
Lo pagó caro
Gerardo Martino, el argentino que se hizo cargo del equipo en la temporada
2013/14 en un momento muy complicado para el club, con las acusaciones a su
presidente Sandro Rosell por corrupción, el caso Neymar y la muerte de Tito
Vilanova, el ayudante de Guardiola que había quedado a cargo cuando lo
reemplazó ante su salida en 2012.
Martino se dio
cuenta de que aquel 4-3-3 en el que no se concebía siquiera un contragolpe
(alguna vez, Eric Abidal contó que se quiso ir solo en velocidad aprovechando
que el rival se quedó parado, y sus compañeros, desde lejos, le gritaban “¿a
dónde vas? ¡Esto es el Barcelona, salimos tocando desde atrás, sin apuro!”),
podía ser adaptado a algún saque largo del portero hacia sus atacantes, o un
juego un poco más veloz, pero hasta en las conferencias de prensa le reclamaban
“esto es el Barcelona, 4-3-3”. Hasta llegaron a ser monotemáticos tras otro
partido en el que el Barcelona le ganó 4-0 ante el Rayo Vallecano de Paco
Jémez, porque los blaugranas habían tenido un poco menos de porcentaje de
posesión del balón que su rival, algo considerado aberrante, como si el mundo
si viniera abajo.
Hoy, a cinco
años, y con Messi en el equipo, aunque ya no Xavi Hernández, Andrés Iniesta o
Daniel Alves, y ni siquiera Pedro Rodríguez, todo aquello pertenece a una rica
historia pero nada tiene que ver con esta realidad, la de un equipo común y
corriente, que sufre los partidos fuera de casa, y que necesita, como el agua,
que Messi juegue y lo salve en la mayoría de las ocasiones. Ni siquiera
fichajes caros como fueron los de Philippe Coutinho u Ousmane Dembélé en la temporada
pasada, o los de Frenkie De Jong o Antoine Griezmann ahora, cambian la
ecuación.
Daré datos más
concretos: en las últimas siete salidas del Barcelona del Camp Nou, no sólo no
ganó ninguna y perdió en cuatro de ellas, sino que en cinco ni siquiera marcó
goles, y esto viene ocurriendo desde el final de la temporada pasada, claro,
siempre con el mismo entrenador, Ernesto Valverde: Celta 2 Barcelona 0,
Liverpool 4 Barcelona 0, Eibar 2 Barcelona 2, Athletic de Bilbao 1 Barcelona 0,
Osasuna 2 Barcelona 2, Borussia Dortmund 0 Barcelona 0 y Granada 2 Barcelona 0.
¿Qué le pasa al
Barcelona? Que fue perdiendo aquella idea de fútbol espectáculo en forma
paulatina hasta ir reconvirtiéndose en un equipo utilitario, que se interesa
más por el resultado, y hasta en la comisión directiva se fue echando a quienes
pretendían mantener aquellos tiempos de Guardiola o Rikjaard, y ante la salida
de sus mejores exponentes, los fichajes comenzaron a ser coyunturales, e
incluso muchas veces políticos, como
cuando hace dos años, la salida de Neymar (acaso en el último ataque
contundente y feliz), se vio obligado a traer reemplazantes de apuro,
gastándose una fortuna, y cuando ya no resultaron como antes.
Pero a esto hay
que agregarle la contratación de Valverde como entrenador, que vino a ser la
continuidad de lo que antes, con más éxito, fue el trabajo de Luis Enrique: el
de ir adaptando al equipo a otro juego menos estético y más “eficaz”, con la
certeza de que ya no estarían los principales exponentes de tiempos mejores y que
en cualquier momento, Messi puede llegar a irse.
Y el resultado
de haber contratado a entrenadores cada vez más conservadores no es otro que el
actual, que va más allá de los números y las posiciones en la Liga o los
avances en la Champions. Si Luis Enrique, sin aquel lirismo, pudo mantener
algunos partidos que todavía recordaban tiempos mejores con la contundencia de
Messi, Luis Suárez y Neymar, Valverde, ya sin el brasileño, optó a veces por el
4-5-1, con el uruguayo solo arriba y que todo se encomiende a “San Lionel” para
que los salve cuando haga falta.
Para completar
el panorama táctico, apareció un hecho más, la contratación de Griezmann justo
después del descalabro del final de la temporada pasada, con la estrepitosa
caída en Liverpool y la consecuente derrota ante el Valencia en la final de la
Copa del Rey.
Griezmann llegó
un año tarde, tras negarse a saltar desde el Atlético Madrid en 2018, cuando el
vestuario le abrió sus puertas de par en par. Cuando por fin se decidió, ya no
tenía la misma aceptación porque expuso a Messi y a Gerard Piqué antes del
Mundial de Rusia. Ellos dijeron abiertamente que lo querían y él no movió
ficha. Ahora que sí lo hizo, ellos ya no estaban por la labor de su llegada, y
este clima está afectando a la plantilla y al juego.
No parece casual
que Messi, que antes se enojaba hasta cuando lo reemplazaban en los finales de
los partidos, ahora casi no jugó en los seis partidos del Barcelona en la
temporada, y en la suma de las dos veces que ingresó en el equipo, apenas si le
dio tres pases a Griezmann en la suma total de minutos en el campo.
Entonces, que el
comienzo de temporada del Barcelona haya sido el peor del último cuarto de
siglo, es absolutamente lógico. Tanto, como que aquella fiesta llegó a su fin y
hoy el Barcelona es un equipo más, como tantos, y que todavía depende del genio
salga de la lámpara, aunque claro, cuando él lo decida.
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