Con un punto
sobre quince en juego en la Superliga, a once puntos del equipo por alcanzar en
la lucha de los promedios por no descender a falta de apenas dieciocho fechas,
y con la salida del anterior director técnico, identificado con Gimnasia y
Esgrima La Plata, como era el caso del “Indio” Hernán Ortiz, sólo el carisma y
la idolatría que genera Diego Maradona podían generar en el club algún indicio
de que esta situación puede modificarse y de que cualquier milagro es posible.
Parece imposible
de creer que un ser humano de casi 59 años, que atravesó tantas dificultades en
su vida, desde una larga adicción hasta operaciones físicas de toda índole
(viene de una de su rodilla derecha que le impide desplazarse bien, además de
un prominente abdomen pese a intentar reducirlo hace años con otra
intervención) y al que le cuesta expresarse, pueda generar una revolución como
la de Maradona en La Plata, con apenas tres días desde que firmó su contrato.
Para que se
entienda mejor: en apenas 72 horas, muchos hinchas de Gimnasia creen que se
podrá salvar del descenso, sienten orgullo de que uno de los mejores jugadores
de la historia del fútbol mundial forme parte de su plantel, el club tiene 2000
socios nuevos y esto va a mucho más, con gente que se informa desde el exterior
a través del sitio web oficial, asistieron 25.000 personas a un entrenamiento
abierto, como si fuera una clínica de Roger Federer o un recital de Paul Mc
Cartney, con la diferencia de que Maradona no juega más, sólo estuvo presente,
y se agotaron las 500 camisetas que lo más rápido posible, Gimnasia puso a la
venta con el número 10 y la imagen del ex genio campeón mundial en 1986 con la
selección argentina.
Maradona es
capaz de todo. Tiene, además, el llanto fácil, como una novedad de estos
tiempos de abuelazgo e hijos reconocidos hasta llegar a un equipo entero,
incluso otorgando el changüí de la cargada vía memes de los hinchas de
Estudiantes: “Diego, no te preocupes que Gimnasia es hijo nuestro”. Y siguiendo
con los “Pincharratas”, ya el “diez” hizo lo que tantas veces en su vida: trazó
una fuerte raya roja al medio, y buscó enemigos que lo fortalecieran y en este
caso, lo tuvo fácil, a mano: nada menos que el presidente de los rivales
platenses, Juan Sebastián Verón, con quien se enemistó en el Mundial de
Sudáfrica 2010, cuando lo dirigió y terminó sacándolo de los dos partidos
finales del equipo nacional, para después tomar distancia y hasta discutir en
Italia en un partido benéfico.
Pero no termina
allí: Maradona cree, y es algo que repitió durante todos estos días desde que
fue contratado por un desesperado Gimnasia, que estuvo prohibido todos estos
años por la AFA, que no podía dirigir en la Argentina porque así lo había
dispuesto el fallecido Julio Grondona, aunque también está convencido de que
Verón y su padre Juan Ramón, otro ídolo de Estudiantes, operaron en su contra,
y es por eso que, como nadie lo hace en un ambiente en el que la mayoría mide
sus palabras, se permitió cantar con la gente “el que no salta es un inglés”
hasta dando esos brincos que, se supone, no debe dar para cuidar su rodilla.
Maradona llegó a
tal status de ídolo nacional que ya no importa que juegue, ni lo que diga, y
acaso por eso la prensa, que trajo casi mil acreditados a la conferencia de
presentación, no se preocupó siquiera aunque casi ninguna de las preguntas
fuera respondida y que por cada una, los temas abordados hayan sido a voluntad y
apuntando claramente a un objetivo preciso.
Si hasta
Cristina Fernández de Kirchner tuvo que hacer referencia a la llegada de
Maradona al club de su recientemente fallecida madre, Ofelia Wilhelm, fanática
“tripera” y su hermana, al terminar la conferencia de prensa, se acercó,
emocionada, para hacerle firmar una camiseta. El propio candidato presidencial
Alberto Fernández, hincha de Argentinos Juniors, club en el que Maradona se
formó, terminó aceptando que se hiciera cargo del “Lobo”.
¿Quién más puede
generar que en un entrenamiento del último de la tabla y de los promedios, sin
haber ganado un solo partido y sin jugar, las decenas de cámaras de TV tomen su
imagen en primer plano casi en cadena nacional, y que su ayudante de campo,
Sebastián Méndez, le pidiera un autógrafo para una camiseta yendo en carrito
hacia la mitad de la cancha antes de que el Diez bajara para saludar al
público?
¿Cómo explicar
que un jugador internacional como Nacho Fernández, de River, pero identificado
con Gimnasia, se perdiera en la tribuna entre los hinchas sólo para verlo?
Este cronista
imagina que en una tribuna de un alto porcentaje de hinchas menores de 30 años,
casi nadie lo vio jugar en plenitud. Los que tienen menos de 22, imposible
porque su último partido formal fue en 1997, y los que tienen un poco más,
tenían apenas ocho cuando se retiró, y no suele haber mucho criterio para
observar los partidos con cierto análisis a esas edades.
Y enseguida
llegó aquella imagen de cuando Juan Domingo Perón volvió a la Argentina tras 17
años en el exilio, en 1972, y purretes de 16 a 18 años se trepaban a las copas
de los árboles para ver al general en la quinta de Gaspar Campos.
Son muy pocos
los que reúnen tanto carisma y los que transmiten la sensación de que, aunque
diminutos físicamente, incluso con problemas de todo tipo, son capaces de todo.
Pocos motivadores hay en el mundo del deporte, como Maradona.
La gran pregunta
es si alcanzará con esto en Gimnasia, si no terminará siendo una apuesta de
marketing, porque muchos están esperando a Maradona a la vuelta de la esquina.
Por lo pronto,
Racing aparece en el horizonte del próximo domingo como primer desafío, luego
Talleres en Córdoba, y luego River. Boca, paradójicamente, lo espera en la
Bombonera en la última fecha.
Muchos se
preguntan si Maradona está preparado para tantas exigencias y con tantos
compromisos (presidente de un club en Bielorrusia, viajes a Venezuela, la
cercanía de las elecciones presidenciales cuando él tomó ya una clara posición
política, sus problemas personales, de tanto revuelo en la prensa rosa) pero
acaso la respuesta provenga de una frase de alguien que lo conoce muy bien,
César Luis Menotti: “No hay nada que haga más feliz a Maradona que la pelota de
fútbol y su trayectoria sólo genera una palabra, respeto”.
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