No había
comenzado la final del Mundial de China cuando ya muchos medios alababan con
acierto a la selección de básquetbol, que tuvo un brillante desempeño hasta
quedarse con el subcampeonato detrás de España, aunque llamaba la atención que
algunos de los hechos salientes para tanto elogio pasaban por compararlos con
el equipo nacional de fútbol, como si ambos mundos se contrapusieran
absolutamente.
El básquetbol y
el fútbol son dos deportes completamente distintos, pero que, además, funcionan
en contextos muy diferentes. Jorge Valdano definió alguna vez al fútbol como
“lo más importante de lo menos importante”. De hecho, la Selección que perdiera
la final del Mundial de Italia ante Alemania en 1990 fue aclamada en la Plaza
de Mayo, saludando desde el balcón presidencial con el mandatario Carlos Menem
mezclado entre los jugadores.
Las presiones
sobre el fútbol son otras, completamente diferentes. Extrañamente, la Argentina
fue primero campeona mundial de basquetbol con aquel recordado equipo que
lideraba Oscar Furlong en el Luna Park en 1950, y en cambio, se le negó el
máximo título futbolero hasta ser local, también, en 1978 y en la undécima
edición, pero podría decirse que al menos hasta hace dos décadas, muchos
sintieron en el país, por esa cuestión del orgullo y de un estilo propio que el
discurso monopólico del resultadismo hizo perder, que en fútbol éramos la NBA.
Cualquier equipo
argentino, tan solo por vestir la camiseta celeste y blanca que tuviera las
siglas de la AFA en el escudito, se convertía en candidato en todo tipo de
torneos de cualquier categoría y eran los demás los que debían preocuparse por
nuestro juego, de estilo rasante y por abajo, en paredes y de atrás hacia
adelante, lo que no era otra cosa que “La Nuestra”. Todo se quebró en el
Mundial de los Estados Unidos 1994, al que Brasil, Italia y Alemania llegaron
con tres Copas ganadas y Argentina, con dos. Era el momento ideal para ponerse
a la altura de las otras potencias, pero ya conocemos el final de aquella
triste historia.
No es casualidad
que desde 1994 no se haya ganado un solo título más y las presiones, desde un
país exitista pero que sigue creyendo, en parte, que una potencia histórica
como la argentina, son descomunales, al punto de no perdonar que una generación
de grandes jugadores como la de Lionel Messi, Sergio Agüero, Ángel Di María,
Gonzalo Higuaín o Javier Mascherano, se hayan quedado en la puerta de tantas
conquistas sin haber podido ganar una sola de las que se consideran válidas,
porque así como Mascherano no tiene ningún título profesional con la camiseta
celeste y blanca, tiene dos medallas doradas atesoradas, las de 2004 y 2008 y
cabe recordar que la primera de ellas fue obtenida por la delegación nacional
sin haber sufrido ni un solo gol en contra.
No se tomó de la
misma manera el subcampeonato del básquetbol, el segundo de la historia (el
primero fue en 2002), acaso porque se trataba de un equipo que no iba como
candidato, que se encontraba en una etapa de consolidación, y que se fue
encontrando con los éxitos a partir de un gran trabajo de conjunto, que además
le permite ahora una gran proyección.
Una gran
diferencia, ya entrando en el análisis de los dos planteles, el del basquetbol
y el del fútbol, reside en la conexión con la sociedad. El primero siempre
estuvo cerca, desde la forma de relacionarse con la prensa, hasta el compromiso
de sus integrantes no sólo con el colectivo sino en querer cambiar desde
adentro las estructuras, como cuando cuestionaron a la dirigencia corrupta de
la CABB, y porque estos resultados asoman como consecuencia de una coherencia
en el crecimiento de la actividad que proviene de mediados de los años ochenta,
cuando el fallecido entrenador León Najnudel recorría el país de punta a punta,
acompañado del periodista de la revista “El Gráfico” Osvaldo Ricardo Orcasitas
(ORO) para tratar de convencer de las bondades de una Liga Nacional fuerte.
Esa Liga
Nacional fue la que terminó exportando a los talentos hacia Europa y la NBA y
la selección argentina se nutrió de esa estructura hasta llegar a lo que es,
con integrantes que siempre fueron humildes y que entendieron el lugar que
ocupan y el grado de representación que alcanzaron.
El fútbol, en
cambio, con resultados parecidos en lo global, vive de espasmos. Son tantas las
presiones que sus jugadores nunca tuvieron un marco de mínima claridad porque
su entorno es otro y muchas veces, la clase social de la que emergen, también,
y no reciben directivas ni un marco de tranquilidad ni de seguridad semejante
al del basquetbol. Si la AFA no genera reglas de juego claras, y provienen por
lo general de disciplinas más duras, en cada convocatoria para jugar con la
camiseta celeste y blanca, los jugadores sienten una especie de relax, y que
están en condiciones de imponer sus voluntades en un contexto de anarquía.
Por eso pueden
dejar colgada a buena parte de la prensa, atendiendo sólo a la TV, que es, al
fin y al cabo, la que transmite su imagen masivamente, o cierran sus cortinas
en los autobuses aunque haya cientos de personas esperándolos tan solo para
saludarlos agitando una mano, o no salen a la calle en su propio país porque no
sienten la necesidad de estar en contacto con quienes sienten mucha distancia.
A los jugadores
de basquetbol no se les ocurriría plantearle a su entrenador que debe cambiar
la táctica porque de lo contrario se marchan, en medio de un gran torneo.
Tampoco se les ocurriría hacer esperar tres días a un periodista para darle una
entrevista, y menos que menos, aparecerían en las redes sociales jugándose para
que se vaya un dirigente, o para que se quede o no echen a un entrenador
valioso (como el Tata Gerardo Martino, por ejemplo).
El jugador de
fútbol tiene más temores, está más expuesto, tiene miedo de pifiarla y
entonces, prefiere callar o, en el mejor de los casos, aceptar un micrófono y
una cámara que venga en tono de broma. En lo posible, trata de no profundizar.
A cambio del de basquetbol, cuando lleva años siendo convocado, el del fútbol comienza
a pensar que la Selección es suya, en buena parte. No entiende que un día puede
no ser convocado porque su tiempo ya pasó. Opera más en grupo, trata de influir
y el fútbol, como fenómeno mucho más fuerte que el basquetbol, tiene otras
herramientas como las políticas, las mediáticas.
Por todas estas
razones, el problema de la comparación no está en los títulos conseguidos por
unos o por otros. Desde ese punto de vista, los resultados son parejos en la
historia. La diferencia reside en las actitudes, en los contextos, en las
presiones que sufren unos y otros.
Tal vez por eso,
las antojadizas comparaciones entre las selecciones de básquetbol y de fútbol
de estos días, son odiosas.
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