Desde Madrid
Acaso algunas
cifras alcancen para describir la situación: 663 goles en 713 partidos
oficiales entre el Barcelona (514) y la selección argentina (49), 735 goles en
917 partidos sumando amistosos con las dos camisetas (649 y 86,
respectivamente), 9 goles en 9 partidos jugados en la Liga Española.
Son números de
locura para cualquier jugador pero estamos refiriéndonos a Lionel Messi quien,
una vez más, definió el partido ante el Atlético Madrid en el Wanda
Metropolitano a pocos minutos del final y tras muchos momentos en los que el
Barcelona padeció a los locales en una noche lluviosa y fría.
El contexto no
era para Messi. El nuevo estadio del Atlético lucía tribunas irritadas por la
presencia de un ex ídolo de la casa que no supo irse de la mejor manera al
rival de anoche, el Barcelona. Porque el francés Antoine Griezmann, reciente
campeón mundial en Rusia 2018, amagó con dejar al club “colchonero” al terminar
la temporada 2017/18 pero decidió quedarse un año más y terminó yéndose pero
negociando durante meses su salida y en cada intervención con la pelota, fue
silbado e insultado por gran parte de los asistentes.
Para el
Atlético, aunque aún se hayan jugado 14 fechas de la Liga Española sobre las 38
totales, era mucho lo que valía este partido, porque significaba entreverarse
con los líderes (Barcelona y Real Madrid) o irse muy abajo en la tabla, como
finalmente ocurrió, aunque en el primer tiempo fue claro dominador en el juego
y en las llegadas, pero chocó una vez con el palo y dos, con el excepcional
arquero alemán Marc Ter Stegen.
Este Atlético
renovado, distinto a las temporadas anteriores por la salida de casi toda su
defensa, de un volante claro como Rodri y del propio Griezmann, tiene buen
andar pero escaso punch, y lo paga caro. Sumado a esto, la mala actuación del
árbitro Mateu Lahoz hizo que el volante ghanés Thomas Partey quedara
condicionado por la tarjeta amarilla en tanto que en el segundo tiempo no se
animó a expulsar a Gerad Piqué (era segunda amarilla) y entonces luego tuvo que
compensar y tampoco echar a Vitolo, como correspondía.
Si al Atlético
le cuesta hacer goles (se nota la falta de Diego Costa, lesionado, porque Joao
Félix, la joven promesa portuguesa, aún no está para grandes paradas en cuanto
a lo agresivo que se necesita y entonces Álvaro Morata queda demasiado solo
arriba), el Barcelona es, desde hace tiempo, un equipo insípido en lo
colectivo, con alguna claridad en la salida pero con escasas ideas si la pelota
no pasa por Messi.
Así es que el
Barcelona deambula por la cancha durante varios minutos, esta vez con el croata
Iván Rakitic como volante central reemplazando al suspendido Sergio Busquets y
con el brasileño Arthur como eje y con el holandés De Jong que sigue sin
encontrar su posición ideal, mientras que Messi es cada vez más un todocampista
que busca casi siempre a su socio Luis Suárez y de vez en cuando, a un
incomprensible Griezmann, lejísimo de lo que fue hasta la temporada pasada.
Pese a todo, el
Barcelona tuvo sus posibilidades, como un cabezazo de Piqué que terminó con la
pelota en el travesaño y Jan Oblak vencido, o algún remate de media distancia,
pero tenía que ser Messi, con una jugada clásica, de esas en las que utiliza a
su socio para que simplemente contribuya con su clásico movimiento de derecha
hacia el centro y ese remate inatajable, como el que sacó minutos antes del
final.
Hoy el Barcelona
es más una suma de unos pocos jugadores desequilibrantes que un equipo sólido,
con Ter Stegen, Piqué y Messi marcando la diferencia, y con esto le alcanza
para ser primero junto al Real Madrid (y ambos con un partido pendiente, el que
deben jugar el 18 en el Camp Nou) en la Liga, y para clasificarse a los octavos
de final en la Champions League, pero desde su entrenador Ernesto Valverde,
hasta el último de sus jugadores, saben que así es muy difícil que llegue muy
lejos.
El Atlético de
Diego Simeone es, más que nunca, un signo de pregunta sobre su funcionamiento y
a la vez, un interrogante acerca del desgaste del DT argentino que armó mil
equipos, pero es muy complicado cuando hay que partir casi de cero.
Messi, con su
gol 30 en su carrera al Atlético (su segunda víctima tras el Sevilla), y a la
espera del Balón de Oro que puede recibir hoy en París como mejor jugador del
mundo, ayudó a crear más confusión entre
los rojiblancos.
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