lunes, 23 de diciembre de 2019

Las enormes diferencias entre Europa y Sudamérica que esta vez no se vieron en el Mundial de Clubes (Interia)





Las estadísticas son contundentes: desde que se juega con el formato actual del Mundial de Clubes que organiza la FIFA, los clubes europeos se impusieron en doce de las quince ediciones (sólo en 2005, 2006 y 2012 ganaron el torneo tres equipos sudamericanos) y la diferencia de presupuestos entre unos y otros va en aumento y desde allí, en principio, pareciera que no podría haber competencia seria.

Sin embargo, no fue lo que ocurrió en la última edición, que acaba de finalizar en Qatar. Tanto en semifinales ante los Rayados de Monterrey (México), como especialmente en la final ante el Flamengo (Brasil), al poderoso Liverpool de Jürgen Klopp - campeón vigente de la Champions League y abrumador líder de la Premier League inglesa, en la que apenas cedió un empate en 17 partidos, casi toda la primera rueda- le costó muchísimo superar esos escollos raros, con rivales que juegan de una manera completamente diferente a los europeos y que vuelven a instalar el debate futbolístico y marketinero: ¿hacia dónde va el fútbol mundial de élite?

El alemán Klopp, sin dudas uno de los mejores entrenadores del mundo (ya instaló al Liverpool en tres finales europeas, dos de Champions y una de Europa League, tras su gran campaña en el Borussia Dortmund), se dio el lujo, en Qatar, de decir con tono arrogante que jamás había visto un partido de los Rayados de Monterrey, su rival en semifinales, y que le importaba más la Carabao Cup inglesa que el Mundial de Clubes, pero que había que afrontar el compromiso.

Sin embargo, Klopp se dio cuenta de que aunque comenzó con suplentes ante los Rayados, no le alcanzaba con eso para ganar el partido aunque lo haya dominado en líneas generales y recién pudo asegurar su pase a la final cuando tuvo a casi todo su once habitual a excepción de Virgil Van Dijk y Georginio Wijnaldum, y ni siquiera con el defensor holandés y su elenco principal pudo imponerse al Flamengo hasta el alargue de la final para, allí sí, llevarse el trofeo que lo acredita como campeón mundial por primera vez en su historia.

Tanto Rayados como especialmente Flamengo, plantearon partidos muy serios y parejos, lo que lleva a debatir cuánta es la distancia real entre europeos y sudamericanos si pudieran jugar en igualdad de condiciones, como más o menos ocurriera con el formato anterior de Copa Intercontinental entre 1960 y 2004 (se imponían hasta ese entonces los sudamericanos 22-21 y no se disputó en 1975 y 1978 y la distancia se acortó en la última década porque entre 1995 y 2004, apenas Boca Juniors de Argentina ganó dos veces entre ocho de los europeos.

Nada de esto es casual: 1995 fue el año en el que comenzó a aplicarse la Ley Bosman, por la cual los clubes europeos podían contratar libremente a jugadores de todo el continente, llegándose a la aberración de equipos sin ningún jugador nacido en el país en el que jugaban entre los once titulares como en el Inter de Milán o el Arsenal de Londres.

Si a esa posibilidad le sumamos que también los sudamericanos o africanos con pasaporte europeo podían jugar libremente, la diferencia que se generó con los clubes de los otros continentes fue cada vez mayor hasta llegar al formato del Mundial de Clubes desde 2005, para darle participación a los clubes de todos los continentes, en el que ya los presupuestos europeos se habían disparado y los jugadores sudamericanos más importantes ya habían emigrado hacia el fútbol más poderoso.

El mejor ejemplo de lo que sostenemos es el gol que definió este último Mundial de Clubes: un brasileño, Roberto Firmino, terminó siendo el verdugo, con una camiseta de un club inglés, ante sus propios compatriotas del Flamengo.

De cualquier forma, las cosas no van a quedar así y con la idea de “adaptarse” a los tiempos que vienen, la FIFA ya anunció para 2021 un Mundial de Clubes de 24 equipos en China, que se jugará cada cuatro años y cuyo método de clasificación es, por lo menos, polémico, dado que acepta equipos provenientes de la Europa League y de la Copa Sudamericana (su par del otro lado del océano), que son torneos jugados por equipos que en sus ligas ocupan desde la cuarta, quinta o sexta posición, es decir, por debajo de otros que hicieron más méritos para clasificarse a la Champions League o la Copa Libertadores, los máximos campeonatos de sus continentes, por lo que la FIFA le otorga más chances de jugar un Mundial de Clubes al que se clasifica quinto de una liga nacional que al que se clasifica tercero, por dar un ejemplo. Y todo por el poderoso marketing. Porque siendo quinto en la clasificación final de una Liga se tiene más chances de ganar la Europa League que siendo tercero, de ganar la Champions League.

Lo que se observa cada vez más es que la FIFA no impone una lógica deportiva en sus decisiones sino una puramente comercial y posibilista a partir de “lo que hay”, como si resignadamente hubiera que aceptar lo que ocurrió a partir de cuestiones muchas veces ligadas con presiones de los poderosos.

Si las grandes ligas nacionales, gracias al poder de la TV y otros sponsors, o de economías nacionales de sus países en mejor estado, tienen más fuerza que las otras, la FIFA “estudia” ahora que las ligas de dos o tres países puedan unificarse para poder competir.

O si las Federaciones Nacionales de la UEFA terminaron aceptando estructurar una tercera competición continental, la Copa de las Naciones, por presión de la Asociación Europa de Clubes (ECA) para que sus jugadores no carguen con el “Virus FIFA” de los amistosos por todo el mundo, ahora la FIFA lo que quiere no es debatir si la fuerza de los clubes poderosos es mayor que el de las selecciones nacionales, sino que busca apropiarse de una Liga Mundial que amplíe al resto de  las selecciones del planeta. Posibilismo puro, basado en “lo que hay”, nada de discutir medidas más justas o tratar de acercar las enormes distancias existentes.

Aún así, y con el indiscutible liderazgo europeo y mundial del Liverpool, todavía hay clubes como Rayados o Flamengo que siguen luchando, en inferioridad de condiciones económicas, para que las futbolísticas no se noten tanto, como ocurrió en Qatar. Es que lo que aún nadie pudo cambiar es que a la hora de comenzar el partido, en la cancha sigan siendo, todavía, once contra once.



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