Las estadísticas
son contundentes: desde que se juega con el formato actual del Mundial de
Clubes que organiza la FIFA, los clubes europeos se impusieron en doce de las
quince ediciones (sólo en 2005, 2006 y 2012 ganaron el torneo tres equipos
sudamericanos) y la diferencia de presupuestos entre unos y otros va en aumento
y desde allí, en principio, pareciera que no podría haber competencia seria.
Sin embargo, no
fue lo que ocurrió en la última edición, que acaba de finalizar en Qatar. Tanto
en semifinales ante los Rayados de Monterrey (México), como especialmente en la
final ante el Flamengo (Brasil), al poderoso Liverpool de Jürgen Klopp -
campeón vigente de la Champions League y abrumador líder de la Premier League
inglesa, en la que apenas cedió un empate en 17 partidos, casi toda la primera
rueda- le costó muchísimo superar esos escollos raros, con rivales que juegan
de una manera completamente diferente a los europeos y que vuelven a instalar
el debate futbolístico y marketinero: ¿hacia dónde va el fútbol mundial de
élite?
El alemán Klopp,
sin dudas uno de los mejores entrenadores del mundo (ya instaló al Liverpool en
tres finales europeas, dos de Champions y una de Europa League, tras su gran
campaña en el Borussia Dortmund), se dio el lujo, en Qatar, de decir con tono
arrogante que jamás había visto un partido de los Rayados de Monterrey, su
rival en semifinales, y que le importaba más la Carabao Cup inglesa que el
Mundial de Clubes, pero que había que afrontar el compromiso.
Sin embargo,
Klopp se dio cuenta de que aunque comenzó con suplentes ante los Rayados, no le
alcanzaba con eso para ganar el partido aunque lo haya dominado en líneas
generales y recién pudo asegurar su pase a la final cuando tuvo a casi todo su
once habitual a excepción de Virgil Van Dijk y Georginio Wijnaldum, y ni
siquiera con el defensor holandés y su elenco principal pudo imponerse al
Flamengo hasta el alargue de la final para, allí sí, llevarse el trofeo que lo
acredita como campeón mundial por primera vez en su historia.
Tanto Rayados
como especialmente Flamengo, plantearon partidos muy serios y parejos, lo que
lleva a debatir cuánta es la distancia real entre europeos y sudamericanos si
pudieran jugar en igualdad de condiciones, como más o menos ocurriera con el
formato anterior de Copa Intercontinental entre 1960 y 2004 (se imponían hasta
ese entonces los sudamericanos 22-21 y no se disputó en 1975 y 1978 y la
distancia se acortó en la última década porque entre 1995 y 2004, apenas Boca
Juniors de Argentina ganó dos veces entre ocho de los europeos.
Nada de esto es
casual: 1995 fue el año en el que comenzó a aplicarse la Ley Bosman, por la
cual los clubes europeos podían contratar libremente a jugadores de todo el
continente, llegándose a la aberración de equipos sin ningún jugador nacido en
el país en el que jugaban entre los once titulares como en el Inter de Milán o
el Arsenal de Londres.
Si a esa
posibilidad le sumamos que también los sudamericanos o africanos con pasaporte
europeo podían jugar libremente, la diferencia que se generó con los clubes de
los otros continentes fue cada vez mayor hasta llegar al formato del Mundial de
Clubes desde 2005, para darle participación a los clubes de todos los
continentes, en el que ya los presupuestos europeos se habían disparado y los
jugadores sudamericanos más importantes ya habían emigrado hacia el fútbol más
poderoso.
El mejor ejemplo
de lo que sostenemos es el gol que definió este último Mundial de Clubes: un
brasileño, Roberto Firmino, terminó siendo el verdugo, con una camiseta de un
club inglés, ante sus propios compatriotas del Flamengo.
De cualquier
forma, las cosas no van a quedar así y con la idea de “adaptarse” a los tiempos
que vienen, la FIFA ya anunció para 2021 un Mundial de Clubes de 24 equipos en
China, que se jugará cada cuatro años y cuyo método de clasificación es, por lo
menos, polémico, dado que acepta equipos provenientes de la Europa League y de
la Copa Sudamericana (su par del otro lado del océano), que son torneos jugados
por equipos que en sus ligas ocupan desde la cuarta, quinta o sexta posición,
es decir, por debajo de otros que hicieron más méritos para clasificarse a la
Champions League o la Copa Libertadores, los máximos campeonatos de sus
continentes, por lo que la FIFA le otorga más chances de jugar un Mundial de
Clubes al que se clasifica quinto de una liga nacional que al que se clasifica
tercero, por dar un ejemplo. Y todo por el poderoso marketing. Porque siendo
quinto en la clasificación final de una Liga se tiene más chances de ganar la
Europa League que siendo tercero, de ganar la Champions League.
Lo que se
observa cada vez más es que la FIFA no impone una lógica deportiva en sus
decisiones sino una puramente comercial y posibilista a partir de “lo que hay”,
como si resignadamente hubiera que aceptar lo que ocurrió a partir de
cuestiones muchas veces ligadas con presiones de los poderosos.
Si las grandes
ligas nacionales, gracias al poder de la TV y otros sponsors, o de economías
nacionales de sus países en mejor estado, tienen más fuerza que las otras, la
FIFA “estudia” ahora que las ligas de dos o tres países puedan unificarse para
poder competir.
O si las
Federaciones Nacionales de la UEFA terminaron aceptando estructurar una tercera
competición continental, la Copa de las Naciones, por presión de la Asociación
Europa de Clubes (ECA) para que sus jugadores no carguen con el “Virus FIFA” de
los amistosos por todo el mundo, ahora la FIFA lo que quiere no es debatir si
la fuerza de los clubes poderosos es mayor que el de las selecciones
nacionales, sino que busca apropiarse de una Liga Mundial que amplíe al resto
de las selecciones del planeta.
Posibilismo puro, basado en “lo que hay”, nada de discutir medidas más justas o
tratar de acercar las enormes distancias existentes.
Aún así, y con
el indiscutible liderazgo europeo y mundial del Liverpool, todavía hay clubes
como Rayados o Flamengo que siguen luchando, en inferioridad de condiciones
económicas, para que las futbolísticas no se noten tanto, como ocurrió en Qatar.
Es que lo que aún nadie pudo cambiar es que a la hora de comenzar el partido,
en la cancha sigan siendo, todavía, once contra once.
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