Desde Barcelona
Seguramente
necesitaremos que pasen muchos años para que los seguidores del fútbol en la
Argentina tomemos dimensión de lo que significa Lionel Messi en el mundo.
Muchas veces, las distancias, las diferencias horarias, las distintas
filosofías de vida, nos alejan del centro del planeta en lo que respecta al
poderío económico, al lujo, al esplendor y a los mejores deportistas.
Que en una gala
como la de París, organizada por la prestigiosa revista “France Football”, con
los mejores jugadores del mundo mezclado con las principales leyendas de todos
los tiempos, un argentino, rosarino, haya recibido el sexto Balón de Oro como
mejor futbolista del planeta, y que en el mismo año haya sido galardonado por
la FIFA con el “The Best” y también se haya llevado el Botín de Oro como máximo
goleador, es un privilegio que va a costar repetir.
Es cierto que
hasta 1995, el Balón de Oro sólo se otorgaba a los europeos y por eso los
únicos argentinos que lo ganaron alguna vez fueron Alfredo Di Stéfano (también
español) y Enrique Omar Sívori (también italiano), y también por esto mismo
Diego Maradona recibió un galardón tardío, en homenaje a su trayectoria, pero
ninguno de los mencionados fue merecedor de seis premios semejantes, y de haber
estado en otros cinco como segundo, detrás de otro fenómeno de la época, el
portugués Cristiano Ronaldo, capaz de haberle competido palmo a palmo en varios
puntos, pero en especial en los goles.
Porque si hablamos
estrictamente del juego, Messi es incomparable en su tiempo. Muchas veces nos
han consultado sobre quién fue mejor, si Messi o Maradona, o Pelé, o Cruyff, y
la respuesta surge inmediata: es imposible comparar épocas distintas, con
tecnología diferente, con sistemas tácticos distintos, con entrenamientos
hechos de otra forma y con velocidades distintas. Por eso, es mucho mejor
utilizar la “y” en vez de la “o”. Es Messi “y” Maradona, “y” Cruyff, “y” Pelé.
Sumémoslos en cuanto a arte, por todo lo que nos dieron, cada uno en su tiempo.
Pero en el
actual, en este inicio del siglo XXI, Messi no resiste ninguna comparación en
su juego. A Messi sólo se lo puede comparar consigo mismo en otro tiempo, y
hasta cuesta definir si hoy, por una lógica cuestión de edad, ha bajado su
rendimiento (lo cual tampoco significa que por eso, deje de ser el mejor de
todos por mucha distancia).
Más bien, lo que
lógicamente Messi perdió fue velocidad. En el partido de ida de la semifinal
pasada de Champions League ante el Liverpool en el Camp Nou (el Barcelona ganó,
inmerecidamente, 3-0), el crack rosarino se fue de contragolpe completamente
solo desde el círculo central y con pelota dominada hacia el arquero brasileño
Alisson Becker, pero tuvo que pasar la pelota para que se la devolvieran,
cuando hace unos seis o siete años habría picado recto hacia el arco, y
definido con simpleza.
Todo eso es
esperable de un jugador que va a cumplir 33 años el próximo 24 de junio. Pero,
a cambio, Messi le agregó juego colectivo, inteligencia para caminar la cancha,
sorpresa en sus apariciones y una madurez infinita para manejar los tiempos de
los partidos, como ante el Atlético Madrid el pasado domingo en el Wanda
Metropolitano, al que tuvimos la suerte de asistir.
Un Messi que se
vuelve a reinventar y que se presenta desde otra faceta: más maduro en lo
personal, más líder dentro del campo y hasta más contestatario, cuando hace
falta, aún cuando ni en el Barcelona (algo que antes no ocurría) ni en la
selección argentina, encuentra estructuras que faciliten muchas veces su juego.
Y un Messi que
si bien ya comienza a hacer referencia a que el final de su carrera está más
cerca, como ley de vida, aún tiene ambiciones para seguir rompiendo récords,
ganando títulos, acrecentando su marca histórica.
De su genialidad
y de todo lo que ha hecho y significado para el mundo del fútbol, seguramente
nos daremos cuenta cuando ya no juegue, cuando se retire, y cuando añoraremos
este tiempo único, acaso irrepetible.
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