miércoles, 4 de diciembre de 2019

Si se trata de jugar, Messi no tiene competencia (Jornada)



                                                        Desde Barcelona



Seguramente necesitaremos que pasen muchos años para que los seguidores del fútbol en la Argentina tomemos dimensión de lo que significa Lionel Messi en el mundo. Muchas veces, las distancias, las diferencias horarias, las distintas filosofías de vida, nos alejan del centro del planeta en lo que respecta al poderío económico, al lujo, al esplendor y a los mejores deportistas.

Que en una gala como la de París, organizada por la prestigiosa revista “France Football”, con los mejores jugadores del mundo mezclado con las principales leyendas de todos los tiempos, un argentino, rosarino, haya recibido el sexto Balón de Oro como mejor futbolista del planeta, y que en el mismo año haya sido galardonado por la FIFA con el “The Best” y también se haya llevado el Botín de Oro como máximo goleador, es un privilegio que va a costar repetir.

Es cierto que hasta 1995, el Balón de Oro sólo se otorgaba a los europeos y por eso los únicos argentinos que lo ganaron alguna vez fueron Alfredo Di Stéfano (también español) y Enrique Omar Sívori (también italiano), y también por esto mismo Diego Maradona recibió un galardón tardío, en homenaje a su trayectoria, pero ninguno de los mencionados fue merecedor de seis premios semejantes, y de haber estado en otros cinco como segundo, detrás de otro fenómeno de la época, el portugués Cristiano Ronaldo, capaz de haberle competido palmo a palmo en varios puntos, pero en especial en los goles.

Porque si hablamos estrictamente del juego, Messi es incomparable en su tiempo. Muchas veces nos han consultado sobre quién fue mejor, si Messi o Maradona, o Pelé, o Cruyff, y la respuesta surge inmediata: es imposible comparar épocas distintas, con tecnología diferente, con sistemas tácticos distintos, con entrenamientos hechos de otra forma y con velocidades distintas. Por eso, es mucho mejor utilizar la “y” en vez de la “o”. Es Messi “y” Maradona, “y” Cruyff, “y” Pelé. Sumémoslos en cuanto a arte, por todo lo que nos dieron, cada uno en su tiempo.

Pero en el actual, en este inicio del siglo XXI, Messi no resiste ninguna comparación en su juego. A Messi sólo se lo puede comparar consigo mismo en otro tiempo, y hasta cuesta definir si hoy, por una lógica cuestión de edad, ha bajado su rendimiento (lo cual tampoco significa que por eso, deje de ser el mejor de todos por mucha distancia).

Más bien, lo que lógicamente Messi perdió fue velocidad. En el partido de ida de la semifinal pasada de Champions League ante el Liverpool en el Camp Nou (el Barcelona ganó, inmerecidamente, 3-0), el crack rosarino se fue de contragolpe completamente solo desde el círculo central y con pelota dominada hacia el arquero brasileño Alisson Becker, pero tuvo que pasar la pelota para que se la devolvieran, cuando hace unos seis o siete años habría picado recto hacia el arco, y definido con simpleza.

Todo eso es esperable de un jugador que va a cumplir 33 años el próximo 24 de junio. Pero, a cambio, Messi le agregó juego colectivo, inteligencia para caminar la cancha, sorpresa en sus apariciones y una madurez infinita para manejar los tiempos de los partidos, como ante el Atlético Madrid el pasado domingo en el Wanda Metropolitano, al que tuvimos la suerte de asistir.

Un Messi que se vuelve a reinventar y que se presenta desde otra faceta: más maduro en lo personal, más líder dentro del campo y hasta más contestatario, cuando hace falta, aún cuando ni en el Barcelona (algo que antes no ocurría) ni en la selección argentina, encuentra estructuras que faciliten muchas veces su juego.

Y un Messi que si bien ya comienza a hacer referencia a que el final de su carrera está más cerca, como ley de vida, aún tiene ambiciones para seguir rompiendo récords, ganando títulos, acrecentando su marca histórica.

De su genialidad y de todo lo que ha hecho y significado para el mundo del fútbol, seguramente nos daremos cuenta cuando ya no juegue, cuando se retire, y cuando añoraremos este tiempo único, acaso irrepetible.

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